jueves, 9 de junio de 2011

GANAR MÁS, CONSUMIR MÁS


No podemos negar, que a lo largo de la historia hay y ha habido siempre, ambición, injusticia, despojo, afán de lujo, de riquezas y derroche de bienes y miseria de muchos. Siempre ha habido ricos en hartazgo, y pobres que apenas podían comer de las migajas que caían de las mesas de estos.

Pero es en la época actual cuando contemplamos esta situación de una forma tan descarada, agresiva y aplaudida. Está de moda, y es lugar común en coloquios y en libros que escriben hombres con pátina de sabios, decir que el calvinismo, o mejor, la Reforma Protestante es la causa del capitalismo actual tan egoísta y desenfrenado.

El descuido, la ignorancia, el prejuicio, y la mala y tendenciosa «información» siguen sin cesar machacando insistentemente a las masas, ignorando que fue un ministro católico de Francia el que decía a los burgueses «¡Enriqueceos!» (para poder meter más gente en las elecciones que siempre eran cosa de los aristócratas) Pero es más fácil y popular acusar a la Reforma que ya está también desmembrada y profanada.

Cuando Lutero se empeñó en que todos aprendiesen a leer (incluso las niñas), a estudiar las Escrituras, y todos los reformadores llamaron a los fieles a un trabajo serio y bien hecho, a la sobriedad, a la inventiva y a la solidaridad, de forma natural implantaron una cultura de gran bienestar correctamente enfocada y (no lo olvidemos), perfectamente ecológica y también para las mujeres.

Es lógico que un hombre instruido, que instruye a su familia y es ejemplo de su entorno, que no es jugador ni pendenciero, ni borracho ni imprudente, tiene, normalmente que prosperar en lo económico y que gozar, excepto imponderables, de buena salud corporal y limpieza tanto física como espiritual.

Esto provoca la envidia y ha sido durante siglos, para los envidiosos motivo de aversión contra ellos. Constituía una excusa la religión para, por este motivo, lanzarse al saqueo de lo que tan diligentemente había sido construido, (no acumulado como a menudo se oye decir) por los diligentes y sobrios protestantes de los antiguos tiempos.

Ahora ya todo está contaminado y trastornado. El liberalismo espiritual y la inmoralidad, se ocupan de ello. Dios no es tenido en cuenta como antes, y no queda defensa contra esta violenta corriente de pensamiento y acción destructiva.

Hace años, el médico, el artesano, el obrero de cualquier gremio, se contentaban con ser lo que eran: estaban orgullosos de su trabajo y procuraban ejecutarlo a la perfección. Su pan diario y la satisfacción de un trabajo bien hecho les llenaban de complacencia y eran más que suficientes para su equilibrio y su conformidad personal, así como para el disfrute pleno de su identidad. Había aprecio mutuo, y esto era algo grande y gratificante. Se sentían, como hoy se dice, plenamente realizados.

Pero hoy más que nunca se habla de dinero. Negociar, comprar, vender y prosperar legítimamente es correcto. Poner en marcha ordenadamente nuestras capacidades y vocaciones es bueno y, bien hecho, es fuente de progreso y prosperidad para todos. Es útil para la sociedad toda y proporciona bienestar individual y social.

         Ser guardoso sin afán, es prudente. Se puede hacer mucho bien con la riqueza bien empleada, administrada y compartida. Lo que no es normal, y sí corriente, es que el poder maligno que se esconde detrás del dinero, sea el que prevalezca y dé un carácter totalmente incorrecto y perverso a su uso natural y conveniente

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