domingo, 1 de julio de 2012

EL MURO DE LA REALIDAD


Existe una pared infranqueable, que separa al hombre y su pensamiento del propósito de Dios. Lo que podemos saber ya está revelado, pero el devenir de nuestras vidas, es un arcano que nadie puede desvelar. Todo esfuerzo en esa dirección es vano y casi siempre materia de mercadería. El temor, la angustia y la tristeza hacen que el hombre pagano caiga en la red de toda clase de supersticiones, y sea víctima de supercherías y engaños. Y curiosamente él lo quiere así.


Otros mucho más inteligentes, aunque igualmente inermes espiritualmente, echan mano desesperadamente del determinismo ciego o de la fatalidad. El azar, dicen, gobierna el universo. Es decir, el desorden y el caos traen por sí solos el orden y la coherencia. ¡Peregrina idea! Solo hay que abrir una humilde naranja y comprobar que bien está dispuesta para ofrecernos zumo en conserva natural.


¡Que bobadas se nos ocurren! Y es por eso que dice la Escritura Santa: ¿Quién es ése que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría?  Ahora cíñete como varón: yo te preguntaré, y tú me contestarás. ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber si tienes inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas, si es que lo sabes? (Job 38:2-5)


La necesidad, -decía Monod-, concreta el «gobierno» del mundo. Es pues una “inteligencia”, que convierte al azar en un «dios» al fin y al cabo. Es el «che sera, sera» italiano. Es decir, hagas lo que hagas, «lo que ha de ser será»


Fatalismo irreal, porque en la práctica cada uno hace por y para sí mismo todo lo que puede. Es pues, un sofisma envenenado. ¡Qué gran descubrimiento, al final de años y años de reflexión por parte de un afamado filósofo! Al final, éste fue el resultado tan «brillante» que obtuvo.


O aquello del holandés errante. «El dedo implacable sigue y sigue escribiendo; detenerlo no podrás, con tu piedad o tu ingenio, y a borrar no alcanzarás ni una coma, ni un acento». El dedo implacable, la fatalidad, el azar... ¡Qué más da! Si no quieren aceptar a Dios, cualquier cosa les vale.


Éstos son los argumentos de cualquier pagano. ¡No hay Dios, por la única razón de que a mí, simplemente, no me cabe en la cabeza! Dios tiene que caber en la cabeza de cualquier criaturilla, y si no es así es que no existe. ¡Qué arrogancia y qué miseria de pensamiento! Eso es prejuicio y no reflexión. Y sin embargo, son ellos los que se arrogan la inteligencia «razonable».


Dicen los incrédulos y filosofastros: «¡Éste mío, es un punto de vista como cualquier otro!». Bien; si es como cualquier otro es tan verdad como todos, o tan mentira. Por eso, en la práctica, estos «librepensadores», que no son ni pensadores ni libres, se entregan y creen a lo que hay, y a lo que no hay que creer. Dicen que son tolerantes, y este sofisma lo ponen de moda añadiendo que los creyentes son los intolerantes. Claro está, confunden ciencia y fe.


Pero, ¿qué no confunden estos filósofos? Por lo visto ellos solos son la inteligencia y la verdad; al menos eso dicen. Por el contrario, el rabino Eleazar-Ha-Qappar dijo: «Los nacidos están destinados a morir, los muertos a resucitar, y los resucitados a ser juzgados». «¡Dense todos por bien enterados!: Él es Dios, Él es el Creador, El es observador, El es el juez, Él es el testigo y El es el acusador! El habrá de juzgar un día. Loado sea Él, ante el cual no hay injusticia ni soborno, ya que todo le pertenece.»


«Sabe todo y todo lo tiene calculado; y no te tranquilice la idea de que la fosa será tu refugio, puesto que sin contar con tu voluntad fuiste creado, contra tu voluntad vives, contra tu voluntad morirás, y contra tu voluntad tendrás que dar cuenta un día ante el Rey de reyes, el Santo; alabado sea Él».


