martes, 31 de enero de 2012

YO LES DOY



 Una de las causas por las que tantos cristianos viven débiles y apagados, es la demora que suponen en el premio a su dedicación a Cristo. Las demoras en la percepción de los deseos inmediatos, es una fuente de decepción para los niños, y también para los adultos con una mentalidad de niños. Este estado del hombre, es más abundante de lo que se quiere reconocer.

Cuando alguna persona que hoy está entusiasmada con un proyecto, acción o compañía, se le enfría el entusiasmo a base de demorar el cumplimiento efectivo de tal deseo o necesidad. De hecho muchas relaciones se enturbian por causa de estas demoras tan decepcionantes.

Jesús, conocedor como nadie del espíritu y la condición humana, así lo entendió. Las demoras son decepcionantes y por ello al ser humano de cualquier condición se le debe de hacer efectiva le promesa dada, tan rápido como sea posible. Nuestra condición carnal, no admite aplazamientos que rompan el ingrediente de entusiasmo que hacen apetecibles a las cosas. Todo tiene su momento.

Él dijo claramente: Yo les doy la vida eterna y no perecerán para siempre y  nadie las arrebatará de mi mano. (Juan 10:28) Estas declaraciones y tantas otras tan insólitas y estupendas no les caben en la cabeza a muchos (muchísimos), cristianos que desconfían de la misericordia y el poder de Dios.

Cuando comprueban que Dios no les proporciona el bienestar los prodigios, según su apreciación mundana, desconfían de su amor, al ver como infinidad de inicuos reciben toda clase de bienes del vivir mundano. No entienden lo que Jesús dijo para los suyos: ... porque pasó de muerte a  vida... (Juan 5:24)

Cristo da a los suyos vida eterna, desde el momento en que estos elegidos deciden por el Espíritu, aceptar la salvación que es por su sangre. No dijo: yo les daré, sino, yo les doyEsta es la clave para el creyente que, remontando su ignorancia, recibe el verdadero poder de Cristo para su vida posterior. De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. (Juan 5:24)

Nótese, que el Señor habla de la resurrección y reunión  de cuerpos y almas después del último día, pero la salvación eterna la otorga desde ya. Desde el momento que se sumerge uno en su amor y su verdad; es decir en Él mismo. Así que, desde el mismo momento en que recibimos a Jesús, y somos recibidos por Él, estamos bajo la Gracia y la Resurrección.

HUMILDAD GENUINA


 

 Zaqueo y Jesús

La humildad es, sobre todo y como fuente de todo, ante Dios. Cualquier otra cosa no es humildad, y en ningún caso debe confundirse a ésta, la humildad, con ninguna carencia de personalidad o carácter. La diferencia es tan clara como del blanco al negro.

Dios oye al que se le humilla; al que se enternece y aflige cuando entiende que no es capaz de cumplir sus mandamientos, pese a su esfuerzo y angustia por no lograr cumplirlos. La humildad no es tener aspecto externo (ni interno) de cobardía ni de apocamiento. Al contrario, representa la suprema valentía, ya que el humilde reconoce su propia debilidad y poquedad, y la asume en fe, enfrentando sus limitaciones y dificultades. Conoce como nadie su propia condición y, así, tal como es, se estima ante el Señor.

Queda claro que el humilde no es tampoco un pesimista. Es, sin duda, el equilibrio más cercano a una persona realista, sin falsos optimismos ni manías, y sin el resentimiento y la angustia crónica del pesimista. Ni mucho menos un cobarde. La mayor valentía es volvernos contra nosotros mismos, contra nuestra naturaleza carnal, y ponerla en servidumbre, esperando sólo en Dios. La humildad y el trabajo en el Señor consiste en llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo. (2ª Corintios 10:5). Para nuestro propio bien y la armonía del Universo de Dios.

Bueno era el testimonio del Bautista, pero no era aceptado por Jesús, pues dijo: Yo no recibo testimonio de hombre. (Juan 5:34). Sólo en su amor por los discípulos y por su bien, para que fueran salvos, lo mencionó a ellos. El que era testigo fiel, que recibía junto al Padre la misma adoración y gloria, se humilló por amor de los suyos al admitir testimonio de hombre.

