Naturalmente amigo mío que yo también me preocupo: soy hijo de madre como todos y por tanto las cosas que ocurren en el cotidiano vivir me afectan como a todos. No estoy hecho de madera y participo de todas las vicisitudes que hay en la vida.
La enorme diferencia es que -sin ser fatalista- sé que este Universo está regido por una inteligencia infinita, y que todo lo que ocurre está determinado por esa inteligencia que llamamos Dios. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer. (Juan 1:18)
Si el Universo se mueve con esa exactitud matemática, y vemos lo que hay en el mundo que habitamos, tan maravilloso y colorido, disfrutemos de él todo lo que podamos de forma natural, y sabiendo que todo es don de Dios para con nosotros sus criaturas, que desde luego no somos un dechado de gratitud.
Solo mencionamos a Dios, para echarle en cara nuestra falta de algún don que se nos escapa. El que tiene una cosa no da gracias sino que reprocha a la “fortuna” porque no tiene lo que otro tiene. No somos capaces de darnos cuenta de la inmensa variedad de atributos de que disponemos para vivir en paz, sin desear compulsivamente todo cuanto alrededor se nos presenta con los espejuelos del placer y lo prohibido.
Ciertamente que carecemos todos de algún don que otro posee, pero cada cual es una persona distinta con sus dones y sus carencias. Unos son más ricos, otros son ciegos, y otros paralíticos, etc. Aunque la mayoría es más dotada, tampoco se nos ocurre dar gracias Dios por tantas posibilidades como tenemos.
Tal vez los cristianos seamos más sensibles a las desgracias ajenas y -sobre todo -tenemos una tristeza profunda de ver como tantas criaturas son sacrificadas en el altar de los beneficios de los poderosos. Sostenemos que hay para todos, a poca solidaridad que se tenga por las desgracias de tantos y tantos que se conformarían con lo que algunos de nosotros tiramos a la basura.
¡Hay para todos! La ciencia ha avanzado y la técnica también para dar a cada uno lo que necesita, aunque dejemos a la iniciativa de cada cual lo que pueda innovar para beneficio de todos. Esa es la forma de avanzar social y moralmente.
Ese prurito de despreciar las instituciones como malas en sí, es nuestro enemigo larvado que tanto daño hace. El abuso por parte de los que las manejan, hace que estas instituciones sean mal utilizadas y por tanto, en vez de ser provechosas para el Pueblo son muchas veces la rémora del progreso. Su valía y la necesidad que tenemos de ella, no disminuyen. Y bien manejadas son muy válidas.
Jesús dijo aquello tan conocido por tantos de que: En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen. Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas.
También de estas palabras -tan mal interpretadas- se sacan conclusiones erradas. Jesús conocía las lacras que menoscababan a las dignidades del templo, más eso no le disuadía de acudir y orar allí. Solo cuando ellos se apropiaron de la palabra de Dios, cambiándola por sus muchas sutilezas y extremismos, es cuando dijo estas palabras.
No cambiemos lo que Jesús tenía en su mente, para aplicar estas palabras a tantos que trabajan denodadamente en la extensión del Reino con constancia y pureza. Respeto y al que sea culpable solo criticar sanamente y con misericordia, no sea que caigamos nosotros los que nos tenemos por tan puros.
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