martes, 15 de marzo de 2011

ADVERSIDAD Y ACTITUD Extractado






Que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo
la adversidad. Yo, Dios, soy el que hago todo esto.
Isaías 45,7

Mira la obra de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que
él torció? En el día del bien, goza del bien; y en el día de
la adversidad, considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él.
Eclesiastés 7,13

Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
(el amor). 1ª Corintios 13,7

El ser humano vive inmerso en un enigmático universo, rodeado de un cúmulo de dificultades, de agresiones internas y externas, así como de deseos frustraciones e ilusiones que se desarrollan dentro de su propio interior; las más de las veces no dependiendo lo más mínimo de su propia voluntad.

Se siente como una pavesa en el viento, y desea desesperadamente, aun en las mejores circunstancias, estabilidad, bienestar y vigencia, que no percibe en la «loca rueda de la fortuna», que no cesa de girar. El temor le acompaña a lo largo de toda su vida. Temor en la niñez, en la adolescencia y en cada tramo de la vida continuamente. Distinto en cada época, pero en todas se siente atrapado por el temor.


Asimismo, aun en la paz más estable, el ser humano, que es complicado por naturaleza, tiende a complicarse aún más sin poderlo evitar. Así se dice con acierto: «El que no tiene una cruz, con dos palitos se hace una».


Aun en paz y sosiego, tan fugaces, la imaginación (la loca de la casa), se inventa motivos de inquietud, bien para proyectarse hacia adelante, tal vez en pos de una fugaz quimera, o bien para retraerse y replegarse dentro de sí misma, defendiéndose de algo que sólo existe de una manera subjetiva e irreal, aunque parezca real para ella.


Ante la dificultad o la adversidad, hay dos modos principales de enfocarla y enfrentarse a ella: la cristiana y la pagana. Es decir, la del hombre de fe y la del que quiere confiar en todo menos en Dios. El cristiano confía en Dios para todo. El pagano lo invoca «por si acaso» pero a la vez se agarra de forma desesperada a lo que encuentra de misterioso.


Los cristianos, sin dejar de ponderar y comprender, con la mayor profundidad que nos es posible, el estado de ánimo del que padece contrariedades y dificultades continuas enfocamos la cuestión desde la perspectiva del hombre de fe.


El ánimo del incrédulo, que está siempre sobresaltado y temeroso es muchas veces, nos guste o no, similar al del cristiano tibio y desentendido de las cosas de Dios. Por ello estamos seguros de que sólo el verdadero creyente, el elegido, puede aplicarse con eficacia estas consideraciones.


Insisto en que dejo por sentado que no menosprecio las turbulencias internas y externas de cualquier ser humano. Todos somos humanos, por tanto «nada humano nos es ajeno». ¿Quién puede sustraerse al agitado devenir del sufrimiento humano? ¿Quién podrá comprender el misterio que se mueve en la existencia de cualquiera?


Hay que dejar bien asentadas dos premisas principales, para enfrentarse con un tema tan delicado. Primera. No es lo que nos sucede, sino nuestra actitud ante ello, lo que hace que cualquier dificultad con la que nos sentimos enfrentados sea para nosotros algo terrible, o sólo un inconveniente pasable. Repetimos, es la actitud subjetiva la que proporciona identidad y cuerpo a lo que nos sucede objetivamente.


Rafael Marañón


AMDG

GANAR MAS, CONSUMIR MAS





No podemos negar, que a lo largo de la historia hay y ha habido siempre, ambición, injusticia, despojo, afán de lujo, de riquezas y derroche de bienes y miseria de muchos. Siempre ha habido ricos en hartazgo, y pobres que apenas podían comer de las migajas que caían de las mesas de estos.

Pero es en la época actual cuando contemplamos esta situación de una forma tan descarada, agresiva y aplaudida. Está de moda, y es lugar común en coloquios y en libros que escriben hombres con pátina de sabios, decir que el calvinismo, o mejor, la Reforma Protestante es la causa del capitalismo.