No hay en esas expresivas palabras nada de fatalidad negativa. El rabino, solo hace relación de los distintos pasos del hombre, desde el nacimiento a la muerte. Llega elegante y directamente a la conclusión exacta. Y no tiene que hacer tantos ajustes fiosóficos, sino que su experiencia y la de sus antecesores en la fe en Dios, le garantizan la verdad de lo que afirma. La fe, es la mejor maestra.

LA ACTITUD LO ES TODO





Ante la frontera de lo desconocido, sólo resta confiar en la mano de Dios, y con toda tranquilidad y paz decirle con todas nuestras veras: «Sé que me amas, Señor creador del Cielo y de la tierra; que tú eres omnipotente, que todo es tuyo y yo sólo soy una insignificante criatura que no puede llevar sobre sus débiles hombros el peso de su propia vida. Como lo has decidido así lo acepto, porque no soy yo el protagonista sino Tú; Tú sabes y yo no». «Hágase en mí, conforme a tu palabra» (Lucas 1:38).

Hámlet con motivo de la muerte de su padre desespera y clama en medio del dolor. Otro dice: «Sabemos que las cosas han de suceder necesariamente, como son la muerte y las calamidades, y que son tan comunes como la cosa más vulgar de cuantas se ofrecen a los sentidos.

¿Por qué con terca oposición hemos de tomarlo tan a pecho? Ese es un pecado contra el Cielo, una ofensa a los que murieron, un delito contra la naturaleza, el mayor absurdo contra la razón. Todos, muertos o vivos, no han podido dejar de exclamar. ¡Así ha de ser!» (SHAKESPEARE).

Insisto en que las cosas adversas o favorables no son las que cuentan para el hombre espiritual y sensato, sino la actitud ante ellas. Una de dos alternativas: o levantar el puño contra el Cielo, o bajar la cabeza, callar la boca y decir a lo sumo: «Amén, Señor; Tú sabrás».

Vivimos sumergidos en un universo que no podemos controlar, que apenas entendemos y en el que no sabemos por qué estamos. Y vemos que no es posible dominar lo que sucede a nuestro alrededor y ni aun a nosotros mismos. «No hay hombre que tenga potestad sobre el espíritu ni potestad sobre el día de la muerte» «Eclesiastés 8: 8».

¿Quién puede medir la felicidad de nadie? «Porque el hombre tampoco conoce su tiempo» (Eclesiastés 9:12). Cuando la confianza acompaña a la adversidad, podemos decir: «Brillará de nuevo el lucero de la mañana sobre esta oscuridad y negrura que me envuelve ahora. El día ya despunta, y la aurora ya se anuncia. Solamente esperar».

Y te invade la paz y la seguridad más pura y sublime aun caminando en la noche oscura del alma y entre la horrísona tempestad de los aconteceres adversos. Sólo la fe ilumina con luz cierta y permanece inmutable como don divino que es. Que se haga como Dios dispone. Esto es lo bueno, lo que consuela, y ahí está la grandeza de la fe.

En cambio, ¡Ay! del que escupe con rencor irreverente ¿Porqué a mí? Si es creyente ya lo sabe y no tiene por qué preguntar ni rebelarse. El Señor así lo ha dispuesto; basta con eso.

Sí no lo es, no tiene derecho a culpar (porque es un contrasentido) a alguien del cual dice que no existe, y por lo tanto entréguese al «hado fatal» y viva si quiere continuamente en la oscuridad. Nosotros los cristianos no vivimos así. Alabemos a Dios que nos provee de otra vida tan distinta.

¿FATALIDAD O GOBIERNO DE DIOS?





Aunque la higuera no florezca ni en las vides haya frutos,
aunque falte el aceite del olivo
y los labrados no den mantenimiento
... con todo, yo me alegraré en el Señor, y me
gozaré en el Dios de mi salvación
.
Habacuc 3:17, 18

Cito en este trabajo unos párrafos de un grupo de cristianos, que me hicieron pensar en la seguridad de la salvación, de aquel que, dejando todo discernimiento carnal y siguiendo lo pasos de Jesucristo, tiene la seguridad de su amparo y su comprensión hacia sus debilidades. Porque es incontestable que todos tenemos debilidades. Es consolador, y estimulante para una vida dedicada al compañerismo con Jesús, y bajo la sombra el Altísimo. Dice así:

«El creyente sabe que su rumbo en la vida es uno que le conduce al Cielo; que su camino terreno ha sido preordenado para él personalmente y que, por tanto, es un buen camino. Aunque no comprenda todos los detalles puede mirar confiadamente hacia el futuro aun en medio de las adversidades, ya que sabe que su destino eterno está asegurado y lleno de bendiciones y que nada ni nadie puede despojarle de este inapreciable tesoro.

