domingo, 25 de noviembre de 2012

SI EL GRANO DE TRIGO NO MUERE NO DARÁ FRUTO JAMÁS


RESPETUOSAMENTE Y SIN QUE ME AFECTE
DISCREPO  TEMPLADAMENTE 


El señor José Arregui, vuelve siempre por el camino de cabras que él mismo se ha diseñado. Se confiesa que no es ni clérigo ni laico. No es de estos… ni de aquellos. Es simplemente Arregui. Y fundamenta su parecer (que no es otra cosa) en una serie de pasajes bíblicos que no respaldan en absoluto su forma de pensar y de escribir.

Él se ha exclaustrado porque le cuesta obedecer, y se siente alguien especial que ha descubierto la pólvora sin humo de la religión. Y no quiere ser laico porque ese concepto está en contra del concepto clérigo.

Y se leen palabras contra el obispo Munilla: Paranoia, prepotencia, irracionalidad, ignorancia, imprudencia. (Sic) Eso es muy grave y debe meditar antes de decir eso del que es su superior.

Al fin y al cabo (párrocos, pastores, oficiales, obispos, etc.) son los que mantienen la chispa del Evangelio de mejor o peor manera, y son los que se trabajan el cargo a modo; los que juntan todos los días, llueva o arrase, a los feligreses que quieran ir.

Estos últimos, son unos más espirituales que los otros y tal. Todo eso está contemplado desde hace siglos, pero como decía un elemento que acudía a la Iglesia (templo) cuando le preguntaban porque iba dos o tres veces cada día.

Este no respondió que a orar o a descansar el alma o la mente, (que también), sino que contestó más o menos: voy porque quiero que todos sepan de parte de quien estoy. De parte de Dios donde se le adora aquí mal o bien, sea una Iglesia ortodoxa o protestante, etc. Todo eso hay quien lo juzgue y no soy yo precisamente.  

Y me pregunto ¿de qué parte está el señor Arregui, aparte de él mismo? En un largo artículo desgrana una marea de versos bíblicos como cualquier militante, sea  anglicano o protestante, del que no se diferencia en nada. Diga pues que es protestante o cualquier otra militancia y ¡santas pascuas!

El evangélico o protestante (como se suele decir), acata un liderazgo malo o bueno. Si no está conforme con la conducta de los principales, emigra a donde vea esa pureza y ese estilo que a el le agrada. Pero no debe olvidar que a donde va lleva también sus virtudes y flaquezas y que los que la componen también son falibles.

El tal disconforme se siente Iglesia, aunque no esté muy de acuerdo con la conducta o doctrina secundaria del que ministra. En eso puede haber error en buena intención, y basta con tener una opinión distinta de tal líder. Por lo demás los líderes van y vienen, pero la Iglesia está siempre ahí.

Y menos aún el que se confiesa católico, Es o no es, pero no lo es a medias. Precisamente el que está bajo voto no puede atreverse a injuriar a un superior que es su obispo y su superior. Lo juró usted ¿recuerda? Y por eso es usted escuchado y aplaudido.

Si esto es lo que propugna el Sr. Arregui que no cuente conmigo. Estoy en desacuerdo. Hay que ser nadie, si quiere uno ante Dios ser todo. Pertenezcas a lo que creas pertenecer. Estás envuelto en una falacia que pasará factura tarde o temprano.

CONVERSIÓN Y PAZ



 



Todas las verdaderas conversiones llegan tras un conflicto existencial, que solo es dado a unos pocos. De ahí que solo a través del sufrimiento se consigue encontrar una paz que “el mundo” desprecia en sus locuras. El hombre ungido, a pesar de sus angustias, llega a conocer la verdad a pesar de las dificultades y vicisitudes que ha de pasar antes de la eclosión de la revelación.

El cúmulo de cristianos comodones y superficiales no entiende al que como Jeremías sentía: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude. (Jeremías 20:9)

Cuando Dios quiere, se las hace pasar canutas a un tipo, pero consigue la consagración del que se ha propuesto poner a su servicio. ¿Qué misterio se esconde detrás de esa forma de actuar de Dios no lo pondero, pero sé que es así. Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado (Isaías 26:3)

Y es que el genuino hombre de fe ha de pasar por dudas y sobre todo intentar llegar a la Verdad, que es el principio de toda conversión. Una vez que llega a esta posición de relación con el Creador por medio de Jesucristo, habrá de luchar contra una naturaleza que trae de su nacimiento, y que hasta en los bebés se manifiesta cuando lloran empeñados en algo que a ellos les gusta.

Esa naturaleza les hace establecer una dicotomía que San Pablo discierne en sus palabras “carne y espíritu”. Nos pasa a todos aunque no tenga nada que ver con la vida espiritual. Sabemos que hacemos algo mal, aunque nos lleve a ejecutarlo la delectación de un capricho o de una compulsión.

La fe impulsa al bien absoluto; nuestra naturaleza al intento de nuestro corazón relacionado la naturaleza caída y corrompida. De hecho todos somos corruptos y hablamos mentira porque la verdad es perseguida y no proporciona prosperidad. De ahí que San Pablo hable del viejo hombre o del nuevo hombre que ha sido “recreado” según Dios en la Justicia y santidad de la verdad.

Todos reconocen que una vida cristiana auténtica y no artificial es lo mejor de lo mejor. Lo que ocurre es que ayunar, ser sobrio, caritativo, compartir, ser generoso, y tantas virtudes (algunos las llaman “propiedades”) choca frontalmente con nuestra naturaleza pecaminosa y al final se establece la lucha entre las dos tendencias hasta que una vence a la otra. Y al fin y al cabo el derrotado es el hombre creación de Dios. El enemigo vence.