No se ponga el sol sobre vuestra ira, dice el apóstol Pablo a los fieles de Éfeso. El odio, es una ira de reconcomios y enconos. Es hacer de lo antiguo, de lo que ya es viejo y pasado, algo permanentemente actual. El odio destruye el corazón, encona los sentidos, y deteriora para siempre la paz y la bondad.
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El que se llena de odio, por muy justificado que esté a causa de la agresión recibida, odia también las demás cosas, que le impiden descargar ese odio sobre el objeto de ese odio.
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Por algo, el apóstol, que comprende la ira ante la injusticia más o menos rigurosa, nos recomienda que al ponerse el sol, nuestra ira no siga porque ya en la cama, nos revolcaremos como gusanos, por causa del rencor que, como dice la Biblia , hace crujir los dientes a los necios que lo hacen con la rabia y el odio. (Salmos 35:16)
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Mientras, el objeto de nuestro odio, quizás duerme felizmente. La paz es cosa de Dios, y en el corazón del pacífico, mora el Espíritu de Cristo. La mansedumbre es rentable. En tantos aspectos de la vida es beneficio la mansedumbre (no la vileza servil y falsa), que una de las cosas que distinguen a nuestro divino maestro, el Cristo, es la mansedumbre y la paz que transmitía en toda su vida terrenal.
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Como el humo lanza al hombre fuera de su casa, así el humo de la ira y el odio, echa fuera del alma del hombre al Espíritu Santo.
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Cuidemos de la paz, y sepamos decir adiós al odio y a las pérdidas, que ya no se pueden recuperar. Trabajemos y vivamos en paz que, junto a la libertad, es uno de los mejores regalos de Dios a los hombres.
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