sábado, 25 de febrero de 2012

DIOS ES BUENO... Y JUSTO

Guerra y hambre; las traemos nosotros

Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra,
y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos
era de continuo solamente el mal
(Génesis 6:5).

 

Últimamente nos llegan noticias, de que en las clínicas dedicadas a ello, se perpetran abortos que solo se basan en que si la madre piensa que ya tiene un niño varón, o al contrario si es hembra, lo aborta ni más ni menos porque no quiere (por así decirlo) tener dos varones/ hembras repetidos.

http://actualidadyanalisis.blogspot.com/2012/02/si-no-te-gusta-el-sexo-de-tu-bebe.html


 

El titular que copio de una publicación y se encabeza así, para después ilustrarlo con toda clase de detalles horribles, para cualquier persona medianamente noble y razonable. Y es que ya la extinción de la vida de un ser humano, en fase de formación, les importa un rábano a casi todos.

 

Dice así: Si no te gusta el sexo de tu bebé, abórtalo e intenta de nuevo. Jorge Enrique Mújica, LC. Este sacerdote, muy conocido en la red de Internet, publica multitud de noticias y comentarios sobre las sandeces y burradas, que se perpetran por esos mundos, incluido el nuestro. Naturalmente también se ocupa de asuntos positivos. Faltaría más.

 

Se hace hoy día realidad la idea expresada por la Escritura (Biblia) con la que encabezo este escrito. La religión es puesta en solfa por la llamada progresía, y los bobos ignorantes beben de esas podridas fuentes, creyendo tener en su poder la piedra filosofal y lo más profundo de la sabiduría.

 

Así se forma una corriente de opinión en la que a nadie le importa nadie, y la convivencia es algo sostenido por la policía, y lo que digan las gentes de nosotros. La hipocresía reina, tanto en derecha como izquierda. No saben tener vergüenza, y al que la tiene le dicen que es débil o inepto.

 

Hasta la religión padece agresiones, ya sea de los llamados progres, como de las mismas opiniones emanadas por numerosos bigardos religiosos, que son más excluyentes que los mismos que ellos llaman retrógrados. Es una guerra de todos contra todos, en la que predomina la mentira, la hipocresía, y la arrogancia, como en tiempos de Génesis que mencionamos al principio.

 

El diablo zarandea a sus “clientes”; el honor, el recato, la honradez, el cumplimiento de la palabra, la lealtad a lo bueno, la fidelidad a los requerimientos de Dios etc., ya no se estilan, y por tanto no se utilizan. Lo que está bien es el “marraneo”; y los que dicen que son libres, en realidad son esclavos de su opinión, sin Dios ni Roque, ni temor ni vergüenza. Como dice la Escritura: No saben hacer lo recto, dice Dios, atesorando rapiña y despojo en sus palacios. (Amós 3:10)

 

Dicen muchos, que Dios (en el que dicen no creer) es muy cruel, pero no piensan en que el Creador, que nos ha dado libertad para hacer el bien, castiga estas infamias y tantas otras como se perpetran. Lo hace con justicia y verdad, y además consecuentemente con su poder y su soberanía.

 

¡Que Dios nos siga librando a los que de una forma u otra y a trompicones, seguimos fieles a su amor, y nos mantenga cerca de Él aquí y en la otra esfera espiritual de Vida.

AMDG.  

TORPE EN AMOR



He sido, como en todo, muy torpe en el amor,
Pues rico en sentimientos y pobre en el valor,
Nunca dije a la moza que fuera mi esperanza
Que siempre la amaría con valor y constancia

Y más que torpe, corto, con nudo en la garganta
Jamás di el paso firme con fe y con arrogancia,
Pues mucho la he amado y mucho  la amo ahora
Y solo cederé en la muerte traidora.

¿De que me vale amarla del modo que la quiero
Si me saca ventaja el tipo más fullero?
He buscado en panales que no eran de mi gusto
Por si acercarme a ella le causaba disgusto.

