domingo, 3 de noviembre de 2013

SEGUIMIENTO A CRISTO (Enviado por Bartolomé Lopez)



Esta mañana en la Misa de diez, nuestro Párroco, hablando del seguimiento de Cristo, dijo que los discípulos habían dejado todo por seguir a Jesús: casa, familia...., pero que eso solo se le exige a muy pocas personas, no a la mayoría. 

Esto hay que matizarlo. Porque es verdad que la mayoría no tienen que dejar ni casa ni familia en el sentido de abandonar el hogar e ir a predicar o anunciar el evangelio a otros lugares, sea donde sea, por distantes que estén. Pero siempre es necesario "dejar familia, casa, campos, hermanos, amigos.....", es decir, todo, por seguir a Jesús, dicho sea en el sentido de que no puede haber nada más importante que Él, porque le hemos de amar sobre todas las cosas, incluidas las que hemos mencionado.

Son muchos los casos en los que la propia familia, cuando alguien vive la fe de Cristo con mayor intensidad que la que ellos consideran "normal", se opone a ello, bien directa, bien indirectamente, bien de ambas maneras, no dejando en paz a la persona que se siente llamada así por Nuestro Señor, la cual se ve obligada a tomar postura y a elegir entre Cristo o la paz en su hogar.

Y ahí tenemos ya el dilema. Muchos, por comodidad y para evitarse problemas en su casa, y también por el egoísmo de no perder la relación normal que mantenía con todos, dan marcha atrás y dejan a Cristo, no del todo, pero sí en la medida en que se sintieron llamados. Al actuar así han puesto por delante de Dios a su familia -y a ellos mismos-, porque ha amado más lo del mundo que Dios.

Se muy bien lo duro que resulta seguir al pie de la letra este mandamiento de Dios de amarle sobre todas las cosas. Pero eso es lo que hay. Y ese mandamiento es general, no es solo de los que son llamados para llevar a cabo tareas o misiones especiales.

Por tanto, todos tenemos que dejar casa, familia, campos, hermanos...etc., pero los que tenemos que seguir viviendo la misma vida, que no tenemos que ir fuera de casa, sí tenemos que tratar de vivir como si lo hubiésemos tenido que hacer, es decir, como si no tuviésemos familia, casa, campos, hermanos......, viviendo totalmente desprendidos de todo. 


Porque nadie que siga a Cristo puede vivir aferrado o apegado a las cosas de este mundo, sean las que sean. Amarlas sí, mucho, pero nunca por encima del amor que le hemos de tener a Dios. En eso estriba todo. Por supuesto que lograr esto es imposible para nosotros. Pero no para Dios, que es el que lo va a hacer posible si nos ponemos a su entera disposición y no cejamos de pedírselo, intentando en todo momento hacer su santa voluntad.

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