lunes, 13 de agosto de 2012

TRES SON; TRES.



 
El ser humano está compuesto (si así se puede decir) de tres elementos que juntos y hechos uno, conforman la imagen del hombre o la mujer. Son espíritu, alma, y cuerpo. (1 Tesalonicenses 5:23) Ese es todo nuestro ser, que debemos entregar al que nos lo dio.

Y no es menos cierto que los enemigos del ama son también tres definidos desde hace siglos y que todos conocemos: mundo demonio y carne. Estos tres conspiran contra el creyente de forma a veces furtiva, a veces descarada.

El mundo (κόσμος) es todo lo que atrae nuestra atención, y puede estar compuesto tanto por asuntos legítimos, pero que distraen la atención hacia Dios y lo desvirtúan, y por otra parte nos rodea envolviéndonos en la atracción fatal de lo que llama la atención a los sentidos. En suma a contrariar la le, la voluntad de Dios, y su dirección para vida.

El zorro cree que ha hecho un buen negocio, cuando se acerca a la trampa que le aprisionará hasta que venga el trampero y lo saque para muerte, pero para él, que se siente astuto no hay salvación, por intentar apropiarse de un bocado tan exquisito a la vista, tan envuelto en aspecto tan fascinante y tan fácil de obtener.

Así, el mundo atrae a los necios y los lleva por un laberinto de señuelos, para que el creyente no pueda fijar su atención sobre lo que sí es muy principal y necesario para su salud eterna. No hay vida más pacífica y feliz, que la del creyente fiel y liberado de tantos lazos como el mundo ofrece.

Si establecemos la unidad en sus elementos vemos que tres son los enemigos y los que impelen al hombre a desatarse de Dios y seguir tras el mundo como receptáculo del pecado. Pecado que solo nos perjudica a nosotros mismos que caemos en redes tan plenas de espejuelos, y al final son para muerte que Dios no quiere para nosotros.

Y así dice el apóstol: Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. (1 Juan 2:16)


Dios es Padre, es Verbo, y es Espíritu, y la experiencia nos enseña de tal verdad. (1 Juan 5:6-8) Y son uno en distintas expresiones, para que el ser humano, tan limitado, pueda comprender algo sobre la sublimidad de quien hace para sí todas las cosas. Son tres también, y asimismo son una unidad perfecta sin fisura ni separación.

El verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros (Juan 1:1, y 14) Dios se encarnó en un hombre y con Él como cosa necesaria se encarnó el poder, la sabiduría, la revelación, la bondad, la verdad, y todo cúmulo de la gloria de Dios entre los hombres. Nadie hubo más inocente y sabio en los misterios de Dios su Padre, y nadie fue como Él para arrastrar a las personas a dejar los elementos mundanos y nocivos para seguirle.

Bien es verdad que somos todos falibles y caemos muchas veces en tentaciones, pues somos endebles y sin el Espíritu de Dios estamos perdidos. En la salvación de Cristo somos redimidos: La lucha (agonía, como dice Unamuno) del cristiano es épica en la mayoría de las ocasiones.

Y dice la Revelación: Al que venciere y sigue un  ramo de premios para los que insistan en la Salvación, y en la obediencia a Dios pese a sus caídas o errores de buena fe. Dios es justo, y también misericordioso y sabe penetrar en el corazón de todos.