Cada una de las congregaciones, iglesias, comunidades, y fraternidades, tiene asentada en su doctrina y en sus cultos, una serie de reglas que ellos dicen ser mandamiento del Señor, pero que se oponen entre sí, hasta el punto de excomulgarse unas a otras, y de menoscabarse mutuamente ante el inconverso.
Recordemos de pasada, a las comunidades cristianas estrictas en cosas como no querer poner ojales o botones en la ropa (son una ostentación de lujo para ellos), o no quieren teléfono, o automóvil, o luz eléctrica, etc. El que quiera vivir así está en su derecho y es admirable su tesón y fidelidad a sus reglas, siempre que no trate de imponerlas y como consecuencia lógica ante la reluctancia de otros, despreciarlos y condenarlos.
Los recabitas, no criticaban el que nadie fuera de su clan bebiera o comiera lo que su patriarca les había aconsejado. Simplemente se negaron a ello, pero cuando las circunstancias pusieron en peligro a su comunidad hicieron lo que debían. No se aferraron a sus ordenanzas, porque entendieron que había algunos casos en los que las ordenanzas estaban de más. Después de pasado el peligro, la integridad se impone de nuevo como si tal cosa.
Mas ellos dijeron: No beberemos vino; porque Jonadab hijo de Recab nuestro padre nos ordenó diciendo: No beberéis jamás vino vosotros ni vuestros hijos;
Y nosotros hemos obedecido a la voz de nuestro padre Jonadab hijo de Recab en todas las cosas que nos mandó, de no beber vino en todos nuestros días, ni nosotros, ni nuestras mujeres, ni nuestros hijos ni nuestras hijas; (Jeremías 35: 5-7-8)
O los que se azotan en días señalados (flagelantes) y muchas más clases de extrema observancia que solo a ellos afectan. Decía San Pablo: Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. (Romanos 14,5). Cada cual que actúe según su convicción, que si es salvo o condenado, no lo será por lo que cuaquiera pueda decir de él a Dios, sino por lo que Dios halle en su conciencia.
El dicho de Jesús, de que renunciemos a todo para seguirle a Él, no implica que desamparemos a nadie de los nuestros, porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo. (1ª Timoteo 5:8)
Se trata de que prescindamos de toda persona o cosa, que estorbe nuestra vocación y llamamiento. Ya tiene la vida suficientes contrariedades, como para expiar nuestros pecados a base de suplicios que no sirven de nada, sino la sangre de Jesucristo.
Solo el mérito de Cristo Jesús, avala nuestra salvación y premio eterno. Nosotros haremos bien, siguiendo sus instrucciones como la que sigue: Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios. (Hebreos 13:16).
Según mi experiencia, solo practicando el bien continuamente y recogiendo alguna que otra ingratitud, rechazo, etc., basta, sin necesidad de hacer expiaciones por nuestra cuenta. No tratemos de desvirtuar el sacrificio de Cristo con «añadidos» innecesarios, que tienen visos de querer sustituir el sacrificio de Cristo, o hacerlo menos eficaz.
Estos escritos, pretende situar el tema de los matrimonios en un contexto de comprensión mutua, que no excluye discrepancias, pero que no quiere ser agresivo con los que no compartan las ideas que aporto en él. Solo se trata de comprensión y receptividad de lo bueno de los demás.
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