viernes, 29 de julio de 2011

PROVISIÓN DE DIOS

 

La serpiente, destilando su envidiosa soberbia, hizo vacilar los corazones de Adán y Eva y consiguió que, en su soberbia y desconfianza, se preguntaran la razón por la que Dios les prohibió comer del fruto del árbol prohibido.

¿Tal vez Dios teme que seamos iguales a El, y quiere evitar que alcancemos el poder y la importancia que realmente nos pertenece? ¿Tal vez Dios no quiere, egoístamente, darnos algo bueno para nosotros? ¿Tal vez...?

Siendo humildes, hubieran reposado confiadamente en la bondad infinita de Dios. Si el fruto del árbol hubiera sido verdaderamente bueno para ellos, debieran haber confiado en que Dios se lo hubiera dado, como todo lo demás.

El diablo hubiera resultado mentiroso y Dios veraz, como inmediatamente demostró. La mentira de Satanás usurpó el lugar de la verdad de Dios y ya no dejó lugar para la plenitud de su amor. (Génesis 3:19).

Cayeron de su gozosa y alta relación con el Creador a la misma miseria en que el hombre hoy se encuentra. Miseria física, social, espiritual... La exaltación rebelde de sí mismo por parte de la criatura fue la raíz y la puerta a la maldición; a la enemistad contra Dios.

Adán conoció el mal desde el mal, cuando antes de su caída había conocido y vivió envuelto absolutamente en el bien. Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto. (Génesis 1:31).

Dijo Dios, ser sobremanera bueno lo que había creado. Del hombre no dijo ser bueno ni malo, por que en el hombre había puesto la posibilidad de que en la libertad, solo a él concedida, pudiera elegir entre ser bueno o malo.

Nosotros llevando en nuestro interior al nuevo Adán (esto es Cristo) hagamos de la libertad con que Cristo nos hizo libres, un instrumento de obediencia amando y agradando así, a nuestro soberano y amante Dios. (Gálatas 5:1).

Solamente la restauración de la humildad perfecta y, por tanto, de la obediencia y absoluta rendición a Dios, podría restaurar al hombre caído. Esta fue la entera sumisión del segundo Adán, esto es, Cristo; con la cual Dios mostró al universo pervertido y jactancioso, que su justicia se cumplía en Él, Cristo Jesús, como su obra completa sobre el orgullo y la rebeldía.

Cristo cumplió totalmente la voluntad de Dios y, como hombre, demostró cumplidamente que en la humilde dependencia de ella posaba la plenitud de Dios y el mayor bien para los hombres. Su total sujeción abrió el camino hacia el Padre, para que la criatura, siguiendo sus pisadas y su misma actitud, gozara y recibiera eterna redención. (Hebreos 9:12).

Haciéndose obediente hasta la muerte, aún en medio de gran clamor y lágrimas. (Hebreos 5:7). Su total sujeción al Padre, fue la base profunda de su obra redentora, y nuestra salvación eterna. La humildad, tomada de Cristo, debe ser la raíz y el camino para nuestra perfecta relación con Dios, como lo fue en la de Cristo.

Se trata de estimar como la perfecta benignidad del Señor el dicho de San Pablo. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. (Efesios 2, 8-10).

LA GRAN DESOBEDIENCIA



La serpiente, destilando su envidiosa soberbia, hizo vacilar los corazones de Adán y Eva y consiguió que, en su soberbia y desconfianza, se preguntaran la razón por la que Dios les prohibió comer del fruto del árbol prohibido. ¿Tal vez Dios teme que seamos iguales a El, y quiere evitar que alcancemos el poder y la importancia que realmente nos pertenece? ¿Tal vez Dios no quiere, egoístamente, darnos algo bueno para nosotros? ¿Tal vez...?


Siendo humildes, hubieran reposado confiadamente en la bondad infinita de Dios. Si el fruto del árbol hubiera sido verdaderamente bueno para ellos, debieran haber confiado en que Dios se lo hubiera dado, como todo lo demás. El diablo hubiera resultado mentiroso y Dios veraz, como inmediatamente demostró. La mentira de Satanás usurpó el lugar de la verdad de Dios y ya no dejó lugar para la plenitud de su amor. (Génesis 3:19).


Cayeron de su gozosa y alta relación con el Creador a la misma miseria en que el hombre hoy se encuentra. Miseria física, social, espiritual... La exaltación rebelde de sí mismo por parte de la criatura fue la raíz y la puerta a la maldición; a la enemistad contra Dios.


Adán conoció el mal desde el mal, cuando antes de su caída había conocido y vivió envuelto absolutamente en el bien. Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto. (Génesis 1:31).


Dijo Dios, ser sobremanera bueno lo que había creado. Del hombre no dijo ser bueno ni malo, por que en el hombre había puesto la posibilidad de que en la libertad, solo a él concedida, pudiera elegir entre ser bueno o malo.


Nosotros llevando en nuestro interior al nuevo Adán (esto es Cristo) hagamos de la libertad con que Cristo nos hizo libres, un instrumento de obediencia amando y agradando así, a nuestro soberano y amante Dios. (Gálatas 5:1).


Solamente la restauración de la humildad perfecta y, por tanto, de la obediencia y absoluta rendición a Dios, podría restaurar al hombre caído. Esta fue la entera sumisión del segundo Adán, esto es, Cristo; con la cual Dios mostró al universo pervertido y jactancioso, que su justicia se cumplía en Él, Cristo Jesús, como su obra completa sobre el orgullo y la rebeldía.


Cristo cumplió totalmente la voluntad de Dios y, como hombre, demostró cumplidamente que en la humilde dependencia de ella posaba la plenitud de Dios y el mayor bien para los hombres. Su total sujeción abrió el camino hacia el Padre, para que la criatura, siguiendo sus pisadas y su misma actitud, gozara y recibiera eterna redención. (Hebreos 9:12).


Haciéndose obediente hasta la muerte, aún en medio de gran clamor y lágrimas. (Hebreos 5:7). Su total sujeción al Padre, fue la base profunda de su obra redentora, y nuestra salvación eterna. La humildad, tomada de Cristo, debe ser la raíz y el camino para nuestra perfecta relación con Dios, como lo fue en la de Cristo. 


Y estimar como la perfecta benignidad del Señor el dicho de San Pablo. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. (Efesios 2, 8-10).