martes, 22 de mayo de 2012

DOLOR DE JESÚS Y MARÍA




En la cruz del calvario, me esperaba doliente
Mientras yo estaba ajeno a su silbo de amor,
Trajinando insensato en mi brega indolente,
Depreciando su vida, y también su dolor.


El dolor de María, Santa madre impotente
Ante zafios sayones, ante un procurador
Que cobarde y rastrero, entregó al inocente
En las manos funestas del turbión agresor.


Reconozco mi culpa, pues también yo, traidor,
En los clavos que hirieron sus seráficas palmas,
Con inicua conducta fui colaborador.


Me arrepiento contrito de mi infame traición,
Al llamado de Cristo, y al dolor de María.
Solo en su amor confío, para mi salvación.  

NADIE QUIERE A NADIE


Siempre me ha llamado a atención la frase que se atribuye a Hollyvood; dice así: “esto es Hollyvood; aquí nadie quiere a nadie”. Es algo que siempre recuerdo con un estremecimiento de alma. Esto es España, y gracias a Dios la familia funciona aun.

Cuando veo un niño pequeñito en los brazos de un grande y robusto padre, veo la fuerza que tienen los niños, por el mero hecho de nacer en una familia española de las de antes. El padre tenía autoridad y cuando abusaba de ella, los demás hombres de mi tiempo le despreciaban porque no sabía usarla.
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Eso del machismo existía como ahora, en condiciones de incultura y dificultades de las guerras y escasez. No había casi luz en las calles, y no era tan fácil salir y entrar en las noches, menos aun en una hora avanzada. La autoridad del padre era reconocida por todos.

Cuando los niños iban a la escuela los padres le decían al maestro si era de su confianza; “si se porta mal le da un cachete y me lo dice usted, para que yo también intervenga”. Hoy se le pega al maestro o a la enfermera, o a quien de cualquier manera discipline a un muchacho; y no debe de extrañarnos de que, ante tanta impotencia, los padres desistan de su ministerio y sus obligaciones para con sus hijos.
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Esto trae consigo un desinterés y decepción por parte de los padres, y una falta de amor familiar escandalosa. Los caprichos de los niños se tienen que satisfacer a todo trance, y la falta de respeto a los progenitores y a las autoridades crece cada día, ante la indefensión legal de padres y autoridades de cualquier clase, en su legítima obligación de disciplinar y corregir a jóvenes y niños.
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La propaganda deletérea de industrias del ocio y  el desarme moral, es propiciada por gobiernos y medios de comunicación, estos atentos solo a vender su mercancía cada vez más contaminada de titulares llamativos, y sugerentes y atractivas ofertas de ocio y vicios.

En mi ciudad, el llamado “botellón”  provoca en las calles vómitos y basura, que después los servicios de la comunidad han de limpiar pues los vecinos de los aledaños se quejan con toda justicia. No importa, pues ya no se puede parar el círculo infernal donde, quieran o no, se ven sumergidos los jóvenes y niños.
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La televisión atiza estas posturas, y los padres ya ni se atreven a exigir a sus hijos e hijas que lleguen a casa a una hora determinada, porque pueden ser denunciados y castigados por la justicia. Y así transcurren las cosas en esta España bendita, que hace esfuerzos espasmódicos para poder salir de esta situación calamitosa.

Todos, casi unánimemente, consideran molesta la intervención para restaurar la paz en los jóvenes, y los legítimos derechos (que son deberes) de los padres a dirigir, reprobar, y controlar la conducta de sus hijos. No estoy hablado de abandono y cosas así. Eso merece tratamientos diferenciados.
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La fe cristiana tiene para estos casos (si la dejan) soluciones que siempre se han mostrado eficaces para muchas generaciones. Ahora es la hora de que los cristianos sepan y se esfuercen en demostrar con sus actos en este terreno, que los preceptos del amor, la concordia, y el respeto mutuo, son los principales ingredientes de la paz familiar, de amor, y de sujeción mutua.

Dios, como Padre, quiere corregir a sus hijos solo si se le sujetan. En este tema viene bien que en los lugares donde se practica esta fe cristiana llegue a reinar la paz y la más consoladora esperanza, como dice el versículo siguiente. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo. (Juan 16:22)
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Tres cosas hay que son signo,
De lo que me agrada ver.
El valor de un hombre digno,
La alegre risa de un niño,
Y el rubor de una mujer.