No obró Jesús en el orgullo, por más que nadie hubiera tenido más motivos para ello desde el punto de vista humano; y, si se quiere, desde el punto de vista psicológico, nadie tenía más motivos para ostentar un gran ego que el Hijo de Dios. Jesús, por contra, obró desde la humildad.

La humildad no es debilidad, ni impotencia ante otros. A veces se habla como si la humildad y la mansedumbre fueran contrarias a la virilidad (en su mejor acepción) y a las virtudes más destacadas del ser humano, siendo, al contrario, la expresión de la más alta nobleza y el mayor equilibrio que el Señor del cielo y la tierra desplegó cuando se hizo servidor de todos.

Así pudo decir: El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate de muchos. (Mateo 20:28). Jesús vino a hacerse nada, a considerarse nada, puesto que se puso al nivel de los que, con su vida, tenían que ser rescatados: al diminuto nivel del hombre de pecado.

La humildad, tan escondida por su propia naturaleza, tan menospreciada y alejada de los objetivos del hombre carnal hoy, tan denostada y criticada, no se comprende por parte de quienes sólo ven la apariencia de los hombres (y de las cosas), y jamás obtiene ser valorada como la destacada característica que requiere el perfecto discipulado.

Prácticamente nadie reconocería a la humildad como virtud esencial e imprescindible, fuente de las virtudes del discípulo. El discípulo que se esfuerza en la santificación diaria, ha de mostrar una humildad y mansedumbre relevantes en su conducta, actitud hacia Dios, y a los demás hermanos. Es, por tanto, la virtud más patente y primaria en los que desean seguir e imitar al humilde Cordero de Dios.

EL HUMILDE SE CONOCE A SÍ MISMO

 Creerse alguien
El humilde no se ofende, pues se conoce a sí mismo. No sintiéndose nada, nada pues, puede ofenderle. Ni busca reconocimiento de los hombres ni de ellos recibir honor y, por la misma razón, tampoco espera de ellos ofensa ni deshonor. Así decía Pablo: ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo. Gálatas 1:10.

Muchos creen que ser humilde es bajar la cabeza, hablar bajito, y privarse de todo lo que sea alegría. Es exactamente la descripción que hacía del cristianismo y de los cristianos Friedrich Nietzsche, el estrambótico filósofo alemán.

Pero el humilde sabe, mejor que nadie, gozar de los dones de Dios, tanto materiales como espirituales: porque conoce de dónde proceden y, al gozarlos, lo hace con gratitud al Dador, sabiendo ciertamente que todo don y sana alegría proceden de Dios, fuente de agua viva.

Y lo que ello implica es que el humilde no tiene por qué hablar o manifestarse de forma afectada, sino que basta con que lo que diga carezca de altanería (con mansedumbre y respeto), sin necesidad de adoptar un antinatural tono acomplejado de voz cuando habla.

Disfrutará de la vida tanto más cuanto menos espere de ella, por cuanto lo que reciba lo percibirá como un maravilloso regalo. El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? Romanos 8:32

Su alegría puede ser exultante, porque estará libre de la frustración que un arrogante arrastra tras de sí, al codiciar sin conseguir metódicamente, aquello que no tiene. El humilde no baja la cabeza. Simplemente se muestra como es, natural, sin complejo de superioridad pero, igualmente, sin complejo de inferioridad.

Además, y al no verse forzado a fingir, despliega una personalidad que otros descubrirán en él antes que en la forzada pantomima de un arrogante. Porque la humildad no es ademanes fatuos, lo que aparentemente piensa Friedrich Nietzsche, cuya receta, dicho sea de paso, no pudo salvarle de las fobias y manías que hasta su muerte padeció.

Ni está reñida, con la firmeza y la seguridad en los comportamientos. Ni mucho menos está vedada por las Escrituras según el decir de Pablo apóstol: Esto habla y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie. Tito 2:15.

La humildad es de corazón, como enseñaba y practicaba Jesús, a quien no se puede acusar de falta de personalidad; ni siquiera los ateos, que tendrán que reconocer que su figura ha marcado inequívocamente, la veintena de siglos que han transcurrido desde su nacimiento.