Además sabe que una vez terminado su peregrinaje podrá mirar atrás y ver que cada suceso de su vida fue preparado por Dios con un propósito particular y se sentirá agradecido por haber sido conducido a través de todas sus experiencias personales. El día vendrá cuando a todos los que le afligieron o persiguieron podrá decir, como José a sus hermanos: «Vosotros pensasteis mal contra mí, pero Dios lo encaminó a bien» (Génesis 50:20).

Dios alto y sublime se interesa en sus más mínimos sucesos que los hombres llaman casualidad, suerte o azar. Cuando una persona se siente y reconoce escogida por el Señor, y sabe que cada uno de sus actos tiene un significado eterno comprende con mayor claridad cuan trascendente es su vida. Por consiguiente, siente una nueva y poderosa determinación de hacer todo lo que redunde en la gloria de Dios. Además sabe que aun el diablo y los hombres impíos no importa cuántos males traten de infligir, no sólo son refrenados por el Señor, sino compelidos a hacer la voluntad de Dios (Lorraine. BOETNER y otros).

El muro de la realidad es penetrado por medio de la fe y Dios se encarga de que aun aquí gocemos de la paz, según las suaves orientaciones del Espíritu Santo, porque así dice el Señor: «Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos» (Isaías 55:9).

Todos tenemos, en puridad, algo de qué quejamos a cuenta de nuestra presencia física o de nuestro carácter. Pocos hay que se sientan totalmente satisfechos y sin defectos, a menos que sean unos insufribles petulantes.

Tengamos el defecto físico o psíquico que sea, lo cierto es que cada uno de nosotros puede vivir con el suyo. Naturalmente no es de nuestro gusto, pero en la mayoría de los casos aprendemos a convivir con él y nos acostumbramos a él, tarde o temprano. Hasta podemos, a veces, sacar partido de algún defecto o carencia.

De Rodolfo Valentino, el famoso actor de los años veinte, se decía que su fascinante personalidad se basaba, sobre todo, en el ligero estrabismo que padecía. En palabras más rudas, que era bisojo; bizco. Parece ser que ello fue el detonante de su gran fama mundial entre las más famosas estrellas del cine naciente en su tiempo.

Sólo hay que preguntar a las señoras que fueron jóvenes en la época en que actuaba. Su estrabismo y su rostro, ligeramente afeminado, fueron de gran atractivo para las mujeres. Baste decir que dos de ellas se suicidaron al serles comunicada la noticia de su muerte.


Posiblemente, de no haber sido por su defecto que tanto le favorecía, tal vez hubiese pasado su vida anónima como vendedor de golosinas en cualquier sala de cine, en las que se proyectaran películas protagonizadas por otros actores.


Su defecto, fue su éxito. Si hubiese gemido y se hubiese encogido en sí mismo, no hubiera sido el gigante que fue a lo largo de su vida.

Nosotros tenemos otra moral de combate, y sabemos quien es nuestro amigo y nuestro enemigo. La vida es milicia se dice en el LIBRO DE JOB y eso está establecido por alguien que tiene un propósito eterno y lo lleva a ejecución por sus etapas.  

ANDANDO EN FE INTERIOR



«Pobre mujer abandonada» por su marido casquivano, que la deja sola con sus hijos desinteresándose totalmente de ellos. «¡Pobre separado!», dicen todos de ese hombre que ha sido cruelmente calumniado, burlado y despojado por su infiel esposa. Ni siquiera a sus hijos puede visitar. Pero aquella sacudida, les sirvió para echar fuera de ellos la vanidad y la falsa confianza en el ser humano. Aprendieron circunspección y serenidad.