Ha pasado la vida y ella con otro anda,
Y no se lo reprocho, pues come de vianda
Que yo en mi cortedad nunca supe ofrecerle,
Por quererla sin tasa y por amor temerle.

No me lamento ahora, pues ella me quería,
Y en vez de cortejarla con recia gallardía,
Dejé pasar el tiempo en espera remisa,
Y nunca coseché, mirada ni sonrisa.

Harto de sufrimiento, sublimé mis amores
Y a Dios los ofrecí como ramo de flores,
Que Él siempre está esperando al pobre y desgraciado,
Que con simple humildad a Cristo se ha juntado. 

Bendigo en mi amargura, mi herida  y mi fracaso,
No haber sido valiente, mas tímido y escaso;
Ahora gozo en paz de amor que no se apaga,
Sin agobio ni esfuerzo, pues Él, sí me esperaba.

¿COMPRENDER O DESPRECIAR?



Creo que de comprender a despreciar va como el del amor al odio una sutil diferencia. Se puede caer de una cosa a la otra, en instantes. Vemos como contra toda ley y contra toda lógica se forman barullos y se insulta a la policía que son trabajadores que no creo que gocen cuando les llaman para un tumulto.

Y si alguno se pasa cuando se siente insultado, escarnecido, y llamado asesino, perro o cualquier otra lindeza, eso debe ser previsto por los muy previsores de los acontecimientos cuando la arman de esa guisa. Las calles son de todos y cuando quieren expresarse nadie se lo impide.

Hemos visto como les ponen delante de la boca un micrófono para que puedan dar cuenta de sus justas reivindicaciones, en el caso de que estas sean justas. Si no lo son, tienen igualmente derecho a expresarse, pero sin perjudicar a nadie y de la mano de la ley y la autoridad, que le ayuda si se le pide.

Figúrense que un servidor, para protestar (y tengo materia para ello), cruzo mi flamante automóvil de doce años en la calle, y no dejo pasar a nadie. Desde luego “pacíficamente”, y sin insultar demasiado gravemente a los transeúntes o a la policía que, como es natural y para el bien de todos, va a solucionar el desacato y restablecer el orden y la ley.

Naturalmente, iría a parar a la comisaría, y en caso de dedicar los delicados epítetos a la policía que veo en los tumultos de la gente “indignada ahora” (antes no), pasaría algún tiempo en el “trullo” por memo y bocazas. Y más si se me ocurre resistir a la ley, y hasta morder a un policía, al que su mujer y sus hijos estarán esperando sano y salvo de tales trances.

Yo en esto no quiero entrar demasiado, y lo mío no es esto. Un servidor también, como ciudadano, tengo algo que decir. Ya saben; eso de la libre expresión. Comprendo todo lo comprensible, y sé que si pensaran correctamente se expresarían de otra manera legal y no tumultuosa. Son como son y eso no tiene remedio. “Hay gente pa tó” decía un famoso torero.

Y ahí entra el conflicto entre comprensión y desprecio. La comprensión cristiana abarca todas las manifestaciones del ser humano, pero por otra, la tentación del desprecio acomete porque los hechos hablan por sí solos.

Si la izquierda fuera más sensata y más patriótica, no pasaba lo que pasa, porque demostrarían que los ciudadanos pueden, y deben, confiar en una izquierda que democráticamente haga las cosas correctamente. A favor de todos los ciudadanos y no con locuras que ya está sobradamente demostrado que solo llevan a la miseria física y moral.

