viernes, 15 de junio de 2012

¡OH QUE VENTURA!

   

¡Oh que ventura la mía
Si tengo bajo su manto
Un refugio del espanto
 De la lucha y la agonía!

Si mi admirable María
Me acogiera con un santo
Beso que sería mi encanto,
Y llenará de alegría.

La flor de mi corazón,
Se la dedico a la Santa  
Madre de Jesús amado.

Yo no pongo condición,
Solo digo que me encanta,
Soñar que vivo a su lado.

EL VALOR DE LA MUERTE DE CRISTO.





Hay muchas elucubraciones y más ignorancia sobre lo que la muerte de Jesús significa fuera del contexto de la salvación y redención por la fe. Esto último por supuesto es para el ser humano la fuente de todas las gracias que puede recibir, ya que la sangre de Jesucristo nos libre de todo pecado. (1ª Juan 1:7)

De las consecuencias de este sacrificio de Cristo en el corazón de Dios solo puede entenderse –en mi opinión- como Dios entregó a su hijo inocente, para salvar a sus criaturas culpables y hacerlo solo por la fe en su sangre. (Romanos 3:25) ¿Dios sufrió por nostyros no solo en la carne de Jesús sino en su propio Espíritu? Pensemos.

Cuando la pascua primera en Egipto, el ángel hería a los primogénitos de los egipcios pasando de las casas de los israelitas, no porque estos fueran mejores o peores que los egipcios, sino porque la sangre untada en los dinteles les hacía pasar de las casas israelitas sin herir. Y de ahí les llegó la libertad tan ansiada. Era la sangre y no otra cosa lo que les salvaba del justo juicio de Dios

La Creación –contra lo que muchos piensan- no es un mito, y para ver claro no hay que mirar solo nuestros caprichos y desvíos de la moral del bien y el mal, sino solo mirar a un elefante o a un hormiguero. La libertad concedida al hombre, y la inteligencia para no depender solo de los instintos, es algo muy peculiar en el reino animal, en donde se empeñan en encerrarnos muchos “clarividentes”.

He aquí que somos inteligentes, y ese don no sabemos ni como emplearlo acertadamente. De ahí que surjan escuelas de filosofía, y tantas ideologías como afirman ser las idóneas para que el hombre encuentre, una adaptación perfecta a la Tierra para su existencia, y llegar con su pensamiento tan lejos como es posible. Nuestras carencias las resuelve La Ley.

Esta posibilidad, y profundizando en ella, le lleva cierta e inexorablemente a Dios. Ya no hay un punto más lejano y a la vez más cercano. Con Dios nos tropezamos siempre y a cada paso, queramos o no. Podemos rechazarlo pero no hacer que desaparezca.

Jesús, el Cristo, no vino solo a morir para nuestra salvación sino a enseñar al hombre a caminar por un terreno en el que encontraría la paz de su destino, y la fuerza para ir adelante en medio de las incomprensiones mutuas que toda persona abriga hacia las demás.

La muerte enemiga y cruel había sido vencida por la muerte de aquel prodigioso maestro que sabiendo su misión, afirmó su rostro para ir a Jerusalén (Lucas 9:51) donde sabía perfectamente los terribles suplicios que había de padecer.

A pesar de ello, en el huerto de Getsemaní se angustió hasta sudar gotas de sangre, clamando al Padre para que le librara de aquellos padecimientos. Pero conocía la voluntad de su Padre Eterno, y a ello se entregó sin más resistencia. Como hombre, padeció las angustias de la muerte, y su resurrección es nuestra resurrección.