En el libro de Nehemías se dice que al pueblo se le leyó la ley, explicándole su sentido de tal modo que comprendiesen la Escritura. Se condolieron y se humillaron y, por ello, se les animó a alegrarse, pues se habían situado en la posición deseada por Dios: arrepentidos y humillados.

Y se les dijo: Id, comed grosuras, y bebed vino dulce, y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque día santo es a nuestro Señor; no os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza. (Nehemías 8:10).

Esto coincide perfectamente con las palabras de Jesús que son incontestables: Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento. (Lucas 15:7)

Al buen rey Josías le fue dicho: por cuanto oíste las palabras del Libro y tu corazón se enterneció, y te humillaste delante de Dios... también Yo te he oído. (2º Reyes 22:19). 

domingo, 29 de enero de 2012

TIRANDO A DAR (Ustedes disculpen)


 Sabiendo que estamos en las palmas de las manos de Dios, conociendo nuestra vocación, llamamiento, y salvación... ¿Cómo, nos atrevemos a obrar como lo hacemos? Si obedeciéramos a Dios con rigor y seriedad, el mundo alrededor se transformaría al vernos. Como decían de los apóstoles: “estos que trastornan al mundo entero”. (Hechos 17:6)

Eso sí, que sería verdadero evangelismo. Pero nuestro evangelismo ha de empezar por nosotros, para poder proseguir con los demás. Si no, no escucharán. Dirán, y con razón: lo que haces, no me deja oír lo que dices.

Ni fe, ni amor, ni conducta, ni nada cristiano se trasluce de nuestras vidas. Solo pequeños atisbos. Somos perfectamente inútiles. (Lucas 17:10) Confeccionamos mamotretos de evangelización para que todos vean lo mucho que sabemos, sin dejar nada al azar o al Espíritu de Dios. La obra es nuestra. Pero... ¿qué obra? ¿Y nosotros, qué? Empecemos por nosotros.

Basta ya de envidias, conveniencias e hipocresías, que es de lo único en lo que, por lo visto, somos ricos. La iglesia necesita al Espíritu para respirar, pues está muchas veces, comatosa y cianótica. No hay sangre espiritual en sus venas.

Si no somos capaces de sentir y palpar esta situación, estamos perdidos. Como en tiempo de Jeremías, nuestros dirigentes seguirán clamando para que no se desentiendan y alboroten sus iglesias, diciendo al pueblo envilecido, y voluntariamente engañado: Paz, paz; y no hay paz. (Jeremías 8:11)

Esto a veces es una guerra, de todos contra todos. Un revoltijo de intereses, pasiones y rumores cruzados entre sí, que forma a la manera de un campo de minas, un terreno por donde nadie puede transitar sin peligro de que más atrás o más adelante le estalle una o varias. Eso es seguro.

Y el creyente, el convertido, mira perplejo ese ambiente, y se pregunta a sí mismo: ¿Era éste el reino de la justicia y la paz de que me hablaban, cuando me predicaban el evangelio? ¡Esto no es La Iglesia de Cristo! No hablamos de una paz, beatífica y mansurrona. Es de una paz que se establece a través de la obediencia de todos a Cristo. Los fallos son solo fallos. Se pueden enmendar. Somos humanos, pero no debemos ser en este sentido “demasiado humanos”

En La Iglesia de Cristo hay frutos del Espíritu de Dios, que son amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza etc. (Gálatas 5:22) Eso era lo que yo esperaba. Pero lo que veo, aunque no quiera verlo, que lo aquí predomina es celos amargos y contención. (Santiago 3:14)

Yo, como nuevo creyente en Dios, que es todo amor, (1ª Juan 4:8) no puedo convivir con este estado de cosas, ni dejarme llevar por este ambiente con la excusa de que esto pasa en casi todas las iglesias. “¿Pero, adónde iré?” Ya sé a Quién, pero, ¿a dónde? “¡que vergüenza!”. En la Escritura divina se dice que el fruto de la justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz’. (Santiago 3:18)

Yo no veo qué puedo hacer. Estoy en Cristo. Aborrecí las falsas doctrinas, Estudié todas las opciones de espiritualitas y embaucadores, afronté malas maniobras, situaciones duras, para aceptar el Evangelio de la Gracia en toda su plenitud... iy me encuentro con esto!

