jueves, 1 de noviembre de 2012

EL BESO Y LA HUMILDAD DE CRISTO



En la oscura expectación de la noche, triste sin igual, un hombre llora, gime, y ruega a su Padre que no lo entregue en manos de inicuos que le escarnecerán. Es el Cristo de Dios. El sabe que le aguarda un horrible destino, aunque también conoce la voluntad de su Padre de entregarle por la salvación de la raza humana.

Angustiado, suda como gotas de sangre. Después  se dirige a donde le esperan sobrecogidos sus discípulos, que ni de lejos llegan a comprender la grandeza de los días que seguirán a la noche que se ha derramado sobre ellos. Noche en la naturaleza; noche en los corazones y temor y hasta pánico.

Se acerca un grupo de sayones, y gente mezclada en ese momento sin distinguir posición social. Porque es su destino, que ante su presencia y buscándole todos, abandonen sus prejuicios para ir contra Él o en pos de Él. Grandeza divina, que todo lo que impregna de su persona lo trastoca para bien.

Del grupo se destaca un hombre, al que Él espera y conoce. Es uno de sus discípulos, que le besa para que los que le acompañan distingan a quien quieren prender, armados de palos y de odio. Triste destino humano del que siendo de abolengo y realeza divina, se sumerge sin dudar en nuestra naturaleza humana. En todo semejante a nosotros.

Es un hebreo indistinguible de los demás, pues el que le vende por el precio de un esclavo, ha de señalarlo para que le conozcan y le prendan. Hombre de su tiempo, lleva los mismos vestidos que los demás, y la misma barba y continente que todos, aunque de alguna manera se resalta por su porte y su distinción natural.

Un beso traidor, un beso cínico; un beso que a través de los tiempos ha de horrorizar a millones de criaturas salvas. Así se cumplirían las profecías que sobre su realeza y humildad, el mismo Cristo había hablado desde antes de aquel evento tan duro como glorioso. El Cristo se somete a su destino para el rescate de una humanidad perdida.

Una humildad que se entrega a la maldad de los que le buscan para matarlo, pues su doctrina y su figura se yerguen sobre toda ley y sobre toda consideración. Es un revolucionario de Dios. No se atiene a nada que no sea la palabra de su Padre Celestial. No está contra la Ley, sino que la fortalece, dándole el rango divino que enaltece al Creador y al creado.

Ningún hombre ha hablado como ese hombre, dicen los enviados a prenderle en ocasión anterior. Y cuando se manifiesta en su plenitud, los que le van a prender caen en tierra, fulminados por la persona que se yergue ante ellos con una tranquilidad pasmosa, como el que está realizando una obra que está determinada desde la eternidad.

¡Oh sublime humildad de Cristo! ¡Oh santo amor del Padre Creador para sus criaturas! Muerte de cruz tiene reservada para el que más ama, para acoger a los que, por su sangre, recibirán la perfecta justicia y el perdón de pecados.

Un beso, expresión de amor y de ternura, es utilizado por las fuerzas del mal para tratar de engañar al que todo lo sabe y todo lo discierne. Se somete a este principio de la pasión, como si Él no supiera de donde y porqué se le hace aquel ultraje.

Y ya dentro del dolor de la traición, su noble corazón también sabe mirar compasivamente al que le entrega conociendo de antemano su triste destino. Se entrega afirmando su rostro, primero para ir a Jerusalén donde había de padecer, y en el momento del principio de dolores.

Cumple su misión, con la serenidad del que conoce el amor de su Padre, y en la confianza de que en sus manos no ha de temer nada. En el trasfondo de sus padecimientos y muerte, está claro para Él la maravilla de su resurrección. Cristo ha resucitado… y nosotros con Él. Y Dios Padre, sobre todas las cosas.

AMDG.