lunes, 20 de junio de 2011

MÁS ALLÁ DEL SUCESO


MÁS ALLÁ DEL SUCESO

Los paganos miran sólo la superficie y el instante de los acontecimientos, y quedan anonadados y aplastados por cualquier contratiempo y dificultad. Luchan y se debaten porque ignoran el misterio de Dios, y sólo aciertan a ver lo que tienen delante de sus ojos. Viven desconcertados porque no saben, ni pueden, profundizar en el interior de los eventos, de su concatenación y de su fin, que son clarísimos en la mente de Dios.

Ignorando todo lo que va más allá del suceso y el momento en que se produce, hacen juicios y dicen palabras necias y dañosas para sí mismos. Sólo el hombre de Dios, ve más allá de lo inmediato, y contempla todo el panorama desde la luminosa penumbra de la fe. Sabe que todo está enlazado en una cadena misteriosa, y que la adversidad de hoy tal vez sea el principio de bienes posteriores, incomparablemente superiores a los que pierden en tan adverso momento. Sobre todas las cosas el favor de Dios y la vida Eterna con Jesús.

De la misma manera, hay otros que al tener de cara y favorablemente todos los asuntos que emprenden, van sin notarlo a un seguro desastre. Al desastre del pagano. Sabemos de personas dotadas de carácter y cualidades personales excepcionales, que pasaron su vida oscura y anodina. Otros muchos en cambio, fueron sacudidos por algún evento desfavorable que fue el inicio de su desarrollo óptimo años después y que ellos, en aquel momento tan triste, ni se atrevían a imaginar.

Konrad Adenauer, a los sesenta años, no tenía trabajo ni medios de subsistencia, ya que estaba estigmatizado por los políticos dominantes. Sufrió prisión y riesgo grave de morir ejecutado. En aquella época en que su porvenir parecía de lo más negro y triste, en el apogeo de La Alemania Nazi, ¿cómo podía imaginar que a pesar de su edad y su situación, dirigiría por largos años el destino de su nación? Pero así aconteció.

Adenauer, aquel hombre que en el año 1944, podía ser eliminado en la cárcel por cualquiera al que molestara su rostro, metido en medio de maleantes y gente de toda especie, a partir del año 1949 fue canciller de Alemania durante catorce años, y murió a los noventa y uno.

En cambio, todo lo contrario que al buen Adenauer sucedió a sus angustiadores. Sólo tres ejemplos. El capitán general Alfred Jold, jefe del Estado Mayor del poderoso ejército alemán, decía días antes de ser ahorcado, tras haber sido juzgado en el histórico juicio de Núremberg: ¿Por qué he nacido?, y contemplaba meditabundo una fotografía de su madre y de él cuando era niño. «Mejor dicho -añadió- ¿por qué no morí en aquella edad? ¡Cuántas cosas me hubiera ahorrado! ¿Para qué he vivido?»

Esto pensaba y decía. Atrás habían quedado, tras la guerra, decenas de millones de muertos, e incontables e indescriptibles tragedias y sufrimientos, muerte y desolación. Él sólo había sido, y entonces lo comprendió, una pieza más de la inmensa locura colectiva de la guerra. Si no hubiera sido él, habría sido otro. Debiera haber pensado como se dice en el salmo: no se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron; Ni anduve en grandezas(Salmo 131:1) 

No dominó ni un solo momento de su vida, porque el «gran río» le llevó en sus caudalosas aguas. Pensó que era importante y comprobaba, ya demasiado tarde, que había sido, ni más ni menos, uno cualquiera más de aquel horrible tinglado.

Después del juicio y condena consiguientes, cada uno de los condenados responsables de innumerables hecatombes, hizo su frase. Todas nos dicen lo mismo. Ellos eran piezas y no otra cosa; así decían. Pero unos años antes se creyeron semidioses, por encima del bien y del mal y, consecuentemente, así actuaron.

Al final, sus frases eran éstas: Wilhelm Keitel, capitán general: «He creído, me he equivocado, y no pude impedir lo que hubiera debido ser evitado». ¡No pudo! Ernst Kaltenbrunner, responsable del exterminio de millones de judíos: «Yo no podía erigirme en juez de mis superiores... Si cumplía órdenes que fueron dadas por otros, lo hice siempre en el marco de un destino muy superior al mío, que me arrastraba con todas sus fuerzas» ¡No podía; un destino superior! etc. ¡Ahora lo dicen!

Al cabo, todos llegaron a una misma conclusión. De una u otra manera, y reconocido de una u otra forma, eran títeres los que poco antes se creían dioses y como tales actuaban. Sic transit gloria mundi.- “Así pasa la Gloria del mundo” Frase que es casi corriente en los sepulcros de innumerables grandes, que han sido en toda la tierra en todos los tiempos. Nosotros queremos que en nuestra tumba pongan por lo menos: Esta, o este, se salvó por poco, pero se salvó.

No es que la adversidad sea agradable, (quien diga eso, o sueña o miente) pero es más inteligente que en las ascensiones sociales de cualquiera, tener en cuenta lo que sabiamente nos dice la Santa Escritura: Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos (Eclesiastés 9:11)