miércoles, 28 de septiembre de 2011

BLA, BLA, BLA… DE ESO ESTAMOS CANSADOS.



Intentaré explicarme: lo que hago es por que quiero. No puedo culpar a otros aunque me entran ganas muy fuertes de hacerlo. Todos lo hacen… en general. Hay sus excepciones, que yo desde luego en mi ya larga vida no he visto. Todas las tentaciones que nos vienen a la imaginación son rechazables por nosotros. Los jóvenes, por su acumulación de hormonas y su arrogante ignorancia.

Y ¿Dónde dejamos a los viejos con nuestro orgullo, resentimientos y amargura, por el abandono seguro que nos viene de los jóvenes, empeñados estos en sus asuntos y sus aspiraciones. Lo cual es lógico, y más cuando no hay reparo espiritual.

Cuando hago algo que sé que no es del agrado del Señor, sé lo que estoy haciendo; es pecado; y estoy pecando a sabiendas y lo hago delante de Él pasando por encima de su presencia. (Salmo 51) Sé que me perjudica no solo en el terreno espiritual, pero lo hago igualmente.

A veces hasta busco discutir con el Señor si lo que manda es bueno o malo. Es decir, que discuto y lo hago. Otras veces me trato d convencer de que esas cosas son cosas de hombres, etc.

Si lo que hago es inconscientemente, la calificación es otra, aunque por lo general estas caídas vienen porque no damos la necesaria atención al “negocio del siglo”, que es la salvación eterna…o la perdición, que ya no es tanto negocio.

No escribo por escribir. Me gustan aun muchas cosas (sobre todo leer) y otras muy divertidas. Hay muchos temas que abordar. Este de la espiritualidad, aunque sea rústica como la mía, no es plato de gusto de los incrédulos… ni de los cristianos por lo que puedo experimentar.

Para escribir y vender un libro, o por lo menos que no te cueste un dinero (que no tienes), has de decir lo que te digan otros, o lo que les guste a otros. Si anhelas ser famoso, pues ni te digo. Los cristianos leen muy poco.

No me imagino un éxito editorial de Jeremías o de Joel… etc. Lo que decían no gustaba al “respetable”, y pocos libros le iban a comprar. Los pocos que en su tiempo los leyeron, ya fueron a “darle caña” con todas sus artillerías, para demostrarle que “este asunto de Dios” es un  fastidio, o un interés personal del que escribe. Y ¿Quién eres tú para hablarnos así a los “inteligentes”?

Como es natural (así creo) me gustan los automóviles, las motos, los deportes; bueno, todo lo que le gusta a todos.

Pero como dice Machado
“Mas recibí las flechas que me asignó Cupido,
Y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario”

Es decir muy normalito.

 Así que soy una persona de lo más corrientita y,  por lo que sea, pobre. Eso no me hace desgraciado, y cuando lo pienso, veo que lo mejor es dejar que Dios haga su voluntad con cada uno de nosotros, y lo que haga me parecerá bien. Él “se las sabe todas”.

Creo, y lo digo frecuentemente, que “haga lo que haga Él, siempre le daré la razón”… porque estoy convencido de que la tiene. Nosotros tenemos nuestras razones, pero cuando vamos madurando y se aflojan las tensiones pasionales, podemos ver lo bueno que Dios es, y lo borricos que somos nosotros todos. ¡Sí borricos! Hasta los obispos. También nacieron de madre, no de alienígenas.

Pero si cuando escribimos, pensamos en que somos estupendos y bla bla, que nos vamos a distinguir por nuestros escritos, es cuando NO estamos obrando en consonancia con la voluntad de Dios, sino por ambiguos propósitos y vanidad estúpida.

Eso no es servir a Dios. Eso es buscar como todos hacen, (siempre hay excepciones) honores, y granjearse la fama, sirviendo a sus egoísmos y fantasías y, por lo tanto, haciendo la voluntad de nuestro enemigo y de Dios como Padre.

Lo correcto es lo que dice San Pablo: el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia. 
Tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego,  pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios. (Romanos 2:6 al 11)