sábado, 14 de enero de 2012

TRATANDO DE EXPLICARME


 

No tengo por más que contestarle a su petición. Intentaré explicar mi experiencia. Ser “la sal de la tierra”, no es nada fácil para nadie. Se requiere ser una persona muy entregada a la doctrina y la persona de Jesús. Y pocos son los elegidos, llamados, y ungidos. No es ni tan difícil contando con el Espíritu, ni tan fácil con nuestras propias fuerzas.  

Conozco a un amigo que ha sido tratado con hormonas por asuntos de salud. y me ha contado literalmente. “Desde que empecé a tomar las hormonas, fue cuando empecé a entender a los demás”. No se trata de contemporizar con el mal, sino comprender a las personas que lo practican.

Y añadía: “Yo era por demás religioso y estaba muy convencido de mis opiniones y la fe que sostenía”. “Por decirlo en frase vulgar, era más papista que el Papa”, y no toleraba que nadie se saliera del camino que es el verdadero y recto”. Todo lo juzgaba por la letra.

Pero cuando fui sometido al tratamiento me di cuenta como dice Machado:
Pero yo he visto beber
En los charquitos del suelo.
Caprichos tiene la sed.

Cuando me di cuenta de que las cosas no eran tan fáciles, ni tan simples, comprendí las palabras de Jesús: No juzguéis.

El tratamiento hormonal (un simple tratamiento), había cambiado mi forma de ver las cosas, y ya no era -por esa misma medicación- la misma persona. Ahora comprendía a todos, y me daba cuenta qué sacrificio y qué esfuerzo se necesita, para ser auténtico seguidor de Jesús.

Hasta ese momento, no me había dado cuenta de si el amor verdadero había informado todas las acciones de mi vida, que yo había tenido por buenas. Ahora, cuando estaba en situación apurada, me daba cuenta, y sí podía tener certidumbre, de que si hacía una obra o juicio, era un buena obra y un verdadero misericordioso juicio.

Somos todos generosos, en cuanto las circunstancias nos lo permiten, pero en esta vida las circunstancias no ayudan. Este es reino del diablo, y la obra del diablo es contra la misericordia de Dios en Jesucristo. Esto es así, y buscar por otros recovecos es tan inútil como tratar de hacer de los leones, pacíficos corderillos.

¿Somos muy buenos y cumplidores? ¿Nos hemos dado cuenta de ello? Pues si es así, no somos lo que queremos o creemos ser. La inocencia no es ignorancia, sino desprecio de lo monstruoso que es el pecado de petulancia, y consiguientemente de juicio. Todos estamos metidos de cabeza, en lo que la antigua Salve llamaba “valle de lágrimas”.

Muchas veces he juzgado a otros de desviaciones sexuales (por no salir mucho de esta materia). Ahora me doy cuenta de cuan ignorante y miserable era mi juicio sobre muchos casos, sobre los que emití un juicio de ejemplaridad y dureza. El más errado era yo, y creyendo encima que tenía la razón.

¿Qué el pecado es  malo? Es, simplemente, un monstruo que empuerca todo lo que toca y apesta. Es detestable cuando comprobamos que a una chica la violan y la matan ignominiosamente, con casi la impunidad de los autores, por unas leyes que tratan de proteger a los menores que lo perpetran. ¿Está eso bien o mal? Medite bien su opinión.

Es un sentimiento furioso, que aflora enseguida de conocerse el caso. Y en medio de la consternación, pronunciamos condenas terribles, ya que el asunto no es para menos. De ahí que los jueces se tomen su tiempo, antes de tomar una decisión sobre los casos que les llegan continuamente. No es tan simple ser juez. Y nosotros ¿para que queremos meternos en ese atolladero?

Y quiero acabar, diciendo que solo la emoción nos lleva injustamente a juzgar cada situación. La ley humana no resuelve las cosas adecuadamente. ¡Desconoce tantos factores! La vieja ley mosaica que llamamos Antiguo Testamento, no resolvía la situación, aunque naturalmente la paliaba.

Tuvo que llegar el sacrificio de Jesús, para que la misericordia de Dios se extendiera sobre una humanidad que, dando la espalda a la ley, pudiera refugiarse aun condenada, en la inextinguible misericordia de Dios. ¡A Él, la Gloria!    

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