viernes, 5 de agosto de 2011

CANCER Y OTRAS COSITAS: SABILA: LA REYNA DE LAS PLANTAS CURATIVAS

CANCER Y OTRAS COSITAS: SABILA: LA REYNA DE LAS PLANTAS CURATIVAS

TEILLARD DE CHARDÍN



Mi muy querido amigo. Gracias por haberme enviado las preguntas sobre los temas de Teillard. Yo era en mis tiempos más juveniles, gran lector de todo lo que pillaba de este gran hombre tan genial, y a la vez tan humilde, he leído con atención tus envíos.

Nada nuevo para mí, ya que cuando tenía menos de treinta años ya había leído casi todo lo de este hombre. Desgraciadamente, presté los libros a un abuelote amigo que se murió, y por lo tanto se perdieron para mí. Por otra parte he prestado y regalado infinitos libros en mi afán de comunicar los gozos de la fe, seria, y no afectada ni artificial.

Para mí, la cosmovisión de Chardín no difiere en nada con la de San Pablo que es, como sabes, el pilar del desarrollo de la fe cristiana. (Hay que tener en cuenta que los escritos de Pablo son muy anteriores a los llamados evangelios, tanto los sinópticos como el de Juan).

Te podría hacer un ensayo de muchas páginas sobre esta cosmovisión que es la auténticamente cristiana, pero te haré algo mejor y es enviarte cuando salgan de la imprenta (ad calendas grecas) unos libros que publicaré.

Pablo insiste en que todos tenemos que llegar a la plenitud de aquel que todo lo llena en todo. (Efesios 1: 15 al 23.) Ese es el llamado PLEROMA, que tanto entusiasmaba a Teillard de Chardín así como a Pablo. 

¿Por qué? El (Cristo) es la imagen del Dios invisible, el primogénito de la creación. Por que en él fueron creadas todas las cosas las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisible, sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado en él y para él… por cuanto agradó al padre que en el habitase toda plenitud. (PLEROMA) (Colosenses 1: 15 y siguientes).

El genial Teillard solo quiso (aparte de su conociminto y afición a la arqueología y paleontología) desentrañar y conjugar la existencia y acción de Dios, sencillamente con lo que era visible ante los ojos de la gente de su tiempo, aherrojada en la ortodoxia medieval o renacentista antigua, como antes Galileo.

Galileo no es comparable con Teillard porque son dos direcciones distintas. Uno descubrió escuetamente un hecho físico (con innegables trascendencias teológicas) y el otro trató de establecer la dignidad del hombre a través de la acción de Dios.

En su tiempo el hombre era algo despreciable, y el cuerpo solo pecado. Todo lo que proporcionaba placer era maldito (exceptuando, naturalmente, los placeres de los grandes), y Teillard quiso mostrar que el cuerpo está muy sujeto a la mente y al espíritu, y que esas tres propiedades son las que hacen al hombre integral.

Así dice San Pablo. Y todo vuestro ser; cuerpo alma y espíritu sea guardado irreprensible hasta la venida de nuestro señor Jesucristo. Fiel es el que os llama el cual también lo hará. (1ª Tesalonicenses 5: 23 y ss.)

Ahora bien la Biblia (base de la fe cristiana de cualquier observancia) dice que había hijos de los hombres que gustaron de las hijas de Dios, y que de la mezcla emergió un raza distinta. La Biblia no es una crónica de hechos para curiosos, sino que nos da unas claves para entender las cosas primigenias.

El paraíso, si se quiere interpretar escatológicamente es la dicha de la verdadera libertad de los hijos de Dios, que se recupera en el hombre que concierta dentro de sí los tres elementos constitutivos de Él y los incorpora al PLEROMA.

El desprecio del cuerpo no es cristiano. Será otras cosas, pero cristiano no es. El hombre no es tampoco solamente su propio cuerpo, por lo que Teillard habla de unos antepasados dignos de descubrir.

Esto desde la perspectiva cristiana, de la que nunca se salió en su cosmovisión, copiada de Pablo, y de los reformadores y Padres de la Iglesia posteriores.

Lo que ocurre también, es el vicio de considerar todo a la vieja luz medieval, que ha fallado clamorosamente en todos los tiempos. Pero eso ocurre con todo y la ciencia y la teología han crecido a veces de un tirón espectacular, y otras lentamente en largos períodos.