Estos creyentes saben que son ya de Cristo. Que pertenecen a la familia de Dios. ¿Pero y el escándalo? ¡Qué responsabilidad! La Iglesia de Dios, columna y baluarte de la verdad, en estas condiciones, que no son pelillos, ni pequeñas y transitorias disputas, sino una forma ya asentada y establecida de vivir el cristianismo, no es tal cosa.

Familias en un lado opuesto al que ocupan otras en el templo, por rencor, afán de protagonismo de todos, luchas por el protagonismo,  disensiones permitidas, por los responsables, para vencer dividiendo... ¿Iglesia? ¿De Cristo?... ¡Que el Señor no nos lo tome en cuenta, en su esplendorosa misericordia!

sábado, 28 de enero de 2012

SOMOS RECALCITRANTES



Muchos creyentes sinceros se quejan y lamentan: “¡Quiero conocer la voluntad de Dios para éste asunto, o ésta necesidad! ¡No sé qué hacer!” Y fluctúan ante cualquier dificultad, con una falta de fe y de seguridad y por desgracia, ignorancia en la asignatura más decisiva en sus vidas.

Pero la voluntad de Dios está muy claramente expresada en La Escritura. Y es para nuestra dirección y bien. No podemos decir que consultar a un consejero idóneo sea malo. Ni mucho menos. Ya se echa en falta tanto el buen consejero, como el cristiano que consulta buscando la voluntad de Dios para hacerla. (Hebreos 10:36)

Lo que ocurre con inaudita frecuencia es que los llamados cristianos no conocen (o no conocemos) la voluntad de Dios, porque no la buscan en la Escritura Santa. No leen la Biblia. No la examinan ni estudian. No la hacen referencia y guía de sus vidas. Tienen a la mano el Testamento de Dios, y no lo miran siquiera. No conocen su contenido.

Dadles a esos “cristianos” cualquier carta, donación, testamento... y lo abrirán y leerán con toda avidez y concentración, para ver qué contiene para ellos. Encontrarán tiempo, correrán adonde haga falta o indique el documento que se encuentra su herencia, y se alegrarán y ufanarán cuando comprueben la veracidad y eficacia del mismo.

¿Y La Escritura de Dios? ¿Y su herencia firme, dada a conocer fielmente en este documento trascendente y fiable?... ¡Que pesada! Y algún día, voy a ilustrarme bien de las cosas de Dios. Además, en la Iglesia me la dicen claramente. Ya la veré mañana, como dijo Faraón.

Este Faraón... ¿Qué insensato, verdad? Aplazó a mañana una decisión de obedecer o no a Dios, en medio de tan grandes plagas. Pero, ¿somos nosotros más inteligentes que él? ¿No decimos también nosotros "mañana", a las llamadas de Dios? ¿Y no continuamos diciendo: mañana... mañana... todos los días?

Y, mientras tanto, como Faraón, iremos recogiendo las plagas que nos sobrevienen cada uno de los días aplazados. ¿Tendrá que hacer Dios con nosotros como con Faraón? ¿Esperaremos nosotros, como Faraón, a que se cumplan nuestras plagas día a día, siendo tan fácil obedecer a Dios de una vez por todas?

El pueblo de Dios obedeció, saliendo de Egipto tal y como Dios había prometido que sería hecho. Pero Dios tuvo que meterlo en el desierto para probarle. Y no les faltó el agua en Meriba, a pesar de que en medio de grandes señales de Dios, todavía decían una y otra vez: ¿Está, pues, Yahvé entre nosotros, o no? (Éxodo 17:7)

Les dio el maná, y no les faltó hasta que los introdujo en la tierra prometida. Endulzó las aguas de Mara. Les dio carne a comer, en tan gran abundancia que les "salía por las narices" y la aborrecieron. (Números 11:20) Con todo, nunca les abandonó, y siempre les sustentó, a pesar de su rebeldía y sus quejas. Pero trajo castigo por su desconfianza y falta de fe.

