En mis pocos años, me quedo alelado de cómo marchan las cosas en este mundo loco y sabiondo, que ni siquiera sabe tratarse a sí mismo con benevolencia; machacando los recursos naturales, emponzoñando las aguas, y las demás gracias que ya denuncian los ecologistas, unas veces con razón, y otras buscando tema para sobrevivir en lo suyo. Que esos, también se las traen.
Se denuncia el mercantilismo y todos se mercantilizan, se denuncia la politización de todo y todos se politizan. Se dice buscar la verdad, y todos mienten como bellacos. Si alguno quiere decir la verdad se “le cae el chaleco” como se suele decir. Se hace mala política arruinando el país y a la gente, y después que venga otro a limpiar, con mi oposición más descarada y agresiva.
La verdad es despreciada, aunque todos la tienen a mano para sentirse distintos a lo que saben que no lo es tanto. La religión tiene mil y una vertientes, la política lo mismo, y la forma de vivir es solo una exhibición de hipocresía del tamaño de un elefante.
A mis cortos años viví una utopía, y hasta estuve a punto de insertarme en la ideología comunista. Más adelante leí el libro rojo de Mao y quedé patidifuso. Leí a Karl Marx, Marcuse, Tomás de Aquino, Simone de Beauvoir, que me dejó de piedra. Me impresionó Curcio Malaparte, con su libro “La nueva clase”, que me aclaró muchas cosas.
Fui por curiosidad a Kant, Hegel, la aventura de Carlos de Foucault que parece una fábula, Schopenhauer, Chomsky, Bertran Russel, y en fin, todo lo que se me puso por delante, incluyendo a Nietzsche (¿como no?). Sartre y Marcuse, en lo que les leí me parecen listos pero descarrilados. Unamuno y Ortega, que más modernos pudieron dar mejor aspecto a la filosofía, aunque Unamuno me parece pedantuelo como yo. Y el magnífico Ropero, en su libro Filosofía y cristianismo.
Creía que iba a encontrar algo distinto, y vi que casi todos eran unos visionarios que han provocado más dolor que cualquier otra forma de pensamiento social. Y lo siguen haciendo. Solo Teillard de Chardín me sedujo con su “medio divino”, y “El fenómeno humano”. Su seguridad en el Pleroma de Cristo me emocionó.
Y volví a mirar, al humilde y mínimo Cristo de Dios, y entonces (con más experiencia y conocimiento), me di cuenta de que solo en Él estaba la verdad, tal como Él la declaró. Y palpé claramente, que tal verdad solo era posible en el corazón de los hombres, y no en la sociedad, por naturaleza mala y traidora. Por eso, todo lo que escribo me parece petulante, pero allá va.
Seguirá
AMDG.
(1 Parte) LA BÚSQUEDA
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