jueves, 19 de abril de 2012

DE LAS ADICCIONES MALÉFICAS


Observando detenidamente cada evento o suceso de nuestras vidas (cosa que tan poco se practica, si no es para quejarse de la Providencia, del Karma, o cosa parecida) vemos que todo consiste en la falta de voluntad para resistir el atractivo del placer inmediato y a veces urgente, para el que está ya enganchado en algún vicio o inclinación patológica.

Estas debilidades del carácter, son las que llevan a muchos jóvenes a prolongados comportamientos nocivos para una preparación genuina, que les permita abrirse camino en el intricado bosque de las relaciones humanas, y ser persona bien recibida por los círculos en los que vale la pena estar.

No cabe duda de que entre los “rinconetes”, cualquiera es bueno si hace lo que le dictan los demás de la pandilla. Y a veces son acciones violentas o ilegales y, desde luego, casi ninguna, por no decir más, es legítima. Son los llamados grupos o pandillas de gentes jóvenes, que han renunciado a someterse al autodominio, y por tanto van contra todo lo que signifique orden y prosperidad.

Estas personas trasnochan y viven, en una atmósfera de sobreexcitación, de disipación, o de crápula. En todo esto compiten en ser el más destacado violador de la calma ciudadana, y del orden cívico. De ahí la derivación a nombre de “gamberro o antisistema”. Es huir de cuanto los condiciona a esforzarse, para obtener una vida de orden y justicia reales. De ahí a la violencia no hay nada más que un paso.

Al salir de la vida noctámbula el sueño se acorta, (para ellos es perder tiempo) se hace agitado y superficial, y les conduce a un amanecer soporífero, que les incapacita para el trabajo y la norma. Solo entrando en la pandilla se sienten seguros y fuertes, aunque hayan renunciado ya a toda clase de noble aspiración, y envidien posteriormente a otros que sí, logran prosperar.

 Buen ejemplo de ello es los noctámbulos que se quedan hasta las altas horas de la madrugada, y al día siguiente sufren cefaleas, y sopor, que les impide dedicarse prácticamente a cualquier trabajo útil para ellos y los demás.

Fatiga orgánica, malestar corporal y mental, apatía psíquica, alteración de la claridad espiritual, descuido en su persona, disminución de la capacidad de autocontrol, y desprecio por los consejos de sus mayores, que son vencidos por la adicción a las hábitos de la pandilla o a la propia adicción. Y a Dios por enemigo, porque su dirección no es lo que ellos quieren.  

Y sobre todo quejas, por observar que otros consiguen puestos relevantes mediante su preparación y disciplina, y a los que califican de explotadores, y otros improperios, y de los que tratan de obtener el fruto de sus esfuerzos. Es la clásica envidia por no haber, al final, obtenido nada de sus devaneos, y la negativa a aceptar tareas menos relevantes que los que partieron, como ellos, de una situación en cierto modo privilegiada.