Pedro confiesa a Jesús
Jesús para muchos es un gran misterio, y al no querer profundizar las gentes dicen de Él que es un gran maestro y un gran demagogo. Ttodo el mundo le tiene simpatía (incluso en el Corán), pero le tienen por una especie de demiurgo pleno de sabiduría, y que tomaba su saber de las Antiguas Escrituras.
Las apariencias para los simples, eran las de un curandero que era piadoso y conocedor de las Escrituras. Por eso la gente sencilla le seguía por que como Él decía. De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. (Juan 6:26). Y eso viene sucediendo desde siempre.
Jesús ventiló la importancia de su misión y su persona, cuando enfrentó las críticas y las capciosas y envenenadas preguntas de los rabinos y sacerdotes del Templo. Y la acusación primera ante el Sanedrín era que se hacía Hijo de Dios. Y eso era insoportable para los judíos anclados en la Ley. De hecho la gente del pueblo clamó para que lo crucificaran, cuando la jerarquía del templo lo exigió a Pilatos.
Esa mezcla de una superior sabiduría y conocimiento de las Escrituras y su persona confesada por Pedro, era lo que ahora se repite. La iglesia de Dios, esposa de Jesucristo, es zarandeada, vilipendiada, y hasta perseguida. No se la persigue a ella como tal, sino a Cristo, y de hecho se hacen muchos esfuerzos por personas a las que no quiero calificar, para que se cambien aspectos controvertidos de la verdad evangélica. Quieren derribarla como obra de Dios.
La iglesia cristiana puede ser torpe, a veces ciega ante los tiempos, y hasta corrupta a veces (claro que sí), pero lo que no puede hacer es derribar la doctrina de su fundador y esposo para siempre; Jesucristo. Puede ser débil y a veces rancia, pero siempre fiel a lo que Cristo ordenó para nuestro bien y la vida eterna. La verdad no es cambiable.
Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. (Mateo 7:15) Son palabras de Jesús a sus discípulos que ya formaban la primera Iglesia Cristiana. Y es que el enemigo de los humanos, envidioso de la salvación de ellos, pretende derribar la doctrina clara y terminante de Jesús para establecer la suya propia.
Para ello se vale de gentes que penetran en el interior de la asamblea con más apariencia de piedad que los demás, para desde esa posición y de haberse ganado la confianza de los discípulos comienzan a sacar de contexto y a perturbar a todos los que sencillamente creen en Jesús y en sus palabras.
Dice de ellos el apóstol: Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados; (Judá 1:12).
Jesús es nuestra meta, y nuestro estímulo para vivir una vida entregados a la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual dice seriamente: No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre. Aquí no cabe otra cosa para Jesús que el total sometimiento al Padre. Imitémosle, pues aun en el plano humano no podemos ni de lejos compararnos con Él.
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