La serpiente, destilando
su envidiosa soberbia, hizo vacilar los
corazones de Adán y Eva y consiguió que, en su soberbia y desconfianza, se
preguntaran la razón por la que Dios les prohibió comer del fruto del árbol
prohibido. ¿Tal vez Dios teme que seamos iguales a El, y quiere evitar que
alcancemos el poder y la importancia que realmente
nos pertenece? ¿Tal vez Dios no quiere, egoístamente,
darnos algo bueno para nosotros? ¿Tal vez...?
Siendo humildes, hubieran reposado confiadamente en la
bondad infinita de Dios. Si el fruto del árbol hubiera sido verdaderamente bueno para ellos,
debieran haber confiado en que Dios se lo hubiera
dado, como todo lo demás. El diablo hubiera
resultado mentiroso y Dios veraz, como
inmediatamente demostró. La mentira de
Satanás usurpó el lugar de la verdad de Dios y ya no
dejó lugar para la plenitud de su amor. (Génesis
3:19).
Cayeron de su gozosa y alta relación con el Creador a
la misma miseria en que el hombre hoy se encuentra. Miseria
física, social, espiritual... La exaltación rebelde de sí mismo por parte de
la criatura fue la raíz y la puerta a la maldición; a la enemistad contra Dios.
Adán conoció el mal
desde el mal, cuando antes de su caída había
conocido y vivió envuelto absolutamente en el bien. Y vio
Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran
manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto. (Génesis 1:31).
Dijo Dios, ser
sobremanera bueno lo que había creado. Del hombre no dijo ser bueno ni malo, por que en el
hombre había puesto la posibilidad de que en la libertad, solo a él concedida, pudiera elegir
entre ser bueno o malo.
Nosotros llevando en
nuestro interior al nuevo Adán (esto es Cristo) hagamos de la libertad con que Cristo
nos hizo libres, un instrumento de obediencia amando y agradando así, a nuestro
soberano y amante Dios. (Gálatas 5:1).
Solamente la restauración
de la humildad
perfecta y, por tanto, de la obediencia y absoluta rendición a Dios, podría restaurar
al hombre caído. Esta fue la entera sumisión del segundo Adán, esto es, Cristo;
con la cual Dios mostró al universo pervertido y jactancioso, que su justicia
se cumplía en Él, Cristo Jesús, como su obra completa sobre el orgullo y la rebeldía.
Cristo cumplió totalmente la voluntad de Dios y, como
hombre, demostró cumplidamente que en la humilde dependencia de ella posaba la plenitud de Dios y el mayor bien para los hombres. Su total sujeción abrió el camino hacia el Padre,
para que la criatura, siguiendo sus pisadas y su misma actitud, gozara y
recibiera eterna redención. (Hebreos 9:12).
Haciéndose obediente hasta
la muerte, aún en medio de gran clamor y
lágrimas. (Hebreos 5:7). Su total sujeción al Padre, fue la base
profunda de su obra redentora, y nuestra salvación eterna. La humildad, tomada de Cristo, debe ser la raíz y el
camino para nuestra perfecta relación con Dios, como lo fue en la de Cristo.
Y
estimar como la perfecta benignidad del Señor el dicho de San Pablo. Porque por gracia sois
salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por
obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo
Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas. (Efesios 2, 8-10).
buena recopila biblica para guiar la etica espiritual, saludos granainos.
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