Ahora bien parece que querer algo razonable es de extrema derecha por lo cual ya soy de esa casta tan cavernícola, clerical, y esclerotizada. ¿Qué le vamos a hacer a la cosa? Soy de la derechona anticuada porque así lo afirman unos elementos que no saben ni por donde coger una cuchara.   

viernes, 24 de febrero de 2012

MUY NOTABLES DIFERENCIAS



El incrédulo siente pánico por la sola mención de su muerte, y no entiende la actitud serena y desafiante del cristiano ante este acontecer inevitable. No entiende la aceptación cristiana, mansa, de la desgracia, el desprecio, la lucha sorda y anónima, desconocida o ignorada voluntariamente por los mundanos. La vida, en fin, de quien se abstiene alegre y voluntariamente de tantas cosas que para el incrédulo son tan imprescindibles.


La ausencia de angustia en su vida, la mansedumbre con que contemplan que otros sin escrúpulos, quieran echarles de lado en sus trabajos a codazos y zancadillas. Su sosiego y paz ante la murmuración calumniosa. El reconocimiento, franco y espontáneo, de una equivocación, etc. Como sostiene la verdad oponiéndose a toda clase de alienación y vasallaje a hombres o ideas. El extraño a esta vida, no lo entiende; no puede entenderlo.         


Esta mentalidad, así expuesta, puede parecer a los burladores muy excluyente o demasiado dogmática. Acostumbrados a la «verdad relativa», al debate y a la casuística, no pueden entender ni asimilar la simplicísima rotundidad de la fe, ni la seguridad con que el creyente vive su elección, llamamiento, y completa salvación y redención. Su sabiduría, en la fe de Cristo (1 Corintios 1:30).


¿Es que sois superiores? dicen agraviados y en su interior envidiosos de estas conductas cristianas. ¿En qué se diferencia un cristiano de nosotros? ¿Tal vez debemos pensar que, de su naturaleza humana, emanan mejores sentimientos o más deseos de hacer el bien? ¿Acaso una ética arcana y misteriosa?


Contestamos: No; no es así. Un hombre es igual a otro genéricamente, como hombre natural. La diferencia esencial e insalvable entre ambos, cristiano e incrédulo, es que el primero tiene su confianza puesta en Dios. Ésa es su inteligencia y su distinción. El pagano confía en sí mismo, que es confiar en nada.

La pregunta que se hace a los cristianos, por muy capciosa que sea, tiene una escueta contestación. A la pregunta: ¿Es que ustedes no son pecadores?, la respuesta es: Sí, somos pecadores. Aunque pecadores perdonados.


Pecadores que han tirado a la basura del mundo, de donde han sido sacados por gracia, todas sus justicias, sus cualidades, y todo lo que en ellos representa para el mundo algo que, de algún modo, se concierta con lo más excelente de él. Para el cristiano estas excelencias son consideradas como estiércol (Filipenses 3:8).


Nuestra suficiencia proviene de Dios que nos reconcilió consigo mismo por medio de nuestro Señor Jesucristo (2 Corintios 5:19). Ese es nuestro honor, nuestra excelencia, nuestra seguridad, y todo lo que hay de bien en nosotros. No necesitamos nada más. La buena obra adorna y confirma nuestra vocación y elección (2 Pedro 1:10). Eso es todo. Cristo es todo eso en nosotros, y Él hace todo lo excelente en nosotros.


En Dios solamente se aquieta nuestra alma (Salmo 62). ¡Ay del que confía en otra roca, en otro brazo, en otro poder de salvación! Somos de Dios, y eso nos basta. El es nuestra vida, nuestro consuelo, nuestra alegría y nuestra gloria presente y futura. Confesamos a Dios Padre, a Cristo el Hijo, y vivimos siendo morada del Espíritu Santo. He aquí la diferencia.

¿QUIEN ES PERFECTO, SINO DIOS?



Mi padre no fue un hombre perfecto. Era hombre entre hombres, fuerte, varonil, trabajador y lleno de cualidades... y defectos. Siendo yo muy joven y no sintiéndome amado o comprendido, comencé a ver en mi padre sólo los defectos y a ignorar las cualidades.