Meditaron sobre lo efímero de eso que llaman felicidad mundana y, convertidos al Señor, fueron posteriormente creyentes destacados, y considerados por donde quiera que fueran. La gente, todavía hoy, los mira con extrañeza, pero con un respeto y un reconocimiento especial. Tal vez les consideran desgraciados, siendo como son los más serenos, dichosos y esperanzados.

¿Qué saben ellos de su interior? ¿Qué pueden juzgar, si no conocen éste y, por lo tanto, sólo miran lo superficial y no lo sustancial, que le capacita para la dicha y la serenidad, y que ellos ni tienen ni sospechan que se pueda poseer? Ellos son, a fin de cuentas, los dignos de compasión, y no ellos. Carecen de la riqueza espiritual que ellos tienen con tanta abundancia, y no pueden percibir los consuelos y el envidiable estado de paz en que estas personas viven.

El hombre de fe, es siempre una continua fuente de sorpresas y misterio para todos en su porte y en su hablar. Es comprendido por el Señor, y él lo sabe. Y siendo así, ¿qué importa lo demás? Entre los hombres, sólo es comprendido a la perfección por el que goza de la misma fe en Cristo, la misma confianza en Dios; la misma búsqueda espiritual. Las gentes no entienden su serenidad y humor, ni su humildad y gentileza a pesar de su situación. Hasta suelen considerarlo lerdo o inconsciente, pero ¡qué saben ellos!

En mi juventud conocí a un chico espléndido físicamente, simpático y de gran predicamento entre las jóvenes. Ir con él era tener pareja asegurada, ya que las chicas a quienes gustaba, que eran prácticamente todas, se procuraban una compañera para acompañar al joven que fuera con él. Todos eran sus amigos. Todo era éxito.

Años más tarde, me contaron que cometió toda clase de enormes errores, precisamente a causa de su atractivo personal. Murió joven de resultas de males venéreos. Sus compañeros, más normales y menos dotados que él, fundaron hogares, tuvieron familias y, unos más, otros menos, prosperaron, trabajaron y vivieron vidas fructíferas. No resplandecieron tanto al principio, pero su llama fue más serena y duradera.

No son los dones naturales de los hombres ni la «fortuna» lo que establece la dicha o la desdicha de los hombres. En Eclesiastés 8:10 se dice: «He visto a los inicuos sepultados con honra; mas los que frecuentaron el lugar Santo, fueron puestos en olvido». (Eclesiastés 8:10) Y ello es fácilmente comprobable.

No se trata de dejar indolentemente de hacer. Hay que esforzarse en realizar todo lo que de bueno se pueda, esté al alcance de nuestras fuerzas y con justicia, y eso no es fácil en este mundo. El fatalismo no es lo nuestro. «Todo lo que te viniere a la mano, hazlo según tus fuerzas», se dice en Eclesiastés 9:10. Pero entendiendo bien que «ni de los ligeros es la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas». (Eclesiastés 9:11).

En resumen, se trata de trabajar en paz, confiar y esperar en paz. Hacer nuestra parte y esperar que Dios haga la suya. Por ello, y con la mirada puesta arriba, donde está Cristo a la derecha del Padre, hagamos lo que podamos con todo entusiasmo, pero serenamente y con paz. Sabemos que «cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste, nosotros seremos manifestados con Él en gloria». (Colosenses 3:4).

Alabemos a Dios por su obra y su misericordia y recordemos las palabras tan bellas de Eclesiastés 12:6, 7: «Antes que la cadena de plata se quiebre, y se rompa el cuenco de oro y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y la rueda sea rota sobre el pozo, y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio». Dichoso aquel a quien es dado ofrecer su juventud preciosa al Señor, y que El la reciba (G. PAPINI).


ELEGANCIA Y ARROGANCIA


En nuestras actitudes ante la vida, no podemos juzgar a nadie; sólo hechos, y éstos por muy conocidos. Napoleón no cabía en Europa, y le sobró mucho espacio en el destierro de la isla de Santa Elena. Otros llegaron casi al límite de su ambición, pero o están bajo tierra, o en algún monumento desconocido, y a veces pisados por todos.

