sábado, 16 de julio de 2011

POR FAVOR



Hay muchas dificultades a lo largo de la vida de las cuales una de ellas y no menor es la de hacer favores. Le preguntaban a un moribundo: ¿te arrepientes de tus pecados? -Me arrepiento- ¿perdonas a tus enemigos? Y él volvió a responder – Yo no tengo enemigos; no he hecho nunca ningún favor-

Por supuesto no es tan así, pero refleja en cierto modo lo que ocurre en esto del trato con el prójimo. Si el que hace un favor espera que se le corresponda, aunque sea con gratitud está errado. No es que no existan y tal vez en abundancia (no quiero ser aguafiestas), los agradecidos, pero si el bien que se hace si no se hace para Cristo, no atesora ningún mérito, porque en cierto modo algo esperamos de nuestra buena acción.
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Es pérdida de tiempo esperar que se nos compute la buena obra en el terreno espiritual, si esta no va precedida de un deseo de hacer el bien por medio de Jesucristo. Por supuesto, toda buena obra tiene su mérito y no se lo vamos aquí a regatear, pero la buena obra, o es del Cielo, o no es pura y meritoria. Y los méritos son de Cristo y no nuestros.

Si alguno piensa de otro modo me parece natural pero pienso que el Espíritu nos observa constantemente y toda obra tiene que hacerse ante la presencia de Dios. Y obra, intención, pensamiento etc. tienen que estar impregnados del amor de Dios. Por eso es tan necesario estar siempre en la onda de Dios para que no se desperdicie ni un átomo de bondad.

Aquel hermano que en la iglesia fue víctima de celos, envidias, y sus hechos torvamente interpretados, comprendió que aquello fue necesario para distinguir mejor lo espiritual de lo mundano; lo que en un principio fue una experiencia dura y decepcionante, mediante la reflexión en la fe resultó en una mejor comprensión de las debilidades humanas entre las que se encontraban las suyas propias, que los juicios adversos de los hermanos prejuiciados le hicieron ver.

Miró la situación con «ojo bueno» y aprendió a amar aun a pesar de aquellas situaciones tan ostensiblemente penosas y comprobó, como el poeta:
Su locura en su arrogancia;
Mi humildad en su desprecio
(LOPE DE VEGA).

Tal vez los otros le vieron también a él así, por lo que aquella situación le obligó a mirarse a sí mismo y obtuvo un gran provecho de ello, cosa que tal vez no habría hecho si no hubiera pasado por aquellas pruebas. En ellas comprobó que solo Cristo es amigo fiel.

Nuestras seguridades solo son petulancias mentales, porque lo que ignoramos es infinitamente más importante que aquello que conocemos. Solo la Revelación nos da iluminación para saber todo aquello que es peculiar del Espíritu. Sin la revelación, solo los conocimientos científicos nos harían ver a todos que no somos nada en el espacio casi infinito de la Creación.

La Iglesia es de Cristo y sólo Él puede juzgar lo que es suyo. Nosotros tengamos cuidado de nosotros mismos y de la doctrina (Timoteo 4:16). Juzgar a los demás, no nos corresponde a nosotros.

Sin adversidad nos lanzamos a caminar errantes por los caminos del mundo y no nos acercamos a Dios, siendo así  que el apóstol Pablo dice: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios (Hechos 14:22).