¿Qué iba yo a comprender en aquella edad en la que me creía un superhombre? Era, como casi todos los jovencitos, arrogante y sin apreciar y agradecer cada trozo de pan que me comía. Me sentí decepcionado, y elaboré en mi interior contra él un rencor y una hostilidad que en cierto momento hizo casi imposible la convivencia entre nosotros.

Deseaba ardientemente marcharme de mi casa, donde realmente gozaba de un excelente bienestar, mucho más meritorio por cuanto era tiempo de escasez. Cada día me sentía más herido y resentido. No lo podía perdonar. Por fin decidí abandonar mi casa y emigrar, pero como estaba en edad militar decidí ingresar en el ejército como voluntario.

El día de mi marcha y a la hora de salir, mi propósito era no despedirme de él. Mi madre, a la que yo adoraba, me dijo suavemente: ¡Ve, y despídete de tu padre! El era hombre orgulloso, y hubiera permitido que me fuera sin hacer un solo gesto. Era así, un hombre entero a la medida de sus tiempos.

Me acerqué a él y le di un beso con despego y por compromiso, para complacer a mi madre. El hizo lo mismo conmigo. En ese mismo acto un ronquido, un sollozo ahogado, pero sonoro y desgarrado, impensable en él, surgió de su garganta junto con un estremecimiento contenido. Hay que pasar por algo sí para comprenderlo. Fue breve y nos separamos en seguida. Jóvenes amigos, no queráis pasar un momento como este. Os herirá, toda vuestra vida.

Lo cierto es que me marché, y durante el viaje a mi destino en el ejército, en el destartalado tren que me llevaba lejos de mí casa, tuve tiempo suficiente para entender el amor de mi padre y comprenderle plenamente. Todo lo que anteriormente me decían de él para convencerme de que me quería lo había despreciado y había reforzado aún más mi hostilidad hacia él.

Pero aquel sollozo reprimido, y no por ello contenido totalmente, tan sincero y real, me desarmó y cambió el rumbo de mi vida. Ya no deseaba sino volver a verle. No me interesaba el ejército, la emigración, ni otra cosa que sentirme junto a él. Aquel sollozo... ¡ah, aquel sollozo! Un hombretón tan fuerte como una roca no pudo reprimir, aunque yo sé bien que lo intentó con todas sus fuerzas, aquella expresión de amor y de dolor.

Ahora bendigo a mi padre, y cuando a solas pienso en él no puedo evitar las lágrimas. ¡Bendito seas, padre mío, que supiste amarme tanto y tan calladamente! Benditas tus bondades y llévese enhoramala el viento del olvido tus defectos que, a fin de cuentas, son también los míos, los mismos míos. Y como un bobo que soy, no puedo contener las lágrimas. Estoy seguro de que le veré, como también a mi madre y eso será una de las glorias que voy a gozar en toda plenitud.

Ahora, y desde entonces, estoy reconciliado con mis padres y sólo pienso en ellos para decir en mi recuerdo de amor: Lo tenía que haber hecho mejor con ellos en esta u otra ocasión. Pero ya pasó y todo está en manos de Dios. ¿Dónde mejor? ¡Gracias, Señor, por ello y por darme el consuelo de su recuerdo bendito y amable! Gracias porque los tuve, y gracias por darme ocasión de perdonarme a mí mismo y mi extravío. Él era así, y yo soy también como soy.

Por el contrario, ahora vemos cómo las estrellas cinematográficas y políticas, etc., son el modelo y la aspiración de todos a ser como ellos. Yo soy como soy. No reniego de mí. En su inmensa sabiduría Dios me creó como soy, y será alabado por mí, ahora y en la eternidad. Me acepto así. Podría ser mejor o peor, ¡qué se yo!, pero soy así. ¡Gracias, Señor, Padre Santo y verdadero!; tus juicios son verdaderos y justos (Apocalipsis 16:7), y yo me encuentro en perfecto acuerdo contigo.

