martes, 12 de julio de 2011

TEMPERAMENTO Y CARÁCTER

Tendemos a confundir dos palabras, que por sus connotaciones y aplicaciones practicas tienen alguna semejanza entre si. De ahí las muchas interpretaciones y tergiversaciones, en nuestros conceptos de las personas.

El carácter es algo que se forma con la propia genética del individuo a las que se suman la crianza, la educación y sus inclinaciones hacia lo que va apareciendo a lo largo de su vida. El carácter evoluciona a medida que los rasgos humanos son influidos por todas las vicisitudes vitales. Decía alguien que mejor que una buena cuna es una buena crianza.

El temperamento es la parte inamovible del ser humano que nace con el, y que solamente es modificado accidentalmente por las mismas vicisitudes mencionadas. El apóstol Pedro era de temperamento pronto a la acción en su juventud; son muchos los ejemplos de su precipitación y su fuerza temperamental; cuando ya fue influido por la vida y el espíritu de Cristo, notamos en sus cartas una inmensa mansedumbre en las antípodas de su primario temperamento.

Pablo es otro paradigma de una mutación de su carácter originario, cuando fue rescatado y sirvió al Señor a lo largo de su vida. Y aunque en sus cartas se trasluce algún rasgo de mal genio y aspereza, por otro lado se exhibe un amor a todos los creyentes, y al Señor que le arrebató del mundo y sus arrogancias.

Y es que el temperamento tendía a traicionarle. La mansedumbre de Jesús, borró todo aquel genio vivo y agresivo. Es por eso, que habla con tanta propiedad y enorme autoridad del “hombre viejo”, (Efesios 4:22 y cc) porque él mismo ya recibía los golpes de su antigua manera de ser.

Así que, como vemos en los grandes apóstoles y tantos grandes hombres de la antigüedad, a nosotros también el “hombre viejo”, el temperamental, ataca y molesta, pero Cristo es tu amigo incondicional... y te ama. Ama de verdad; ya acabó para ti todo esfuerzo por agradar, toda preocupación de no gustar.

Si Cristo te acepta y ama, tú también te puedes amar y aceptar. Acepta alegre lo que gozoso acepta Él: a ti mismo. Eres importante para Él. Y si eres importante para Jesús ¿Qué te puede importar lo que piensen los demás. Si te quejas, es porque tu relación con nuestro Señor no es la adecuada.

Estás poniendo la vida actual terrena por encima de las promesas del Señor, y además te va mal, porque no haces lo que debes en relación con tus deberes (que son privilegios). Nadie sino Dios, actúa sobre ti con el amor y la delicadeza que El lo hace. A veces, somos demasiado insensatos.