miércoles, 27 de marzo de 2013

DIOS EN MI EXPERIENCIA PERSONAL




Estimado correspondiente: Tengo que dejar claro para los que me hacen el favor de leerme que para mí la Semana Santa es una rememoración de la Pasión, muerte, y resurrección de Jesús. Soy de tal manera adicto a Jesús, que a pesar de “mis constantes meteduras de pata”, mi fe en Él no baja ni medio milímetro. Es que lo que dijo o hizo, está demostrado por milenios.


Por supuesto si dice que el Universo está regido por un tonto, o un poder ciego, no tengo nada que discutir con usted. Cada cual con su forma de pensar, y que cada cual se atenga a las consecuencias. Yo le expongo rústicos argumentos o impresiones. Juzgue usted lo que realmente le conviene de verdad.


Por mi parte, deseo que todos encuentren coherencia en La Creación, y traten de percibir la inteligencia que lo hizo posible, y la infinitud de otras obras suyas, que para nosotros son inalcanzables y de imposible comprensión.


La insistencia en que nada hay que no pueda ser comprendido por el hombre en su limitadísima estancia y vida, nos da una fidedigna impresión de nuestra arrogancia, y el derroche de los dones que hemos recibido.

            Por mi parte me limito a obedecer a Jesús que dijo a los discípulos: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. (Mateo 28)

Notemos que es un mandato, y no una opción. De los bautismos ya se encargan curas, pastores y hasta particulares. Prescindo de cualificar esta última práctica en quien no ha sido preparado para ello, pero lo que sí puede hacer cualquier cristiano es presentar a Jesucristo como Señor, y al par de guardar lo que mandó, invitar a otros a hacerlo en orden a su salvación eterna.

Somos todos pecadores perdidos. Los que quieran pueden ser rescatados por la inagotable misericordia de nuestro Dios y esto es axiomático para mí. El mundo, (Kosmos) que está gobernado por el maligno, sufre odios, guerras, miedo al porvenir, etc., cosa que no sucede al verdadero cristiano, que sabe que sus días están controlados por una fuerza Creadora cuyo poder no tiene límite, así como su justicia y amor hacia sus criaturas.

Haga lo que quiera, yo me limito a proclamar al Cristo a pesar de mis caídas (no hay hombre que no peque), sigo mi caminito, y detrás de Jesús ya encontré la paz y la felicidad que muy pocos hombres disfrutan en este “Valle de Lágrimas”.

No me inquieta el número de salvados o de seguidores, y hago mi labor (que no a todos gusta). Lo demás no me corresponde, sino es para llenarme de orgullo y pedantería. Creo que así está bien, mientras no reciba órdenes de la “Superioridad”.

AMDG.  

JESÚS DE LA AGONÍA ENVIADO POR C. MUDARRA



 


¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? 
Jesús respondió:”Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído… y feliz el que no se escandalice de mí (Mt 11,2-6)



Esta Semana, llamada Santa, se inicia con el Domingo de Ramos, en que se celebran dos aspectos fundamentales del misterio pascual: La vida o el triunfo, con la procesión de las palmas y ramos en honor de Cristo Rey; y la muerte o el fracaso, con la lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos -la de Juan se lee el viernes-. Desde el siglo V se conmemoraba en Jerusalén, con una procesión, la entrada de Jesús en la ciudad santa, el denominado «Domingo de Ramos», poco antes de ser crucificado.
        

 La Semana Santa también se compone, aquí, en España, de representaciones y procesiones en conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, fruto de la tradición religiosa y de la piedad popular, sencilla y honda; y, así, con Machado y Serrat canta: ¿Quién me presta una escalera, para subir al madero, a quitar los clavos a Jesús el Nazareno? Y, en Andalucía, por sus calles y plazas, llenas de algarabía y fervor, se ven pasar solemnes en sus tronos los Cristos y majestuosas las Vírgenes, venciendo el cansancio y la fatiga del peso y la caminata.


Mientras por las esquinas y desde los balcones van saltando al aire primaveral las saetas en encendidas gargantas de hombres o mujeres que lloran el dolor de la Madre por el Hijo Crucificado, voces limpias, sin palmas, sin guitarra, que trasmi­ten una emoción tan honda como el arrepentimiento y el llanto: No eres tú mi cantar, pero me lle­gas muy adentro, cantar de la tierra mía que echa flores al Jesús de la agonía”.


En esos cantos populares, sube al cielo el incienso de la fe de nuestros mayores, reflejo de la pena interior que siente la gente al rememorar la Infinita Pasión de Cristo, misterio esencial del nacer, amar y morir del creyente. Es el sufrimiento sin límites del Hijo del Hombre o la pena de cauce oculto y madrugada remota, según otro poeta.
         

El evangelista Juan dice: Existía la luz verdadera, que ilumina a todo hombre”. “Yo soy la luz del mundo; el que me siga, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida(Jn 1,9; 8,12). Jesucristo que impartió la misericordia, que mandó el amor y murió dando el perdón, nos invita que hagamos lo que hemos visto y oído; mirad cómo he amado y lo que yo he hecho; no he hecho una revolución cruenta, no he traído al mundo la agresión y las armas; he cambiado el mundo con la fuerza del amor al prójimo, el gran camino de luz a lo largo de los milenios".


 Es la luz que debe animar la relación entre todos los pueblos de la tierra, la convivencia universal en un mundo sin fronteras; pues "lo que cambia al mundo no es la revolución violenta, ni las grandes promesas, sino la silenciosa luz de la verdad", proveniente del Dios cercano que nos da la certeza de que no caemos en el olvido, como si el hombre fuera un producto de la casualidad. 


A este Dios, dijo el Papa, debemos acercarnos, para convertirnos en "una de las luces más pequeñas" que él enciende en la historia y así traer, en la vigilia activa de la espera, luz al mundo. La luz que ha venido para iluminar a todo hombre. Yo soy el camino la verdad y la vida”, sigue diciendo Jesús en nuestras calles a través del Cristo de los Gitanos, el Señor del Gran Poder, el del Silencio o el Cautivo.


No ha sido la laicidad, sino la tradición que ha convertido hace siglos la religión católica en fundamento de nuestra vida, como lo expresan con emoción los costaleros que llevan a hombros al Cachorro, a la Macarena o a la Virgen de las Angustias.

                                                                      C. Mudarra