Mi corazón es tuyo, y lo sabes muy bien, pues Tú lo has hecho tuyo. Mis fallos son míos. Gracias por tu bondad y tu misericordia, que son para mí más importantes que la vida (Salmo 63:3). No tengo envidia de nada de lo que no soy. Estoy en paz. Llegará el día en que hagamos justicia a los envidiosos, comprendiéndoles y amándoles.



PAZ

Poema de AMADO NERVO.


Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;

que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

TEMPERAMENTO Y CARÁCTER



Tendemos a confundir dos palabras, que por sus connotaciones y aplicaciones practicas tienen alguna semejanza entre si. De ahí las muchas interpretaciones y tergiversaciones, en nuestros conceptos de las personas.

El carácter es algo que se forma con la propia genética del individuo a las que se suman la crianza, la educación y sus inclinaciones hacia lo que va apareciendo a lo largo de su vida. El carácter evoluciona a medida que los rasgos humanos son influidos por todas las vicisitudes vitales. Decía alguien que mejor que una buena cuna es una buena crianza.

El temperamento es la parte inamovible del ser humano que nace con el, y que solamente es modificado accidentalmente por las mismas vicisitudes mencionadas. El apóstol Pedro era de temperamento pronto a la acción en su juventud; son muchos los ejemplos de su precipitación y su fuerza temperamental; cuando ya fue influido por la vida y el espíritu de Cristo, notamos en sus cartas una inmensa mansedumbre en las antípodas de su primario temperamento.

Pablo es otro paradigma de una mutación de su carácter originario, cuando fue rescatado y sirvió al Señor a lo largo de su vida. Y aunque en sus cartas se trasluce algún rasgo de mal genio y aspereza, por otro lado se exhibe un amor a todos los creyentes, y al Señor que le arrebató del mundo y sus arrogancias.

Y es que el temperamento tendía a traicionarle. La mansedumbre de Jesús, borró todo aquel genio vivo y agresivo. Es por eso, que habla con tanta propiedad y enorme autoridad del “hombre viejo”, (Efesios 4:22 y cc) porque él mismo ya recibía los golpes de su antigua manera de ser.

Así que, como vemos en los grandes apóstoles y tantos grandes hombres de la antigüedad, a nosotros también el “hombre viejo”, el temperamental, ataca y molesta, pero Cristo es tu amigo incondicional... y te ama. Ama de verdad; ya acabó para ti todo esfuerzo por agradar, toda preocupación de no gustar.

Si Cristo te acepta y ama, tú también te puedes amar y aceptar. Acepta alegre lo que gozoso acepta Él: a ti mismo. Eres importante para Él. Y si eres importante para Jesús ¿Qué te puede importar lo que piensen los demás. Si te quejas, es porque tu relación con nuestro Señor no es la adecuada.

Estás poniendo la vida actual terrena por encima de las promesas del Señor, y además te va mal, porque no haces lo que debes en relación con tus deberes (que son privilegios). Nadie sino Dios, actúa sobre ti con el amor y la delicadeza que El lo hace. A veces, somos demasiado insensatos.  

LIBRES PARA NO PECAR




Las gentes no reflexionan sobre los móviles de sus hechos; sólo contemplan la periferia, y no alcanzan a discernir las consecuencias de sus actos. Para el creyente, está muy claro que cada acto trae sus consecuencias, y sus móviles al actuar en todo momento están claros en su espíritu y en su corazón.


Dios ya nos hizo libres y no estamos sujetos a las pasiones desordenadas. Tenemos orden, libertad, y poder para hacerlo bien. Esta actitud nos permite actuar con la libertad con que Cristo nos dotó, y vivir en paz interior continuamente. Conflictos, sí; derrumbamiento, no.


Hace muchos años una mujer creyente sufrió un conflicto con su hermano. Este tenía un carácter déspota, amenazador, egoísta y codicioso. Como era de esperar, la aplastó literalmente. Usó y abusó de su buena condición, disposición, y amor hacia él y los suyos. Fue una situación de gran injusticia, y ante la cual esta pobre mujer tuvo que soportar callando, el abandono y el desprecio de los familiares que de él dependían, y que él manejaba y manipulaba. Aquellas personas por las cuales lo hizo todo.


