Hoy he tenido que responder a un Email, en el que se me pedía amablemente que dejara de enviarle mis mensajes, porque a la persona que me lo pedía le resultaban intrascendentes o algo así. Como es natural, cada cual puede pensar como quiera. Es cosa de conciencia y de libertad.
Yo sigo mi camino, y de lo mucho que leo (porque es mi “vicio”) hay cosas que me gustan mucho, otras poco, y otras nada; pero no se me ocurre decirle a nadie que son malas o buenas. Muchas de ellas son reflujos de ignaros que se creen que saben, y otras de gente que siempre aporta algo en sus escritos, aunque en algunos aspectos discrepemos.
En mi ya larga vida, he encontrado de todo y de todo he sacado conclusiones, que hoy forman mi carácter (no mi temperamento) y de todas soy deudor. En algunos casos ni abro los mensajes, porque ya presiento su contenido. Tal como harán muchos con los míos.
Como escribo a muchos, sé que habrá por lo menos un ochenta por cien que no los leen, pero yo como el sembrador de la parábola, les sigo enviando hasta que me dicen que los borre de mi agenda de direcciones, cosa que yo procuro hacer en cuanto los recibo, para no olvidarme y sin querer seguirles enviando a los que no lo desean.
Otras veces recibo mensajes de amigos que, al estar interconectados, repiten el mismo mensaje muchas veces; afortunadamente tengo muchos amigos; (Dios se lo pague con creces, porque yo lo agradezco de todo corazón). Leo uno de ellos, y ya los he leído todos que son los mismos. Procuro responder a los que puedo, o contienen algo especial o personal; creo que lo estoy haciendo bien, si no, ni me molestaría.
De vez en cuando, advierto a todos que si no quieren recibirlos que me lo hagan saber, pues tengo más direcciones de las que puedo permitirme enviar y además mi cabeza ya no es la que era por causa de la edad; y muchos me escriben diciendo que les sigan enviando, aunque ya sé de sobra que esos, aunque sea por amistad y cortesía, reciben mis mensajes.
Yo sé que la materia religiosa que toco es muy pesada para muchos, porque entiendo que sobre todo la gente joven suele estar más comprometida con otra temática, para ellos más divertida y amplia dada su edad y la marcha del mundo.
Pero creo firmemente que estas materias deben ser enseñadas y repetidas, ya que la piedad es buena para todo, no solo en el espacio espiritual, sino en el de la vida práctica. Los consejos que damos a nuestros hijos sobre negarse a la droga, a la promiscuidad, y a tantas inmundicias que les acechan y por las cuales nos tienen en vilo, no son ni más ni menos, los mismos que aconseja en Evangelio de Jesucristo, que no quiere que nadie se pierda en la jungla que son las llamadas del mundo secularizado y descreído.
Así es que impasible, me lean muchos, me lean pocos, yo sigo sembrando mi fe en Jesucristo, para que nadie a la hora del juicio (porque habrá juicio), se llame a engaño y recuerde las palabras de la Santa Escritura. Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una gente rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos. (Ezequiel 2:5)
El profeta solo tiene que anunciar los juicios de Dios, y con ello ha terminado su ministerio como dijo San Pablo apóstol en el texto siguiente.
UN TOQUECILLO BÍBLICO
Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.
Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.
Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio. Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano.
He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida. (2ª Carta a Timoteo, 4: 1 al 8).