La fuerza del universo, animado y dirigido por su Creador se impone indiscutiblemente, y ninguna criatura, por muy ensalzada que sea por el hombre deja de ser una mota de polvo que a lo sumo realiza, sin saberlo, actos que ya están determinados exacta y minuciosamente desde la eternidad.

Así comprendido, podremos decir los creyentes: «Bien-aventurado el que tú escogieres y atrajeres a ti» (Salmo 65:4) Entre todas las gentes que conocemos, no son más felices o realizados los que parecen tener más holgura económica, más dones, más popularidad. Una mano invisible, poderosa e inteligente, gobierna el devenir de los hombres tanto como individuos como colectivo humano.

Insertos en un mundo en donde nos sentimos y somos efímeros, vemos que no es posible dominar lo que sucede alrededor ni en nosotros mismos. El universo nos parece quieto y estático desde la perspectiva de nuestra corta existencia; pero si lo contemplamos desde la historia, vemos cuán cambiante y repetitivo es. Se dice que la historia es la repetición de los hechos: basta contemplar las ilustraciones de un libro de historia para comprobar este aserto.

Los grandes hombres y los grandes imperios del pasado ya desaparecieron, y sólo algunos de sus nombres figuran en algunos libros de historia, pero son prácticamente desconocidos y ajenos a casi toda la humanidad. ¿Cuántos hay sumamente desgraciados, con un bagaje de dones enorme? Y hay muchos que, en su espíritu, son tremendamente dichosos y pacificados, aun siendo especialmente acosados por la adversidad.

Las cosas adversas o favorables no son las que cuentan para los verdaderos hijos de Dios, sino la actitud hacia ellas en su espíritu y en su mente. Todo lo ponderan con criterios sabios de discernimiento espiritual, a la luz de la Palabra de Dios, y las interpretan consecuentemente. Saben que forman parte de toda una inmensa realidad eterna, donde todo es cuidadosamente pesado y calibrado; tienen su porqué y para qué, y no necesitan saber más.

Hoy vivimos tan pendientes de lo que piensan las gentes de nosotros, que hacemos de nuestras vidas una continua esclavitud. La gente se abstiene de muchas cosas realmente necesarias y que no pueden adquirir, y en cambio de una sola vez, por un compromiso o fiesta, gastan en «prestigio» y apariencias lo que fácilmente les hubiera proporcionado aquello que verdaderamente necesitan.

Ahorran en alimentos, cultura, etc., y en un día todo lo derrochan para tratar de impresionar a los demás. De ahí surgen discrepancias y apuros en las familias, pero tercamente, las gentes se auto-flagelan con estas vanidades. Todo para que la imagen que quieren proyectar de sí mismas no se deteriore. Y si por cualquier motivo esto se desmorona, ya vemos a las gentes descompuestas y desesperadas, redoblando esfuerzos para recuperar... ¡la imagen!

AGRAVIOS Y VENGANZAS



Es necedad dedicar esfuerzo, tiempo, y energías mentales, en pos de una venganza que nos hace más daño a nosotros que al tal enemigo que, ignorante o indiferente, se lo pasa tan bien, y ni siquiera se acuerda del asunto. No digas: Yo me vengaré; espera a Dios y Él te salvará. (Proverbios 20:22).

Hay, pues, que renunciar a esa venganza, a esa timidez, a ese complejo. No resistir, repetimos, ni enfrentarnos a estas cosas que no podemos modificar. Y aprendamos y acostumbrémonos a convivir con ellas. Decía don Quijote a Sancho: «No te avergüences de ser linaje de labradores, pues viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte». (Cervantes).

Y es que la aceptación de sí mismo, es raíz y origen de mucha dicha y serenidad. En cambio, la negativa a aceptarse es un tormento continuo y sin fin. A fin de cuentas, tienes que dormir y comer todos los días, y convivir continuamente con esa persona que tanto te disgusta; y que resulta que esa persona tan defectuosa eres tú mismo.