Al final de un largo calvario acabó enferma y despojada. Tuvo que rehacer su vida con ayuda de su esposo e hijos. Debido a aquellas continuas y crueles agresiones, elaboró dentro de sí un rechazo a todo aquello, y terminó por enfermar de una gran depresión. Poco a poco superó aquella situación sostenida por su fe, de tal manera que más adelante intentó, a pesar de todo, una reconciliación.


Fue una gran equivocación; echar perlas a los puercos, (Mateo 7:6) y no fue posible convenirse con él. Ante los repetidos intentos de aproximación y mediación de la familia, que conocía lo que había ocurrido, su hermano respondió negativamente.


Adoptó una actitud y unos modos ásperos y de rechazo total, de forma que le negaba hasta el saludo más frío. Claro está, se comprendía por todos que en caso de reconciliación, se pondrían de manifiesto las malas artes y la petulancia de su hermano, que saldrían a la luz todos los elementos que propiciaban aquella actitud. (¡Ay! ¡Y como le tememos a la luz! ¿Porqué será?)


Ella comenzó a contemplar la situación con criterios más y más profundamente cristianos cada vez, e hizo ver a todos su buena disposición a pasar página a todo lo anterior, asumiendo con madurez y serenidad el problema que tanto la acongojaba. Aceptó. Conservó la actitud perdonadora y reconciliadora, y vivió en adelante dando gracias a Dios de que fuera él, y no ella, quien mantuviera aquella mala situación.


Hoy, esta hermana vive en plena paz, y con las naturales nostalgias ha dejado de considerar el asunto como problema. Como decía una amiga suya, a la que ella admiraba por su presencia de ánimo ante las muchas adversidades por las que pasaba, con hijos y el esposo enfermos y corta economía: Lo que puedo arreglar lo arreglo, lo que no puedo lo acepto.


Y ésa es la actitud correcta. A la hermana de nuestra historia aquellos hechos que tanto dolor le hicieron padecer, aquel abandono y aquellas agresiones le parecieron buenas al fin, porque le proporcionaron un asidero más fuerte a la voluntad de Dios, y le acercaron mucho más a Él. Al que ama a Dios todo esto le resultará muy comprensible.

DE LA DIVINA HUMILDAD



A manera de introducción al tema, o materia
En éstos escritos, procuro que otros conozcan lo que tanto me ayudó a mí.

Contiene llamadas a pasajes bíblicos que orientarán mejor que el mismo texto a los lectores interesados. Todo unido, creo, contiene bastante que examinar y meditar.

Por otra parte, tampoco persigo elaborar una enciclopedia, perfectamente ordenada en fondo y forma, estructurada al máximo y con una metodología estricta. Prefiero que predomine la espontaneidad, ya que insistir en la perfección de la forma es, al menos en mi caso, la mejor manera de arruinar el contenido.

El Espíritu y el orden racional no se llevan bien. Obsérvese la Biblia y se apreciará sin duda el bello y ordenado desorden en que el Espíritu se expresa por medio de los más variados estilos y autores... de los cuales, pocos había con la carrera universitaria de escritor, si se me permite la ironía.

La lectura del evangelio de Juan me provocó, en mis principios, este desconcertante sentimiento: las respuestas de Jesús le parecían a la parte racional y sistemática de mi mente, evasivas que no respondían a la pregunta formulada ni a la cuestión suscitada.

Sólo cuando comprendí a Jesús me llené de admiración por este evangelio. Porque sus respuestas, ciertamente, no contestaban como a mí me parecía que debieran hacerlo; como mi mentalidad racional-occidental esperaba... pero lo que decía era incuestionablemente cierto y contenía aún más que lo que la pregunta formulada pretendía obtener.

