Es un hecho, que a medida que avanza la técnica y las comunicaciones, el mundo se va haciendo más plural. Ya no son sociedades cerradas que imponen unas costumbres, y un ideario que es obligatorio cumplir si no se quiere ser un apestado de tal sociedad. Hoy se tiene sumo cuidado en no discriminar, aunque por mucho que se legisle no hay dos personas iguales en pensamiento y acción. Hasta las huellas dactilares son distintas en cada ser humano.
Es algo gratificante, que las personas se puedan manifestar de la forma que creen y les parece buena. No es tan bueno que se traten de imponer las ideas a base de un constante machaqueo de ellas, para así tener una sociedad domesticada que dice sí a todo lo que le venga, y sea incapaz de reaccionar contra lo que vulnere sus sentimientos y su tradición.
A pesar de todo lo cambiante del momento, no creo que a los ingleses les guste que los policías dejen de llevar de repente esos cascos tan peculiares, y que las cabinas de los teléfonos se instalen a la forma moderna acristalada y sosa. Basta ver una foto con esos ingredientes para que identifiquemos que son ingleses los que allí viven. Son señas de identidad y característica de cada país.
A los españoles, aun siendo de los más ateos y acosadores de
El mundo se libró del clericalismo cerrado, dominante y hosco, y está bien; no es cosa condenable, porque así todos, clérigos, laicos, e incrédulos, estamos viviendo más liberados en la libertad que El Creador nos otorgó por su amor y su propia voluntad. Lo que sí, y de manera deplorable, es que se sustituyan las costumbres y la ley, a la medida de una ideología concreta, con lo que se cae en el mismo fangal de que se acusa al «ancien régime».
Por muy adornado que se presente de libertario y benéfico para los desfavorecidos, la realidad y la historia nos dicen que es solo una suplantación del régimen anterior, mediante otros métodos más elaborados y con la ayuda de los sofisticados (y a la vez ramplones) medios modernos de comunicación.
Los gobernantes han de respetar las costumbres de los pueblos que rigen, porque para eso han sido elegidos. En cada país hay unos atavismos que, sea como sea, conforma su genio y su identidad entre las naciones. Solo se trata de intervenir en lo que sea nocivo y perjudicial, para reglarlo conforme a la manera de ser del pueblo; no en lo que desde muchos siglos atrás, es la característica tan arraigada por la inmensa mayoría y resulta benéfica para el conjunto.
No es cuestión de hacer algo que choque con la sensibilidad de los ciudadanos, porque es el pueblo, libremente, el que coloca a sus gobernantes para que administren sus caudales de cultura y bienestar. No se puede, por ejemplo, extirpar por decreto las costumbres japonesas de conducirse, relacionarse, y vivir. Chocar con el pueblo o una parte importantísima de él, no es tarea de los gobernantes, sino más bien respetar las costumbres y lo que al Pueblo hace sentirse en su salsa.
El pueblo sabe evolucionar solo, y en esa dirección es la única que los gobernantes han de actuar. Libertad para todos. Si es eso lo que se proclama. En España no se deben prohibir ni las guitarras, ni la feria de Sevilla. ¡Que no! Vigilar y procurar la paz, el orden, el verdadero progreso y dejar que las cosas vayan, sin enfrentarse con las gentes porque eso es enfrentarse con la misma Naturaleza. Las ideas se exponen, no se imponen. Eso dijo el Papa de Roma
Jesús dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:6). Él es el camino, Él es la seguridad y el que garantiza que, siguiendo sus pasos, se está en el verdadero camino para la consecución de la perfección, y
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