Esa es hoy la situación del pueblo de Dios. Rebelde, quejoso, tardo para oír y hacer. Menospreciador de La Palabra y el poder de Dios. No hemos cambiado. Tenemos en nuestras manos las instrucciones de Dios, la promesa y realidad de su protección y amor. ¡Y no obedecemos!

¿Hasta cuándo esperará el Señor en su paciencia y benignidad? No  pongamos a prueba su ira. Seamos sabios, y pongamos a prueba su benignidad y poder,  para que nos lleve en la palma de su mano. (Isaías 49:16)

viernes, 27 de enero de 2012

ASÍ SE PREDICA



Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo,
 les rogaba que les diese limosna.
Pedro con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos.
Entonces, él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo.
Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy;
en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda,
Y tomándole por la mano derecha, lo levantó;
y al momento se le afirmaron los píes y tobillos.
Hechos 3:3-7

Ni Juan ni Pedro tenían oro ni plata, pero tenían el poder de Dios con ellos, y en el nombre de Jesús hicieron el milagro. Quizás si hubieran tenido oro y plata que ganar o perder, no se hubieran atrevido a intentarlo. Pero no lo tenían… y lo hicieron. En el nombre bendito de Jesús.

¡Nosotros tenemos tanto oro y plata, o tantas cosas que nos privan del poder! Sólo los que hacen supercherías intentan hoy curar, aunque sea mentira, por oro y por plata. Todo es remedo y apariencia del verdadero poder y la verdadera unción, que todo lo puede y todo lo quebranta pues viene de Dios. ¿Y quién puede resistir a Dios? Santiago 4:6.

Los discípulos, nada tenían de valor cuando llegó el día de Pentecostés. Seguramente tendrían miedo a los judíos, pero permanecían juntos y unánimes, es decir, en una sola alma y una misma espera. Pero el estruendo del Cielo, el viento y el fuego cayeron sobre ellos cuando oraban en el más completo anonimato para el mundo. Hechos 2:1

El mundo no los podía tocar, pues su pensamiento y su ocupación con María y los hermanos de Jesús, era la oración y la espera de la promesa del Espíritu Santo que no tardó en cumplirse, llenando sus corazones de valor, fe, y gozo, y trasformándolos en los más audaces y poderosos predicadores.
Y de tal calidad espiritual como Ia que hoy necesitan nuestras iglesias. Pedro y los demás hablaron en lenguas, dejando atónitos a los que les veían. Y es que un hombre lleno del Espíritu Santo, llena de asombro y de interés a quienes toca, a quien le ve. Hechos 2:12.

¡Qué predicación! Corta, atrevida, veraz, temeraria incluso, pero poderosa, como no podía ser menos. ¡Poder! Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel que a este Jesús a quien crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Hechos 2:36.Y Dios llamó en aquel día como a tres mil personas. Fijaos bien: con una sola y corta predicación, sin preparación ni consulta, sino con los restos de la convulsión producida por el derramamiento del Espíritu, se convirtieron de verdad más de tres mil.

Hoy, para que se convierta una sola persona
hacen falta tres mil predicaciones, preparadas, estudiadas y pronunciadas según las más exquisitas reglas de la oratoria y la retórica. Y es que la oratoria y la propaganda no sustituyen al Espíritu Santo, ni a la oración y el amor por las almas que aquellos hombres poseían, por la sola fe en Dios y en sus promesas por Jesucristo.

Hoy ya no parece haber poder, y ni siquiera se considera. Se espera llegar a las almas mediante la convicción de las mismas palabras correctamente pronunciadas, que no entiende ni escucha nadie.

Pero a aquellos hombres los entendían todos. Les hablaban
al corazón, a sus esperanzas, a sus aspiraciones... y eran convencidos y llevados a Cristo. Sin púlpitos, sin megafonía, sin folletos, ni preparativos ni auxiliares. Sólo con Ia oración previa, ferviente, y una fe robusta y eficaz. Y el Espíritu Santo con ellos.

lunes, 23 de enero de 2012

DIOSESILLOS Y HETERODOXOS

 

La idea de un Dios que tenga los defectos y las debilidades de los humanos siempre ha sido cara para los humanos. Si usted habla la verdad desnuda sobre las cosas de Dios (De Dios, el único) no le escucharán.

