Comprendo amigos comentaristas vuestra posición, que puede ser la mía en mucho de lo que me contáis. La Iglesia, queridos míos, no es una comunidad de ángeles, sino de perdidos que han sido rescatados por la sangre de Jesucristo.
La vida cristiana es un proceso a veces difícil y fatigoso, en el que las tendencias naturales no nos dejan avanzar, y a veces, nos hacen retroceder, y dudar si el camino tan duro puede llevarnos a buen fin, o es un error gastar una vida sin las excelencias de los placeres terrenos, y que se pierda esta “oportunidad de oro” del vivir. Todos dicen: ¡Solo se vive una vez! ¡Que triste! ¿Y los desamparados?
Creo amigos míos, que nada de eso es así, tal como lo digo, porque el hombre nace con sed de justicia, aunque encubierta por los deseos inmediatos. El pecado, en suma. Esta sed de justicia, es la que hace tan grato el andar con Jesús. Porque solo Él satisface nuestros anhelos de justicia y equidad.
Es algo tan gratificante, que nos lleva a gustar y amar la ley del Señor que nos conduce provechosamente por el camino de la vida. El saberlo despierta en nosotros una enorme gratitud.
Somos todos, en más de una ocasión, orgullosos, mentirosos, intemperantes, deshonestos, aparentando ser justos, defraudando a nuestros más preciados amigos, etc. Somos así hasta que la Gracia de Jesucristo nos empieza a convencer por medio del Espíritu, y nos va remodelando.
Dios, como el alfarero, da forma a nuestro barro, hasta convertirlo en una hermosa vasija. Una vasija no es perfecta, hasta que pasa por el crisol que la calienta, y quema los restos que podrían restarle hermosura a la pieza.
Solo por el crisol de la vida, y sufriendo los calores de los sufrimientos, o los fríos del abandono y la incomprensión, se fortalece y limpia nuestra alma de tantas brechas como hay en ella. Es labor del espíritu y nuestra gratitud hacia el que nos escogió para ser a su imagen perfecta.
Vosotros -y yo delante-, adonde quiera que estemos, llevamos a la Iglesia de Dios nuestras lacras y nuestras mismas posibilidades de caer en el ansia de notoriedad, y en señorear sobre los hermanos. ¿Porqué no renunciamos de una vez a estas cosas que son solo vanidad tal como decía el proverbio?: Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. (Eclesiastés 1:14)¿Qué buscamos en la Iglesia, para que nos portemos así?
Los que ya somos mayores, hemos conocido a muchas personas, de las cuales solo sabemos que ya murieron o están (como nosotros mismos), estropeados por el tiempo y la lucha. Si miramos a uno cualquiera diremos ¿eso es todo? Y ahora a las puertas de la gran partida, vemos que están sujetos a enfermedad, escasez, soledad, etc. ¿para esto tanto bregar con unos y otros? Siendo malos los unos para los otros, para recoger ¿Qué?
¡Vayan, enhoramala las iras, los rencores, las jactancias… y tantas cosas por las que en la vida tuvimos que esforzarnos, siempre temiendo la calamidad, la enfermedad o la pobreza! “Abre su seno hambriento el ataúd,” y nosotros aun no hemos aprendido las principales y simples actitudes, ante los demás y ante Dios.
- ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. (1ª Corintios 6:1 al 11)
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