Hay
algo que a mí me resulta espantoso y que a mi honesto juicio es una merma
importante de la atracción que el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. La
animosidad existente entre las distintas confesiones, y hasta de la misma
confesión entre los que en vez de ser hermanos son casi enemigos
irreconciliables.
Las
críticas, con el mayor interés en mejorar lo que hay (concedámosle esto), son
inapropiadas la inmensa mayoría de las veces, y solo la constructiva es la que
debe prevalecer entre los que se dicen hermanos
Pienso
que esta situación que tanto daño hace al Evangelio es algo que se debería extirpar,
y se debe a que no hemos comprendido aun la grandeza de cada ministerio que
cualquier hermano desarrolla. Cada cristiano está llamado a anunciar o a
proclamar el Evangelio de las Buenas Nuevas” como tabla segura de salvación
eterna.
¿Y
de qué tengo yo que salvarme? dirá mas de uno. San Pablo lo cuenta muy bien en
la visita a Atenas, ciudad que por aquel entonces era centro de la filosofía y
que presumía de espiritualidad mantenido un panteón de dioses a los que se
ofrecían sacrificios.
Porque en él
vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas
también han dicho: Porque linaje suyo somos. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar
que la Divinidad
sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de
hombres.
Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de
esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se
arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual
juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a
todos con haberle levantado de los muertos. (Hechos17)
Si somos
capaces de digerir esta invectiva de Pablo a los atenienses aplicándola a
nosotros mismos, hemos de reconocer que nuestro cristianismo es más de
pacotilla que real. No creo que haga falta que nos vistamos un sayo y andemos
pidiendo limosna ni mortificándonos, ya que de eso se encarga la vida.
Creo
que una actitud de espera tranquila en Dios y una obediencia a sus ordenanzas
(de las caídas ya se encarga Él si las confesamos arrepentidos) es bastante, aunque
si queremos ser levadura y sal, así como luminarias en este mundo tan agitado y
corrupto, no tenemos más camino que el que nos proponía San Pablo: Sed imitadores de mí,
así como yo lo soy de Cristo. (1ª
Corintios 11:1)
AMDG.
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