domingo, 29 de enero de 2012

TIRANDO A DAR (Ustedes disculpen)


 Sabiendo que estamos en las palmas de las manos de Dios, conociendo nuestra vocación, llamamiento, y salvación... ¿Cómo, nos atrevemos a obrar como lo hacemos? Si obedeciéramos a Dios con rigor y seriedad, el mundo alrededor se transformaría al vernos. Como decían de los apóstoles: “estos que trastornan al mundo entero”. (Hechos 17:6)

Eso sí, que sería verdadero evangelismo. Pero nuestro evangelismo ha de empezar por nosotros, para poder proseguir con los demás. Si no, no escucharán. Dirán, y con razón: lo que haces, no me deja oír lo que dices.

Ni fe, ni amor, ni conducta, ni nada cristiano se trasluce de nuestras vidas. Solo pequeños atisbos. Somos perfectamente inútiles. (Lucas 17:10) Confeccionamos mamotretos de evangelización para que todos vean lo mucho que sabemos, sin dejar nada al azar o al Espíritu de Dios. La obra es nuestra. Pero... ¿qué obra? ¿Y nosotros, qué? Empecemos por nosotros.

Basta ya de envidias, conveniencias e hipocresías, que es de lo único en lo que, por lo visto, somos ricos. La iglesia necesita al Espíritu para respirar, pues está muchas veces, comatosa y cianótica. No hay sangre espiritual en sus venas.

Si no somos capaces de sentir y palpar esta situación, estamos perdidos. Como en tiempo de Jeremías, nuestros dirigentes seguirán clamando para que no se desentiendan y alboroten sus iglesias, diciendo al pueblo envilecido, y voluntariamente engañado: Paz, paz; y no hay paz. (Jeremías 8:11)

Esto a veces es una guerra, de todos contra todos. Un revoltijo de intereses, pasiones y rumores cruzados entre sí, que forma a la manera de un campo de minas, un terreno por donde nadie puede transitar sin peligro de que más atrás o más adelante le estalle una o varias. Eso es seguro.

Y el creyente, el convertido, mira perplejo ese ambiente, y se pregunta a sí mismo: ¿Era éste el reino de la justicia y la paz de que me hablaban, cuando me predicaban el evangelio? ¡Esto no es La Iglesia de Cristo! No hablamos de una paz, beatífica y mansurrona. Es de una paz que se establece a través de la obediencia de todos a Cristo. Los fallos son solo fallos. Se pueden enmendar. Somos humanos, pero no debemos ser en este sentido “demasiado humanos”

En La Iglesia de Cristo hay frutos del Espíritu de Dios, que son amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza etc. (Gálatas 5:22) Eso era lo que yo esperaba. Pero lo que veo, aunque no quiera verlo, que lo aquí predomina es celos amargos y contención. (Santiago 3:14)

Yo, como nuevo creyente en Dios, que es todo amor, (1ª Juan 4:8) no puedo convivir con este estado de cosas, ni dejarme llevar por este ambiente con la excusa de que esto pasa en casi todas las iglesias. “¿Pero, adónde iré?” Ya sé a Quién, pero, ¿a dónde? “¡que vergüenza!”. En la Escritura divina se dice que el fruto de la justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz’. (Santiago 3:18)

Yo no veo qué puedo hacer. Estoy en Cristo. Aborrecí las falsas doctrinas, Estudié todas las opciones de espiritualitas y embaucadores, afronté malas maniobras, situaciones duras, para aceptar el Evangelio de la Gracia en toda su plenitud... iy me encuentro con esto!

Estos creyentes saben que son ya de Cristo. Que pertenecen a la familia de Dios. ¿Pero y el escándalo? ¡Qué responsabilidad! La Iglesia de Dios, columna y baluarte de la verdad, en estas condiciones, que no son pelillos, ni pequeñas y transitorias disputas, sino una forma ya asentada y establecida de vivir el cristianismo, no es tal cosa.

Familias en un lado opuesto al que ocupan otras en el templo, por rencor, afán de protagonismo de todos, luchas por el protagonismo,  disensiones permitidas, por los responsables, para vencer dividiendo... ¿Iglesia? ¿De Cristo?... ¡Que el Señor no nos lo tome en cuenta, en su esplendorosa misericordia!