El descuido, la ignorancia, el prejuicio, y la mala y tendenciosa «información» siguen sin cesar machacando insistentemente a las masas, ignorando que fue un ministro católico de Francia el que decía a los burgueses «¡Enriqueceos!» (para poder meter más gente en las elecciones que siempre eran cosa de los aristócratas) Pero es más fácil y popular acusar a la Reforma.

Cuando Lutero se empeñó en que todos aprendiesen a leer (incluso las niñas), a estudiar las Escrituras, y todos los reformadores llamaron a los fieles a un trabajo serio y bien hecho, a la sobriedad, a la inventiva y a la solidaridad, de forma natural implantaron una cultura de gran bienestar correctamente enfocada y (no lo olvidemos), perfectamente ecológica y también para las mujeres.

Es lógico que un hombre instruido, que instruye a su familia y es ejemplo de su entorno, que no es jugador ni pendenciero, ni borracho ni imprudente, tiene, normalmente que prosperar en lo económico y que gozar, excepto imponderables, de buena salud corporal y limpieza tanto física como espiritual.

Esto provoca la envidia, y ha sido durante siglos, para los envidiosos motivo de aversión contra ellos. Constituía una excusa la religión para, por este motivo, lanzarse al saqueo de lo que tan diligentemente había sido construido, (no acumulado como a menudo se oye decir) por los diligentes y sobrios protestantes de los antiguos tiempos.

Ahora ya todo está contaminado. El liberalismo y la inmoralidad se ocupan de ello. Dios no es tenido en cuenta como antes, y no queda defensa contra esta violenta corriente de pensamiento y acción destructiva.

Hace años, el médico, el artesano, el obrero de cualquier gremio, se contentaban con ser lo que eran: estaban orgullosos de su trabajo y procuraban ejecutarlo a la perfección. Su pan diario y la satisfacción de un trabajo bien hecho les llenaban de complacencia y eran más que suficientes para su equilibrio y su conformidad personal, así como para el disfrute pleno de su identidad. Había aprecio mutuo, y esto era algo grande y gratificante. Se sentían, como hoy se dice, plenamente realizados.

Pero hoy más que nunca se habla de dinero. Negociar, comprar, vender y prosperar legítimamente es correcto. Poner en marcha ordenadamente nuestras capacidades y vocaciones es bueno y, bien hecho, es fuente de progreso y prosperidad para todos. Es útil para la sociedad toda y proporciona bienestar individual y social.

Ser guardoso sin afán, es prudente. Se puede hacer mucho bien con la riqueza bien empleada, administrada y compartida. Lo que no es normal, y sí corriente, es que el poder maligno que se esconde detrás del dinero, sea el que prevalezca y dé un carácter totalmente incorrecto y perverso a su uso natural y conveniente.

Hay un poder siniestro detrás del dinero. Cada día se muestra más ostensiblemente, y en pocos años adquirirá un poder prácticamente omnímodo. Será el nuevo y prepotente «dios» indiscutible e indiscutido de este mundo pagano, que ya no sabe por que camino ir, pues todos los que tiene por delante, con parecer tan variados y abundantes, le conducen invariablemente al mismo callejón sin salida.

Ya no hay apenas resistencia: pocos focos de lucha se perciben en la sociedad moderna. Y estos, también contaminados con el sello de la bestia poderosa. Se ha perdido el equilibrio, y todo el sistema mundial ha quedado alterado y corrompido. Y no es una tesis académica. Es una realidad ominosa presente en todo lugar y que avanza cada vez más velozmente a medida que conquista más poder y derriba más resistencias. Nunca este poder se ha manifestado en toda su extensión y malignidad como lo hace hoy, y de una forma tan sutil y aparentemente buena y útil. Esta sutileza es su mejor arma y su mayor peligrosidad.