Yo pretendía que el escritor pusiera en boca de Jesús el discurso de un catedrático asiduo a las tertulias de televisión, en tanto que el evangelista no se preocupó tanto de complacerme a mí, como lector, sino de complacer al que dejaba su espíritu libre para comprender las palabras del Maestro, como, asimismo, quería Jesús.

Es decir, fui yo mismo, por el Espíritu, el que se acercó y amoldó a la Palabra. Y es que con el lenguaje del Espíritu no puede perseguirse escribir un manual ni un libro de texto.

De modo que, si usted busca aquí un escrito a la manera "académica" y moderna, no lo va a encontrar. Si en cambio, busca compartir verdades espirituales, por más que usted ya las conozca, pero expuestas desde otro punto de vista, podrá encontrarlas: lea y forme su propio criterio.

Si las conoce, ¡enhorabuena! Si discrepa en algún punto, al menos le habrá hecho pensar, y sería de gran ayuda para mí que me lo comunicara. Todos somos maestros y también aprendices. Si le dice algo que no conocía o sobre lo que, simplemente, nunca se había puesto a pensar... esta modesta obra habrá cumplido con creces su propósito.

No me he molestado en ser original, tanto más cuanto que no hablo de nada nuevo: es, de hecho, importante que lo expuesto sea conocido por todos los siervos de Dios, como lo ha sido para los que durmieron, años y siglos atrás.

Gracias a Dios por su sabiduría al repartir sus dones a sus siervos, y darles mayor utilidad para todos. El es, en su Palabra y en su Revelación, la mejor bibliografía.

La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Ap. 7-12

 

ALEGRE CANCIÓN



Una alegre canción te canto ahora,
María, madre mía y santa hermana,
Y te sueño durmiendo y de mañana,
Cuando se oculta el sol y en blanca aurora.

Heridas que curaste auxiliadora
Del siniestro pasado, con arcana
Virtud sobreabundante, cual campana
Que suena melodiosa a toda hora.

Es santa mi canción, para una santa,
Y es musical mi canto y mi alabanza,
Por ser mi corazón el que la canta.

Se disipa el pecado que me espanta;
Acude el gozo, reina la alianza,
Y el pacto del Señor, no se quebranta.

¡Oh, madre sacrosanta!
A ti, que siendo humana y ya gloriosa,
Te rindo mi canción, franca y gozosa.

SÍ; SOY CRISTIANO


Pues no, mi estimado “comentador”. Usted no es según sus escritos un agnóstico, sino como yo, y cualquiera que tenga dos dedos de frente, un escéptico. Porque escépticos lo somos todos.


Yo soy escéptico, por ejemplo, con respecto a la vida americana, ya que muchos de los clichés que se hacen sobre esta forma americana de vivir y de sus metas y medios de conseguirlas, me parecen algo manipuladas, y no tan uniformes como parece que quieren hacernos creer.


De lo que no tengo duda, es de que existen los Estados Unidos, porque aunque yo no he estado allí y, por tanto, no lo he visto ni oído, hay numerosísimos testimonios de su existencia. De ellos me tengo que fiar.


Si he de desconfiar de todos y cada uno de los que me han hablado de EE.UU., o de los he conocido, viviré siempre, no creyendo ni en mi propia existencia.


Por tanto yo no me ando por las ramas, y acepto con precaución todo lo que supone la existencia de ese gran país, y el resto lo explica la historia. Por supuesto que no resulta una misma historia, contada por un rival del reinante de turno, que la de sus apologistas, pero algo va uno sacando en limpio. ¡Tampoco es uno tan bobo!


Vivimos por fe todos los que andamos por este mundo. Si usted tiene dinero en el banco, cada vez que va a él y tiene cuenta, cree y espera que su dinero esté efectivamente allí. Y allí está…supongo.