Habla de un dios que tiene los defectos nuestros (en mayor escala, que para eso es dios) y entonces surgirán asambleas ricas e influyentes. Estas, aun basadas claramente en el mal, tendrán sus acólitos fervientes, mientras el bien es desechado como débil o tiránico  

Los hombres quieren pagar por sus pecados. No quieren nada gratis. Ni siquiera valoran la perversidad siniestra del pecado. Criticarán todo lo que tenga relación con una religión que maneje dinero, pero gustosamente formarán parte de ella.

Cuanto más oscura y siniestra, como las organizaciones que despojan a sus concurrentes, más adicto se es. Ya hemos visto lo que sucedió con los llamados "davinianos". Y no es fábula pues sucedió de verdad. Era una esclavitud perpetua a cambio ¿de qué?

El poder de la organización, es el poder de ese adicto. Sabe que socialmente entre sus correligionarios está en regla, y vive criticando y quejándose, pero a la vez satisfecho de que sus dudas y sus preguntas interiores no tienen que ser resueltas por él, y esta pereza le lleva a aceptar superficialmente, lo que le diga la organización a la que ha seguido.

Ese eterno continuo a la mitología de dioses semejantes a los humanos, perversos, poderosos, y vengativos, es una constante en el vacío espiritual de los hombres. El ser  humano no acepta el pecado. Acepta lo que a su juicio, es falta contra la sociedad, mientras crea que le conviene.

Sobre todo lo que conspira contra su bienestar inmediato; se guarda muy mucho de pensar, y dar a las punzadas de su conciencia el valor que sabe que tienen, aunque le molestan y le ponen en situación de soledad y de inferioridad.

Pensar está contraindicado en estas sociedades. La gente adquiere una conciencia colectiva, que le lleva a manifestaciones del tipo que sean. Lo mismo una algarada callejera de protesta social, que una romería.

«La gente va a donde va Vicente, y Vicente va a donde va la gente». No existe examen profundo de lo que su persona significa en esta tierra, porque los asuntos de trascendencia no le preocupan. ¿O sí?

Uno de los valores que se pierden a marchas forzadas, y crean una sociedad vacía e inerme ante las manipulaciones, es la absoluta indiferencia hacia la lectura y la reflexión.

Así se fabrican seres humanos sin criterio, que seguirán haciendo lo que todos y, aunque un descontento los zarandea y atormenta, la pertenencia al grupo y a la opinión prevaleciente entre ellos, les deja relativamente tranquilos.

Adivinan, que detrás de la vaciedad del pensamiento “corriente” hay algo más, a lo que no se atreven a hincar el diente. Además ya hay quien vigila y se encarga de que la persona con inquietudes tenga que buscar la aguja en el pajar... lleno de agujas.

Es el triste espectáculo de la manipulación de las cosas buenas, para que lo estrambótico sustituya al misterio del más allá. Lo que sea tiene carácter de ciencia o iluminación, cuando solo son fábulas para captar a las personas.

El pensamiento crítico ya no existe, y la gente sabe las cosas según se las explica el periódico de su gusto, o el programa de televisión, radio, y periodico favorito. Es decir, el que le dice lo que él quiere escuchar. En política, y en asuntos sociales también se da así.

Lo heterodoxo, que somete a reflexión las cosas antes de someterlas a crítica, no está de moda. Se critica sin saber, y se queda la gente tan satisfecha. Así se forman sociedades que más tarde se quejan de «haber creido en...», obviando toda responsabilidad suya.

La equidad, aun a riesgo de importunar a unos y otros, quiere discernir los hechos y suministrar un punto de vista a que la lleva el libre y riguroso examen de la Biblia y sus diferentes interpretes, sin complejos, y sin tratar de agradar a nadie, sino a la suscinta verdad. Si hay error, es nuestro. La Escritura es inerrante.

LA (buena)VOLUNTAD DE DIOS




Cuando mi hijo era pequeño había que llevarlo periódicamente a la peluquería. Era una "odisea". Tan pronto como el peluquero nos veía entrar en su establecimiento, nos lanzaba una mirada mezcla de simpatía y de compasión, por él y por nosotros. El niño gemía, se agitaba, protestaba, sudaba... y el peluquero y yo con él.

