viernes, 10 de agosto de 2012

IGLESIAS CRISTIANA .- DETERIORO


De las Iglesias Cristianas diré que por mi parte no me importa demasiado como cada cual adora a Dios y lleva por delante sus mandamientos.  Y eso no quiere decir que esté conforme, y en ocasiones sufro vergüenza ajena, pero si Dios lo permite por algo será.

Soy amigo de todo el que ama a Jesús, y si bien en algunos puntos tengo discrepancias, por mi parte, de como hacen las cosas, pienso que ello es discernimiento y autoridad de Dios, que juzgará los corazones de todos y sabrá impartir a todos sus justos juicios.

Yo procuro hacerlo bien en lo que alcanzo y lo demás lo dejos  la misericordia de Dios. Creo que no me equivoco. Ni entro como los “davidianos”, ni como los “lefebvristas”, ni tantos como pululan en el mercado de las religiones, en materias que no me afectan. Ni trato de imponer mi fe sobre nadie.

Estoy viviendo los últimos tramos de mi vida, que se achica como sucede a todos los mortales, y con el último “zumo” que me quede, insistiré en la proclamación de Cristo como Señor de la Historia, Salvador de los hombres y Maestro divino. Lo demás tiene su importancia, pero lo decisivo es seguir las pisadas del maestro que “pasó haciendo el bien”.

Y volviendo brevemente al principio, le digo lo siguiente con entera convicción: No habrá verdadera unidad mientras no se siga el camino de la paz y la unidad, y eso ahora no existe simplemente porque la naturaleza del ser humano lo impide.

Jesús no pretendía volver el mundo al revés. El sabía que no había redención mediante los esfuerzos humanos, como hemos visto a lo largo de la larga historia que conocemos. Su entrega a la voluntad del padre hizo posible la salvación eterna de los que le aman.

Es por eso que el apóstol, Pablo decía: Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención. (1Corintios 1:30)

Y es por eso que las naciones seguirán perpetrando contra sus hermanos más débiles las infamias que vemos continuamente, la tierra se arrasa, los sufrimientos se acentúan, las desigualdades claman al Cielo y Las guerras se encienden por el orgullo y la condición asesina del ser humano.

Nuestro resfriado nos preocupa más que el sufrimiento de millones de seres sumergidos en el abandono o la explotación del más fuerte. Es la “ley de la selva” aunque peor que los animales. Los animales matan para comer; los humanos despliegan crueldad, espíritu de venganza, y los peores instintos, sin hacer cuenta de los sufrimientos  que inflingen a los demás.

Es así que solo la verdad de Cristo de Dios nos puede llevar a cada cual al paraíso de la paz y la seguridad espiritual o su rechazo al infierno de la duda, de la indiferencia, que más tarde o más temprano se ceba en nosotros mismos, en el lamento del perdido que no sabe ni de su principio ni de su fin.