Usted sube a su auto, creyendo día a día, que va a salir funcionando tan pronto lo desee. Todos cuando nos acostamos, creemos que vamos a levantarnos al día siguiente. Es algo ya rutinario. Así todo, con sus naturales excepciones.


Digo todo esto porque usted me indica que tiene un automóvil, que vive en una casa, tiene hijos y esposa, y además parece que, por su comportamiento, los vecinos le tienen por ser buena persona. Naturalmente, como explica,  sin ser cristiano. Eso de ser bueno me parece estupendo.


   Le será más fácil, enviar su dinero a los que se ocupan de atender a la gente de los desgraciados países que sufren tanto, mientras se hace o no esa revolución mundial, que tantas veces ha fracasado y fracasará. Los humanos somos así, todo lo que tocamos lo pudrimos.


No trate de cambiar lo que ya viene determinado y acabado. No vale la pena. Solo un cambio en el corazón de los humanos puede redimirnos. Eso intenta el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, y la Iglesia Cristiana. Lo demás es… como usted mismo me dice.  

SOLI DEO GLORIA FONT

 

 

Estimado comentarista: Quiero aclararle mi posición tal como usted me pide. Me sirve para todos, y con gusto le respondo. Ante todo hay que aclarar con un versículo muy útil: Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, (1ª Timoteo 2:5). Partiendo de esta base ya podemos progresar.

Si las personas andan con dudas y haciendo preguntas saduceas, es porque se trata de “divertimentos” que un cristiano no tiene la obligación de secundar. Si hay buena intención y deseo de saber, estoy a su disposición hasta donde llegan mis débiles fuerzas, para aclararle cualquier cuestión que yo pueda discernir.

Platón, Aristóteles… etc. y San Pablo, ya han dirimido la cuestión de la responsabilidad. Hay unas películas de anticipación, en las que las personas ya no tienen responsabilidad, porque todo se supedita a la sociedad. Esta estima, que el que no sigue sus consignas, es un enfermo o loco al que hay que tratar de forma suave, y considerando que si ha delinquido de alguna manera es a causa de su desfase social.

San Pablo dice claramente: Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago... Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (Romanos 7:15 al 19). Es obvio que en la naturaleza humana existe una dicotomía de tal manera sabemos que es lo bueno, pero en determinadas ocasiones tendemos a hacer lo malo. Y a veces podemos sentir cierta fruición al hacerlas.

Sabemos que comer chocolate, helado, dulces en gran cantidad, es pernicioso para nuestro organismo, pero aun así vemos que uno de los principales problemas en la moderna sociedad es la obesidad. Y cuando vulneramos las limitaciones sentimos algo de regodeo al hacerlo.

Las tentaciones no son otra cosa que atracciones más o menos dominables, que nos llevan a hacer el mal de cualquier manera. En los filósofos paganos, estas tendencias son tratadas desde la afirmación de que el individuo discierne el mal del bien, pero encuentra apetecible hacer el mal, aunque conoce que debiera hacer el bien.

No se trata solamente de ira o concupiscencia, sino de que la tendencia es hacia el mal en muchas ocasiones, y muchos creen cuando están metidos en el mal, que es el bien lo que están haciendo. Hay como digo cierta fruición, en personas al rechazar a Dios y a su Cristo. En sus burlas saben que hacen el mal, pero ellos quieren creer que es el bien; ellos pretenden determinar lo que es, tanto el bien como el mal.

En el cristiano, esto último está solucionado, porque Jesucristo no solo da la pauta a seguir, sino que también nos da el Espíritu para que podamos vencer al “hombre viejo”: En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, (Efesios 4:22)

Este refuerzo divino es algo que solo percibe el convertido a Dios y que disfruta de las caricias y también los admoniciones de Dios, seguidos del correspondiente consuelo. Dios nos conoce bien, y por eso usa de misericordia en el trato con nosotros, que coceamos contra su palabra y su protección, tal como hacía Saulo de Tarso.

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. (Romanos 8:26). Ya sabemos quien realmente ayuda.