Todo lo que rehúses, lo conviertes en tu antagonista. ¿Cuántas veces has tomado partido por algo que no te obligaba ni interesaba de manera directa o necesaria, fuiste enemigo de ese algo, y ese algo te fue durante tiempo adversario tenaz? Dejaste la lucha cuando comprendiste su inutilidad, y aquel asunto dejó de preocuparte, pues ya no lo resististe y lo convertiste con tu nueva actitud en una cosa más de las que todos los días suceden.
Es decir, al quitarle el aguijón de tu resistencia, lo desarmaste en ti mismo y lo neutralizaste. Ese enemigo, pues, fue enemigo mientras lo quisiste tú. Después, ya no fue nada. En ti nació y en ti murió; persona o cosa, pues, si es resistida y rechazada como mal, la haces tu enemiga. Se ve claro, en los deseos de revancha o en la realización de una venganza. Si te vengas de una persona, en ese momento te has hecho más daño a ti que el que tú le puedas infligir a él.
Rompes tu paz y te haces daño interior a ti mismo, no sólo ya cuando cumples el acto de la venganza, sino anticipadamente, mientras meditabas cómo hacerlo. Tal como el que tropieza con una puerta, y la emprende a patadas y golpes contra ella. ¿Qué consigue? ¿Piensas que el Señor Jesús mentía, se equivocaba, y deseaba equivocarnos cuando mandaba que no resistiéramos al malo?
Si por el contrario aceptamos las actitudes hostiles, agresiones e injusticias, con la perspectiva y visión de fe, y somos acordes con los propósitos del Señor, a la hora de hacer nuestros juicios y valoraciones, las cosas y los hombres que nos son adversos podemos y tenemos que considerarlos como dones y obsequios amorosos del Padre.
En el proyecto global de eternidad y gloria, Dios dialoga y comparte con sus hijos. Es puro amor que se muestra aportando en nuestros enemigos los elementos necesarios para nuestra corrección, en la adecuada dirección (Hebreos 12:5, 6). Como en todo es cuestión de fe. Es confiar en Dios en cualquier circunstancia.
De todo lo que me combate y me es enemigo, yo digo: «Señor, estoy de acuerdo en todo, porque tú, Padre, lo has dispuesto y realizado. Que se haga tu voluntad tan preciosa por la fe, que tú también me has regalado junto con la prueba. Y así tengo tu paz. Todo es posible para el que cree; y yo creo. (Marcos 9:23). No tengo que preguntar: ¿Dónde está tu voluntad? No hay que esperar una visión o señal en cada momento y en cada caso.
Lo que sucede... ¡eso es tu voluntad! No que yo reniegue y rechace tu voluntad (que muchas veces lo hago), No que yo soporte estoicamente tu voluntad (eso también lo hacen muchos paganos), ni que la comprenda siempre. Es que yo he de amar y amo tu voluntad en todo. Sed imitadores de Dios, como hijos amados (Efesios 5:1), amando y aceptando todo lo que el Padre disponga o haya dispuesto. Como dijo el mismo Jesús: No lo que yo quiero, sino lo que tú (Marcos 14:36). Así, en la plena aceptación, llega la paz más eficaz. Ya no más indecisiones, no más dudas, no más incertidumbres. Total liberación. Heme aquí, o Habla, porque tu siervo oye. (1º Samuel 3: 10-16)
Buscar la voluntad de Dios, y reconocerla en relación con aquello que se te enfrenta y a la luz de su Palabra. Con discernimiento espiritual y sana sabiduría. Con criterios de Dios. No podemos dañar al enemigo sin dañarnos a nosotros muchísimo más. ¡Ay del que se goza en la venganza!, ¡qué gran desgraciado!, ¡qué infeliz! Ya te has vengado, ¿y ahora qué? Por eso el Señor mandó sabiamente, haciéndonos grandísimo beneficio, que amásemos a nuestros enemigos. El se entenderá mejor con ellos. Yo pagaré (Romanos 12:19).
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