jueves, 12 de mayo de 2011

ACTITUD Y PAZ


Pero hay que dejar bien aclaradas dos premisas principales para enfrentarse con un tema tan delicado. Primera. No es lo que nos sucede, sino nuestra actitud ante ello, lo que hace que cualquier dificultad con la que nos sentimos enfrentados sea para nosotros algo terrible, o sólo un inconveniente pasable. Repetimos, es la actitud subjetiva la que proporciona identidad y cuerpo a lo que nos sucede objetivamente. Un ejemplo: Cuando mi hijo era pequeño había que llevarlo periódicamente a la peluquería, a la que él aborrecía.

Era una "odisea". Tan pronto como el peluquero nos veía entrar en su establecimiento, nos lanzaba una mirada mezcla de simpatía y de compasión por él y por nosotros. El niño gemía, protestaba, sudaba... y el peluquero y yo con él. Una angustiosa hora era precisa para hacer el trabajo; tanto que  dejábamos pasar el tiempo más de lo conveniente, antes de volverlo a llevar.

Un día que se hallaba más sosegado pude persuadirle de que si se quedaba quieto, le podía prometer que el asunto duraría menos de la mitad del tiempo y el trabajo sería menos desagradable y aun pasable para él mismo. El niño era inteligente y comprendió. Dios sabe el esfuerzo que el chico haría con tal de contentarme. Lo cierto es que los siguientes cortes de pelo fueron totalmente tranquilos, sin gemidos, ni tirones ni sudores.

Éramos el mismo peluquero, el mismo padre y el mismo niño, pero la actitud de éste era distinta y todo cambió a mejor. Ya jamás volvimos a padecer aquel suplicio. La actitud del niño, confiado, positivo y calmado, fue el condicionante de aquella estupenda variación.

Podemos colegir, por este simple ejemplo que es nuestra actitud ante cualquier situación lo que condiciona decisivamente las circunstancias y resultados en casi todas las situaciones de la vida. Mala actitud y enfrentamiento es igual a sufrimiento. Buena actitud es serenidad y paz. Comprueben en un niño pequeño al que hay que ponerle una inyección.

En medicina, y ante cualquier intervención médica, lo que más aprecian los cirujanos es la serenidad y confianza del enfermo, que les facilita de forma extraordinaria la necesaria intervención. Y con lo dicho se puede hacer una extrapolación a toda situación.

Segunda. Muchas veces preguntamos: ¿Cuál es la voluntad de Dios en este asunto tan doloroso y complicado que me está sucediendo? Podemos decir con toda certeza: La voluntad de Dios es exactamente lo que me está pasando! ¡Esto mismo!

En esta actitud, que es difícil si es sincera, el creyente comprueba sin más cuál es la voluntad de Dios. La fe repite constantemente: ¡Esta es! Y ya no hay por que devanarse la cabeza ni agitar el corazón. Todo lo que ha pasado, pasa o pasará, es la voluntad de Dios. Los mismos sucesos son su voluntad y los resultados de esa voluntad.

Ya decimos que es difícil, en un trance cualquiera, decir y sentir esto con sinceridad y acatamiento real. Pero es así, y no de otra forma. Dios crea, vitaliza y controla su universo. No se descuida o duerme, ni tampoco se equivoca. Si lo sentimos así, comprobaremos más adelante esta verdad tan reconfortante.

Para empezar a guiarnos, en primer lugar hemos de tener muy en cuenta las afirmaciones de La Biblia, perfectas y verdaderas como lo que son: Palabra inspirada por Dios. El decurso de la vida nos da ocasión de comprobarlo, pero es más sabio obedecer y, después, sin complicaciones, verificar su eficacia y poder.

Rafael Marañón

LA BÚSQUEDA DE LA PAZ.





Que formo la luz y creo las tinieblas,
que hago la paz y creo la adversidad.
Yo, Dios, soy el que hago todo esto.
Isaías 45:7
Mira la obra de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que
él torció? En el día del bien, goza del bien; y en el día de
la adversidad, considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro,
a fin de que el hombre nada halle después de él.
Eclesiastés 7:13, 14
Todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta. (el amor).
(1ª Corintios 13:7).

El ser humano vive inmerso en un enigmático universo, rodeado de un cúmulo de dificultades, de agresiones internas y externas, así como de deseos frustraciones e ilusiones que se desarrollan dentro de su propio interior; las más de las veces no dependiendo lo más mínimo de su propia voluntad.

Se siente como una pavesa en el viento, y desea desesperadamente, aun en las mejores circunstancias, estabilidad, bienestar y vigencia, que no alcanza a percibir en la «loca rueda de la fortuna», que no cesa de girar. El temor le acompaña a lo largo de toda su vida. Temor en la niñez, en la adolescencia y en cada tramo de la vida continuamente. En cada época el suyo, pero en todas se siente atrapado por el temor.

Asimismo, aun en la paz más estable, el ser humano, que es complicado por naturaleza, tiende a complicarse aún más sin poderlo evitar. Así se dice con acierto: «El que no tiene una cruz, con dos palitos se hace una». Y es que aun en paz y sosiego, tan fugaces, la imaginación (la loca de la casa), se inventa motivos de inquietud, bien para proyectarse hacia adelante, tal vez en pos de una fugaz quimera, o bien para retraerse y replegarse dentro de sí misma, defendiéndose de algo que sólo existe de una manera subjetiva e irreal, aunque parezca real para ella.

Ante la dificultad o la adversidad, hay dos modos principales de enfocarla y enfrentarse a ella: la cristiana y la pagana. Es decir, la del hombre de fe y la del que quiere confiar en todo menos en Dios. El cristiano confía en Dios para todo. El pagano lo invoca «por si acaso» pero a la vez se agarra de forma desesperada a lo que encuentra de misterioso, siempre que le digan, y a él le parezca, que tiene propiedades para enfrentar aquella dificultad.

Fetiches, amuletos, estampas... Se puede comprobar cuando se visita un hospital. Hay de todas clases. Si el enfermo sana, fue gracias a cualquier cosa (ni siquiera la ciencia), el amuleto, la estampa o vela encendida. Si no curan es que Dios fue el que cruelmente no quiso. La diferencia empieza por esos distintos enfoques y proyecciones, que tan mal entendidos son por los paganos.

Los cristianos, sin dejar de ponderar y comprender con la mayor profundidad que nos es posible el estado de ánimo del incrédulo, vamos a enfocar la cuestión desde la perspectiva del hombre de fe.

El ánimo del incrédulo, que está siempre sobresaltado y temeroso es, muchas veces nos guste o no, similar al del «creyente» de cualquier denominación, tibio y desentendido de las cosas de Dios. Por ello estamos seguros de que sólo el verdadero creyente, el elegido, puede aplicarse con eficacia estas consideraciones. Y si avanzamos algo en este terreno, ¡gloria a Dios!

Dejemos por sentado que no menospreciamos las turbulencias internas y externas de cualquier ser humano. Todos somos humanos, por tanto «nada humano nos es ajeno». ¿Quién puede sustraerse al agitado devenir del sufrimiento humano? ¿Quién podrá comprender el misterio que se mueve en la existencia de cualquiera?

Rafael Marañón Barrio