Todas
las verdaderas conversiones llegan tras un conflicto
existencial, que solo es dado a unos pocos. De ahí
que solo a través del sufrimiento se consigue encontrar una paz que “el
mundo” desprecia en sus locuras. El hombre
ungido, a pesar de sus angustias, llega a conocer la verdad a
pesar de las dificultades y vicisitudes
que ha de pasar antes de la eclosión de la revelación.
El
cúmulo de cristianos comodones y superficiales no entiende al que como Jeremías
sentía: No me acordaré más de él, ni
hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis
huesos; traté de sufrirlo, y no pude. (Jeremías 20:9)
Cuando
Dios quiere, se las hace pasar canutas a un tipo, pero consigue la consagración
del que se ha propuesto poner a su servicio. ¿Qué misterio se esconde detrás de
esa forma de actuar de Dios no lo pondero, pero sé que es así. Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo
pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado (Isaías
26:3)
Y
es que el genuino hombre de fe ha de pasar por dudas y sobre todo intentar
llegar a la Verdad ,
que es el principio de toda conversión. Una vez que llega a esta posición de
relación con el Creador por medio de Jesucristo, habrá
de luchar contra una naturaleza que trae de su nacimiento,
y que hasta en los bebés se manifiesta cuando lloran empeñados en algo que a
ellos les gusta.
Esa
naturaleza les hace establecer una dicotomía que San Pablo discierne
en sus palabras “carne y espíritu”. Nos pasa a todos aunque
no tenga nada que ver con la vida espiritual. Sabemos que hacemos algo mal, aunque
nos lleve a ejecutarlo la delectación de un capricho o de una compulsión.
La
fe impulsa al bien absoluto; nuestra naturaleza al intento de
nuestro corazón relacionado la naturaleza caída y corrompida.
De hecho todos somos corruptos
y hablamos mentira porque la verdad es perseguida y no proporciona
prosperidad. De ahí que San Pablo hable del viejo
hombre o del nuevo hombre que ha sido “recreado”
según Dios en la Justicia
y santidad de la verdad.
Todos
reconocen que una vida cristiana auténtica y no artificial es
lo mejor de lo mejor. Lo que ocurre es que ayunar, ser
sobrio, caritativo, compartir, ser generoso, y tantas virtudes (algunos las
llaman “propiedades”) choca frontalmente con nuestra naturaleza
pecaminosa y al final se establece la lucha entre
las dos tendencias hasta que una vence a la otra. Y al fin y al cabo el
derrotado es el hombre creación de Dios.
El enemigo vence.
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