Las gentes ya no se aprecian por su oficio, vocación, cualidades morales o excelencia de saber y de ser, sino por la marcha de sus inversiones. Un exitoso futbolista (un ejemplo entre tantos) tiene más dinero, influencia y es más conocido por todos (popular), que un premio Nóbel. Pero la gente lo quiere así. Todos compran, venden y cambian acciones, títulos y propiedades y las palabras «ganancia rápida» «especulación», «inversiones de rápida y lucrativa realización»...son el vocabulario y el tema común en todas las conversaciones.

Se admira al especulador que acumula dinero rápidamente no importa como. A las gentes no les importa: ellos mismos, desde su nula moral espiritual y cívica harían igual si dispusieran de idénticas oportunidades. Las gentes se han convertido en negociantes y el sistema corrupto del mundo ha captado a todos para su método y su filosofía de las cosas. Hoy lo que vale es el dinero (nada nuevo) y las cosas que se pueden comprar con dinero, (que en este mundo es todo, pues todo está sometido al poder del dinero). Joyas, honores, prelacías, almas de hombres.

Todos han sido atrapados en el agitado remolino de las transacciones, cosa que no se corresponde con las legítimas aspiraciones del hombre medianamente ético, ni con la genuina vocación de las personas rectas. Pero es un sistema irresistible e irresistido. Además, ¿quien quiere resistirlo? ¿Quién no quiere participar en él? Los que no pueden y quedan excluidos de una u otra manera, se sienten fracasados.

Hoy, mujeres y hombres corren como orates en pos del mundo y del dinero y se burlan y ridiculizan a los pocos y raros que no marchan con ellos en esta siniestra y fatal «carrera de las ratas». Son ya esclavos y han servido a un «dios» al que ya no pueden abandonar, y tienen que ir tras de él. Todo está trastocado. Solo un pequeño número de personas (normalmente son cristianos de cualquier denominación) han comprendido la malicia implícita en este estado de cosas, y han movilizado hasta donde alcanzan su ética y su esperanza viva contra esta insidiosa situación.

No es vana lucha, pues es de Dios, pero casi imperceptible en el mare mágnum de la vida cotidiana. Para el mundo pasan casi inadvertidos, ellos y sus llamadas, y si alguien se para a escucharles, al final exclama « ¡ Bah, son idiotas»! Pero aunque no sean los más ricos o famosos, estos irreductibles son los «siete mil» que no han doblado su rodilla ante Baal y no han besado su frente. Son el remanente de Dios en este mundo corrompido.

Se admira por todos, la integridad y el bien hacer. Se les exige a los políticos y a otros grandes responsables, pero lo que se envidia y se respeta es el enriquecimiento monstruoso y al falto de escrúpulos y moral para conseguirlo; «¡Ese sí que es un tío listo!»

Todo el mundo protesta contra la corrupción cuando no puede practicarla de forma segura, masiva y rápida, pero todos quisieran poder hacer lo mismo, porque lo harían de tener la ocasión propicia. ¡El amor, la solidaridad! Bonitas palabras. El afán de las cosas materiales, el lujo insultante y la exhibición indecente de riqueza y derroche, no es tan solo cuestión de manejar dinero que siempre se ha hecho.

El dinero es muy buen servidor pero muy mal amo. Engendra con su maligno poder, unos afanes que conspiran contra la estabilidad mental y espiritual de cualquier persona. Porque contra Dios, hay detrás de este sistema una presencia real que impulsa irresistiblemente a los hombres apartados de Dios y todos corren, sin advertirlo en la búsqueda ansiosa del éxito, del reconocimiento social, del dinero y del poder. Robando, trabajando en jornadas agotadoras y degradantes para el espíritu y la mente equilibradas; prostituyéndose de muchas maneras. Todo para ganar más, consumir más, derrochar más.