Repetiremos una vez más; el sometimiento voluntario a la voluntad de Dios es la clave, y el apóstol Pablo es un paradigma de abandono y aceptación, ante esas actitudes y resistencias tan perjudiciales y dolorosas (Filipenses 4:11, 12).

Cuando los judíos de Antioquía de Pisidia se enfrentaron al apóstol Pablo, éste contestó claramente ante sus blasfemias y contradicciones: A vosotros, a la verdad, era necesario que se os hablase La Palabra de Dios; mas, puesto que la desecháis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí nos volvemos a los gentiles. (Hechos 13:46).

Así que nada de porfiar. Marchó a otro lugar, y volvió a empezar con otras gentes y otra situación. ¿Para qué altercar? Siempre altercando y pasándolo de lo peor. Por eso, el amor humilde que se rinde y se entrega totalmente en las manos del Señor hace morir en nosotros al «viejo hombre», luchador y camorrista, en contra del devenir de los casos y  acontecimientos, en contra, en fin, de la voluntad de Dios que los dispone.

Esto sucede hoy día con los nuevos teólogos de todas las confesiones que no se cansan de formular herejías ya no solo sobre su propia Iglesia, con críticas acerbas y ofensivas, sino contra la misma figura de Cristo, con descripciones sobre tan divina persona que no son aceptables en la Iglesia, sea esta de cualquier constitución que sea. Jesús es quien Él dijo que era y en eso ya no tiene por qué haber una sola discusión más. Está escrito.

Que esto sea la condición normal cristiana, no lo creo, aunque mi palabra se dirija a veces en tonos más bien de admonición. Pero si Cristo dice: nadie viene al padre sino por mí. No hay nada más que añadir ni parece admitir otra interpretación que la lectura normal del texto bíblico. Y ¿Qué más va uno a decir, aunque a muchos les parezca demasiado dogmático? No le ofendo intencionadamente; simplemente creo así.

Si yo creo en un Dios Creador y Salvador, es lógico que choque contra el que piensa de distinta manera, aunque al exponer o proclamar mi fe o convicción, pueda tal vez ir contra la idea del que no piensa como yo. Necesariamente si digo que Dios existe y que es Creador, choco de inmediato con el evolucionista que sabe mucho del como, pero no del porqué, y claro está, yo seré un ignorante fanático y él será un hombre de ciencia. Eso es lo políticamente correcto.

La ciencia elevada a dogma y a reina de la creación ya que es por medio de ella por lo que hay que comprender los misterios. Cuando se encuentra parte del cráneo de un homínido, y después resulta que es la rótula de un elefante y otros muchos chascos y mixtificaciones, se dice que la ciencia explora; ¡como si la fe no estuviera siempre expectante, para recibir del Espíritu Santo, Revelación y conocimiento.

La vida es milicia y la fe lo es también. Patrimonio de hombres honrados que buscan el bien. Aquí pongo para recreo de mis lectores un poemilla de Calderón.

D. PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA
Militar y poeta
Este ejército que ves
vago al hielo y al calor,
la república mejor
y más política es
del mundo, en que nadie espere
que ser preferido pueda
por la nobleza que hereda,
sino por la que él adquiere;
porque aquí a la sangre excede
el lugar que uno se hace
y sin mirar cómo nace
se mira cómo procede.

Aquí la necesidad
no es infamia; y si es honrado,
pobre y desnudo un soldado
tiene mejor cualidad
que el más galán y lucido;
porque aquí a lo que sospecho
no adorna el vestido el pecho,
que el pecho adorna al vestido.


Y así, de modestia llenos,
a los más viejos verás
tratando de ser lo más
y de aparentar lo menos.

Aquí la más principal
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es ni pedir ni rehusar.

Aquí, en fin, la cortesía,
el buen trato, la verdad,
la firmeza, la lealtad,
el honor, la bizarría,
el crédito, la opinión,
la constancia, la paciencia,
la humildad y la obediencia,
fama, honor y vida son
caudal de pobres soldados;
que en buena o mala fortuna
la milicia no es más que una
religión de hombres honrados.