sábado, 18 de junio de 2011

FE Y PAJARILLOS


 Estamos continuamente delante de Dios, y Él sabe todo lo que hay en todo. Ni un solo pajarillo cae sin el Padre (Mateo 10:29). Las gentes no conocen nada más que una visión muy corta, estrecha, parcial, y condicionada de la realidad. Los creyentes vemos nítidamente en la oscuridad de la fe, que es lo que nos da confianza y paz. Sin la fe, es imposible agradar a Dios y enfrentar con paz y seguridad los problemas de la vida (Hebreos 11:6).

La fe es el único camino sosegado, la única manera de vivir con sentido de eternidad, la única consolación, el único alivio que nos queda. Y esto es lo que agrada a Dios. La fe es la absoluta seguridad. La fe inteligente que sabe los beneficios de ella y guarda, como la Ley guardaba a los antiguos hebreos.

La fe en Jesucristo, situa a los creyentes en una posición de desdeñar todos los “cantos de sirena” mundanos, para llevar, por el contrario, una vida sosegada, libre de presiones y propagandas nocivas que, de seguirse, llevan invariablemente a la muerte prematura del cuerpo y eterna  del alma.

Cuando todo lo que nos rodea es un torbellino de angustia y temor, de apremios y confusión mental; cuando todo nos traiciona y abandona, ¿en quién encontraremos consuelo y poder para superar tanta dificultad? No queda otra salida que seguir la luz de la fe. La claraboya de la fe.

Hay veces en que, a pesar de mi veteranía, me encuentro decaído e irritado. Se oscurece mi horizonte. Enfermedad mía es ésta, digo para mí (Jeremías 10). Pero conozco a un buen amigo creyente que es ciego. Le llamo, le visito, y no encuentro en él ninguna filosofía, consejo o teología al uso de los amigos de Job. Simplemente hablamos, y su serenidad y su fe me reconfortan de tal modo que al salir de su casa me encuentro consolado y relajado.

En nuestros encuentros lo que menos cuenta es la altura teológica que alcanzamos, con ser esto un factor tan importante. Siento que Dios me interpela a través de aquellos ojos sin vista ante los cuales me expreso y gesticulo como si no estuviera ante los ojos de un ciego.

Sé que él también encuentra restauración en nuestras reuniones y en mí compañía, pero lo que para mí es más importante es la paz que me comunica en la aceptación consciente y doliente de su situación. Dios habla a sus hijos de muchas maneras (Hebreos 1:1). Para mí, ésta es una de ellas.

En la lucha y la brega de la vida hay que entender que, al lado de nuestras carencias, conviven tantos y tantos dones de Dios que sólo cabe decir: Padre, tú permites esto. Yo no tengo nada que objetar o añadir. No tengo nada más que saber.

Tanto yo como las circunstancias que me rodean formamos parte de todo tu plan, de todo tu designio eterno. Callo, pues, y espero confiado. Esto que me sucede pasará, como pasa todo. ¡Tú estás ahí; muy cerca! Sabes lo que siento; sabes que no soy dueño ni de mis pensamientos ni de mis reacciones pero, estando Tú, estoy tranquilo y pacificado. Te alabo y te doy gracias por contar conmigo. Gracias por el tesoro de paz que me concedes y que llena mi ser entero.

Y entiendo que aunque es Padre, o por que lo es, consiente o determina, precisamente por ello, que a sus hijos les sobrevengan pruebas y dificultades. Consiente que seamos desechados, criticados y que estemos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados... para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal (2ª Corintios 4:8-11).

DIOS, LA FE Y EL UNIVERSO

 

Sea como sea, el caso cierto es que vivimos sujetos y constreñidos a los condicionamientos que la vida dispensa a cada uno. Aparentemente las cosas pasan «porque sí», se dice entre las gentes y «porque sí» suceden los desastres, las injusticias, y el mundo sigue «rodando». Todos tenemos que morir, se dice siempre, pero jamás se acepta si se aplica a uno mismo o a los suyos.

El esclavo sigue esclavo, el enfermo sigue enfermo, y un tifón, rayo, o terremoto, no distingue a nadie. Dios hace su obra, y ella actúa dentro de las leyes que El le marca, aunque siendo soberano no tiene por qué sujetarse necesariamente, a ellas. La creación pertenece y se sujeta a Dios, y no al contrario.

Si Él quiere, puede cambiar cualquier devenir, hacer o no hacer. En la onda de la fe, sabemos que nada hay imposible para Dios. Esta afirmación tan verdadera, adecuadamente meditada, nos da la constatación de lo que Dios es y cuál es nuestra posición ante él.

El Señor se atiene a su propio gobierno, y a su solo propósito en relación con su Universo. La naturaleza no es una fuerza ciega. Ocurre, que nuestra diminuta inteligencia no puede ni imaginar el conjunto ajustado y perfecto, de la combinación de acciones que componen la vida y el movimiento de la creación.

Todo está conectado en tiempo, forma, y lugar entre sí, por la sola inteligencia y omnipotente voluntad de Dios. En el interior de cada evento, está Dios disponiendo y gobernando. Mucha gente sufre, a causa de su lógica inhabilidad para comprender ni un átomo de lo que sucede; pero esto es debilidad e incompetencia de la criatura y no un error de Dios.

Y así suceden los males, los accidentes, las calamidades, etc. Sabemos que nada sucede sin el Padre, en actos libres y soberanos propuestos y determinados desde la eternidad. Es la clara visión de la fe. Detrás de cada suceso, hay una realidad que no es casual. Los eventos pasan, pero esa realidad y ese determinado propósito, y el poder que lo ha hecho posible es lo que permanece.

En el camino de Emaús, Jesús resucitado preguntó a los discípulos cuando le contaban los sucesos de Jerusalén, creyéndole forastero y desconocedor: «¿Qué cosas?» (Lucas 24:19). Aquellos eventos ya habían pasado. Delante de ellos tenían la realidad trascendente de Cristo resucitado del que, por fin, comprendieron que era la sustancia y motivo de todo lo acaecido.

El suceso es tributario de la realidad, forma parte de ella; pero sólo como fenómeno, no como núcleo del devenir de las cosas. Dios es la única realidad trascendente y esencial. Por eso podemos decir: Dios lo es todo. (Efesios 4:6; Corintios 1 15:28).

A un creyente en situación de extremo peligro sus compañeros, que compartían el mismo riesgo, le increpaban: «Sólo sabes hablar de Dios, ¿es que no sabes hablar de otra cosa?» Él, en medio de la gran agitación y crispación naturales de todos, respondió mansamente: «¡Es que no hay otra cosa!»

Este hombre, veía mucho más lejos que sus compañeros de infortunio. Los mismos peligros compartidos, eran contemplados por él desde otra realidad y perspectiva distinta. Una sólida realidad, claramente percibida, que le hacía permanecer en calma y poder seguir confiando entre la desesperación de los otros. Y todo así.

La fe no es una jaula, sino una puerta abierta desde la comprensión del misterio de la creación, y las consecuencias naturales aportadas por la razón. Es tan fácil como tratar de imaginar al Océano Pacífico, desde el borde de una piscina. La razón trabaja desde ese lugar, hasta captar algo de la grandeza del Océano. Y comienza la fe.