Al no tener en cuenta a Dios se quieren forrar de dinero para no depender de Dios en ningún momento. Toda esa parafernalia de avaricia y corrupción no es nada más que la angustia de creer que solo hay esta vida y que hay que pasarlo muy bien comiendo langosta y bebiendo champaña. Y en lugar de disfrutar como cualquiera, que tiene lo que necesita con la conciencia tranquila y adaptándose a sus ingresos reales, vive en sobresaltos y mentiras, para defender sus depredaciones a los ciudadanos que luchan y trabajan para mantenerse dignamente con sus familias.

Ya no importa para triunfar quien, ni cuantos, quedan en la cuneta. La forma de pensar ya no es solamente que «yo tengo que triunfar» es que «los demás tienen que fracasar», pues si no, el triunfo ya no sería completo. Cada uno es el único que se importa a sí mismo: lo demás no importa, sean cosas, animales u otros hombres. Se hace un discurso moral, se publica algo con fotos impresionantes y a los dos días no ha pasado nada.

Otras atrocidades sustituirán a las anteriores y ya está la humanidad vacunada contra la sensibilidad. Por una parte, vemos como este satánico sistema, tan insidiosamente extendido a veces bajo muy sutiles razones, produce una incapacidad de muchos para obtener lo mínimo para su subsistencia y por la otra los que no tienen escrúpulos ni barreras morales o se burlan de la policía y de la ley, gozan de increíbles oportunidades para enriquecerse sin límites. Y aun con la ley en la mano, el sistema perverso permite estas aberraciones que tanto denostaban los antiguos.

Estamos de acuerdo en que Dios no ha querido repartir la inteligencia y otros dones por igual entre los hombres. La nacionalidad, la cuna, la educación y las oportunidades no son controlables por el hombre. Pero obedeciendo la ordenanza de Dios podríamos hacer un mundo más habitable y justo, aun con las naturales diferencias, pero no con esta monstruosa desigualdad. Esto no es, no puede ser normal.

Y el cristiano genuino y aun sin contaminar, así como el incrédulo pero con un mínimo de ética y equidad, se da cuenta de que se encuentra sumergido en una vorágine de tensiones y solicitaciones que tratan de arrastrarle con ímpetu y de las que reconoce su malignidad extrema. Entiende que jamás se debiera haber dejado llevar por la corriente cooperando con su asentimiento y consentimiento a este estado de cosas. Ahora, volver atrás es mas difícil todavía, pero ya al menos tiene conciencia de la magnitud y depravación del sistema.

Verdaderamente los creyentes, los hombres de buena voluntad y opuestos por tanto al cruel e implacable sistema mundano, rechazarán con energía cualquier situación extrema de robar, matar, mentir etc. pero sutilmente son acometidos y aguijoneados por las pequeñas cosas del sistema mundial que, aparentemente, son legítimas y necesarias.

Estas pequeñas cosas son las mas difíciles de discernir, pues amamos la comodidad y el dejarnos llevar por la corriente, pero son el conducto por donde ese espíritu satánico nos introduce insidiosamente en su inicuo sistema. ¡Que necesidad tenemos de vigilar y ser sobrios!

El comercio, la falsa y extrema religión y la política, son las principales, aunque no únicas señales; su exaltación extrema nos señalará el tiempo madurando, y a punto para el estallido del sistema y su final definitivo. Entretanto no haya desidia entre nosotros, y preparémonos cada día para la gloriosa solución de Dios para con sus pobres.

Entonces conoceremos con toda plenitud inimaginable, su perfecta victoria sobre este cosmos satánico, y también la plenitud de la perfecta libertad y gloria que tan ansiosamente anhelamos los que le esperamos. No sea hallado entre nosotros alguien del que se pueda decir: «no tiene interés». La lucha es dura, pero la victoria es segura y esplendorosa. No nos la dejemos arrebatar a cambio de bagatelas y vanidades. Ni de ninguna otra cosa.

Rafael Marañón

AMDG