El cristiano sabe a conciencia que sus pasos forman parte de la obra de Dios y a esta obra se entrega y se rinde. Su esfuerzo lo hace siempre con toda su mente puesta e ello, y no en lo imprevisible del resultado. Sabe que de un pequeño esfuerzo puede resultar algo grande y vital. Y también conoce, experimenta y acepta que grandes esfuerzos por su parte no siempre dan fruto de buenos resultados. Por Dios son ordenados los pasos del hombre y Él aprueba su camino. (Salmo 37:23)
Conoce que todo está en manos de Dios y acepta que grandes ilusiones den el fruto amargo de grandes decepciones. Que el esfuerzo de la santificación diaria sea tan grande, y los resultados de ese esfuerzo sean tan decepcionantes a veces. Y que las cosas no dependen en última instancia de sus esfuerzos, sino de Dios que da los resultados. El esfuerzo le corresponde a él realizarlo; los resultados son de Dios.
Por eso trabaja y vive en paz. Hace lo que debe y espera confiado. Uno riega, otro planta, pero es Dios el que da el crecimiento (1ª Corintios 3:7). y esto enseña e imparte mucha humildad y paz. El pagano desconocedor e indiferente a la obra de Dios, queda siempre preso de su propio cálculo. Se tiene por prudente o valiente según su propia estima. No conoce la paz cristiana.
Se agita, proyecta, se tortura ante la incertidumbre de sus esfuerzos y los resultados de ellos y disminuye la concentración sobre lo que hace, cambia de opinión y dirección según lo que ocurre a su alrededor, y nunca consigue coherencia en sus actos ni paz en sus trabajos. Se preocupa por la incertidumbre del resultado y no descansa jamás Todo lo hace depender de su desvelo y ansia, y cuando el asunto se torna desfavorable, lo atribuye a un «hado» contrario.
No vive ni puede entender cómo el cristiano afronta con paz y seguridad sus limitaciones y además las confiesa. Cómo acepta tersamente sus errores y el hecho de que sus aspiraciones de toda índole sean tan elevadas y la realidad aparente y los resultados tan insignificantes. La facilidad con que vuelve a empezar tras un fracaso y la serena aceptación de éste. Respecto del que es, ya hace mucho que tiene nombre y se sabe que es hombre y que no puede disputar con Aquel que es más poderoso que él. Eclesiastés 6:10
El verdadero cristiano que mira a Cristo Acepta lo que todos rechazan, como es la transitoriedad y fugacidad de la vida; el que una vez él desaparezca de esta vida todo seguirá igual, como si él no hubiese existido ni pasado por ella. Que las nuevas generaciones pongan su nombre en olvido y no le conozcan, tal como sucedió a José con aquel faraón que no conoció quién era, aquel que en otro tiempo fue la salvación de Egipto (Éxodo 1:8). El ser uno más en la vida, sin aspiraciones ni arrogancias.
El que sus convicciones, que a él tanto le motivan, sean desconocidas o despreciadas, cuando no objeto de burla por parte de las gentes que le rodean. Su soledad de hombre de fe en la insignificancia, en la debilidad, en las tentaciones. En ser tan rico en su espíritu, y pasar por anodino y extraviado. En su buena disposición hacia todos, encontrando esta actitud las respuestas más desagradecidas. He visto asimismo que todo trabajo y excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. (Eclesiastés 4:4)
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