miércoles, 4 de abril de 2012

UN DIOS A LA CARTA


Querido amigo: me gustaría llamarle querido hermano, aunque si usted tiene esa sensación de estar en contra de la idea de Dios, convirtiéndolo en casualidad como Jacques Monod, le tengo que decir que es usted y yo lo soy de usted, amigo, pero no hermano. Lo siento de corazón, porque a mí me gustaría que todos fuésemos hermanos en Cristo, y hacer un mundo maravilloso como un nuevo Paraíso.

Yo no tengo la “culpa” de que el Universo exista, y que en la razón más pura exija que haya una inteligencia sublime que lo ha creado o lo ha fabricado de “otro” universo. Lo que usted quiera, que a mí me es indiferente, pero la inteligencia es necesaria. Yo la llamo Dios, y otros la pueden llamar como quieran.

Una vez establecido esto, tenemos que elegir que Dios preferimos. Un Dios que no ama a sus criaturas, un Dios que se desentiende de ellas, un Dios que puede ser burlado por una ínfima criatura del Universo, que somos cada uno de nosotros. Elija usted, que yo ya he elegido.

Yo elijo (porque fui elegido), al Dios, Padre de Jesucristo, que en forma del Verbo, se hizo carne para habitar entre nosotros. Ese Dios indiscutible que por purísima lógica está envolviéndonos como el aire que respiramos y llena todo dentro de nuestro cuerpo, y espiritualmente de nuestra alma.

Un Dios que dio las reglas a seguir para andar en agrado suyo, porque este agrado supone la bendición de la humanidad, y que en el amor mostrado por Él nos ha concedido el don de la Libertad. De tal manera podemos rechazarle aunque sus ordenanzas son para el bien y la alegría, y no para constreñirnos porque le gusta tener aterrorizadas a sus criaturas. El es todo amor por nosotros como hechura suya que somos. Cualquier miedo que le tengamos procede de nuestro egoísmo y presunción y es afrenta al amor de Dios.

Sus mandamientos no son gravosos (; únicamente que somos egoístas, ramplones y descastados y nos resistimos a humillarnos ante alguien superior a nosotros. De hacerlo de corazón notaríamos un cambio radical del planeta Tierra. Tan radical como que sería un paraíso de concordia, solidaridad, amor, y control de nuestros instintos animales.

Veríamos como desaparecían el hambre, la contaminación, los abusos de unos para con otros, y tanto crimen y tanta injusticia como vemos solo con mirar alrededor o leer en un periódico cualquiera. No veríamos niños matados en el vientre de su madre, (o fuera) ni crímenes contra ellos como vemos que se hace,  ni guerras, ni abuso de unos por parte de otros en contra de la ordenanza de Cristo de que nos amáramos unos a otros.

Ni veríamos niños desnutridos mientras en Occidente se desperdician los alimentos y los niños de los países pobres se mueren de desnutrición que hace su agonía aun más dolorosa. El camino de Dios es camino de paz y de solidaridad.

No es de recibo, y casi nadie piensa en ello, que si todos los que van al fútbol o a alguna clase de juego dejaran un “eurito” cada vez que van al fútbol, ya se remediarían muchas hambres y necesidades. Pero ¿Cómo se van a gastar un euro todas las semanas para ayudar a quitar hambre del mundo, cuando se lo pueden gastar en entradas carísimas, y en la cervecita de la salida para celebrar o lamentar el resultado del partido?