Una larguísima hora era precisa para hacer el trabajo, tan agitado y malo, que dejábamos pasar el tiempo más de lo conveniente antes de volverlo a llevar.

Un día, que se hallaba más sosegado, pude persuadirle de que si se quedaba quieto le podía prometer que el asunto duraría menos de la mitad del tiempo, y el trabajo sería menos desagradable y aun pasable para él mismo. El niño era inteligente y comprendió. Dios sabe el esfuerzo que haría con tal de contentarme. Lo cierto es que los siguientes cortes de pelo fueron totalmente tranquilos, sin gemidos, tirones ni sudores.

Eramos el mismo peluquero, el mismo padre y el mismo niño, pero la actitud de éste era distinta y todo cambió a mejor. Ya jamás volvimos a padecer aquel suplicio. La actitud del niño, confiado, positivo y calmado, fue el condicionante de aquella estupenda variación.

Podemos colegir, pues, que es nuestra actitud ante cualquier situación lo que condiciona decisivamente las circunstancias y resultados en casi todos los aconteceres de la vida. Mala actitud y enfrentamiento, es igual a sufrimiento. Buena actitud, es serenidad y paz.

Comprueben en un niño pequeño al que hay que ponerle una inyección. En medicina, y ante cualquier intervención médica, lo que más aprecian los cirujanos es la serenidad y confianza del enfermo, que les facilita de forma extraordinaria la necesaria intervención. Y lo dicho es extrapolable a toda situación.

Segunda. Muchas veces preguntamos: ¿Cuál es la voluntad de Dios en este asunto tan doloroso y complicado que me está sucediendo? Podemos decir con toda certeza: La voluntad de Dios es exactamente lo que me está pasando! ¡Esto mismo!

En esta actitud, que es difícil si es sincera, el creyente comprueba sin más cuál es la voluntad de Dios. La fe repite constantemente: ¡Esta es! Y ya no hay por que devanarse la cabeza ni agitar el corazón. Todo lo que ha pasado, pasa o pasará, es la voluntad de Dios. Los mismos sucesos son su voluntad y los resultados de esa voluntad.

Ya decimos que es difícil, en un trance cualquiera, decir y sentir esto con sinceridad y acatamiento real. Pero es así, y no de otra forma. Dios crea, vitaliza y controla su universo. No se descuida o duerme, ni tampoco se equivoca. Si lo sentimos así, comprobaremos más adelante esta verdad tan reconfortante.

¡Palabra de Dios! Nosotros verdaderamente lo creemos así sin más discusión, y por ello procuramos hacerla real y viva. Y es que para nosotros estas palabras que se leen no son un acto más del ritual, Son reales y transformadoras de vidas.

¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿ De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo buena? ¿Porqué se lamenta el hombre viviente? ¡Laméntese el hombre de su pecado!... Que se siente solo y calle, porque es Dios quien se lo impuso (Lamentaciones 3:37-39; 28).

Mi alma está muy turbada y tú, Señor, ¿hasta cuándo?. Salmo 6:3. Conozco, Señor que tus juicios son justos y que conforme tu fidelidad me afligiste. Sea ahora tu misericordia para consolarme (Salmos 119:75,76).

Del libro EL HOMBRE ANTE LA PRUEBA


DOBLEGA EL ROSTRO

Doblega el rostro cristiano
Ante la bondad del Cristo;
Él te hizo y eres suyo,
Tu consuelo, Él ha provisto
Con su poderosa mano.

Queda tranquilo y paciente,
En cualquiera situación,
Porque Él no te atribula
Por malsana diversión,
Sino por su amor clemente.

Espera en su fiel promesa,
Que el mundo nada te ofrece
Sino penas y dolores;
Ten confianza, obedece,
Que la gloria viene apriesa.

Si confías en su palabra
Y mantienes la esperanza,
Sosiega tu recia pena,
Que pronto habrá la bonanza
Que tu esperanza te labra.

Nada en este mundo dura;
Angustia y la incertidumbre
Hacen sufrir al humano,
Pero la que es cierta lumbre
Nos lleva a la gloria pura.