lunes, 9 de julio de 2012

A LA GREÑA






Si señor; somos demasiado inquiridores de la conducta ajena. En la libertad concedida por Dios a los humanos, podemos andar delante de Dios sin extremar las condiciones en que otros han de vivir. Desde el Evangelio, anunciante vivo de la libertad para todo ser, las cosas han cambiado porque ya no solo se dirige solo a los judíos sino también a los gentiles

Dios no quiere ser anunciado por medio de la fuerza. Ningún padre quiere que sus hijos lo sean forzados por cualquier fuerza que no sea el amor. Sería decepcionante para Él, y Dios quiere hijos que le amen como Él nos ama, y hace salir el sol y caer la lluvia sobre buenos y malos. En la creencia de los reyes antiguos de que estaban puestos por Dios y así lo proclamaban las monedas y la bendición de la Iglesia, estos monarcas se dieron a la persecución de los heterodoxos, y así creían que cumplían un mandamiento que quedó abolido con la llegada del Cristo y la promulgación de su Evangelio de la paz y la libertad.

Ya en el antiguo testamento se dan los casos de los profetas cuando fustigaban los pecados de los israelitas que copiaban a los paganos que ofrecían a sus hijos al dios Baal Moloch, quemándolos en la candente bandeja que se sostenía en manos y piernas del ídolo. Daniel es un ejemplo de la actitud que debe tomarse ante los extravíos de los demás.

El rey Nabucodonosor tuvo un sueño y sus magos y adivinos no daban con la interpretación que el rey les pedía. Este, furioso, mandó matar a todos los sabios y caldeos de su nación de forma expeditiva. Enterado Daniel de aquello, se ofreció a dar la interpretación. Los sabios le pedían al rey que les contase el sueño y que ellos le darían la interpretación, pero el rey entendió que ellos querían saber el sueño para dar la interpretación vaga y a largo plazo, para que el rey no supiera si era verdadera o no la interpretación del sueño.

Lo importante aquí, es que Daniel interpretó bien, pero dijo al rey que no matase a ninguno de los fracasados caldeos. Ese es el núcleo de la cuestión de lo que quiero destacar. Daniel hubiera podido dejar que matasen a los fallidos interpretes, al considerarles competidores suyos, y desviados de la verdad. No lo hizo, y por el contrario los salvó a todos. Esta mediación misericordiosa y recta no fue correspondida, porque más adelante, por envidia, los que fueron salvados de la muerte por Daniel fueron los que instigaron al rey contra él.

Quiero destacar esta actitud del manso Daniel, para contrarrestarla con la de muchos de nosotros, que andamos a gresca con todos los que no se identifican con nuestro pensamiento, sean cristianos o no. Somos agresivos, pendencieros, y albergamos malos sentimientos contra todo discrepante, cosa que Jesús nunca hizo ni entró en su corazón. Él comprendió a todos, y a todos proveyó de su grande amor. Hasta reconoció la autoridad de los fariseos y sacerdotes de su tiempo, aunque afeara y fustigara constantemente la conducta hipócrita de ellos de ellos.

Esa actitud que tanto se afea de la Iglesia medieval, y de los reyes celosos de su religión y de sus reinos ante la presión de los enemigos, es la que ahora se ejerce sin misericordia unos contra otros, siendo un desastroso ejemplo para los de afuera. La Iglesia cristiana, no es campamento militar de guerreros contra todo lo que se le oponga. Ella predica la unión, la misericordia para con los extraviados, aunque como es justo y debido, mantenga su doctrina continuamente y a toda costa.

Somos muy proclives a la condenación y a la exclusión de los que conciben las cosas de otro modo. Todos nosotros practicamos o hemos practicado ese aborrecible vicio. El que crea no se apresure dice la Escritura. Ha sido salvado por la gracia de Dios, como todos, y no debe detestar a los demás porque no hayan conseguido aun ese don.

San Agustín (Agustín de Hipona, para otros) era realmente un extraviado en su juventud, como Pablo de Tarso (San Pablo para otros). Si les hubiesen echado del seno de la Iglesia, se hubiera perdido el manantial de doctrina que dispensaron y nos entregaron. Recibidos, fueron los más eficientes y fervorosos paladines y sanos intérpretes del pensamiento de Jesús, el Maestro. Y esa es  o debe ser nuestra actitud. Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones. (Romanos 14:1)

No juzguemos a nadie por su forma de pensar. Si está en lo  cierto nosotros estamos descalificados. Si se equivoca como suele suceder, demos gracias a Dios por su bondad en mantenernos libres del error, sin caer en otro peor que es el de perseguir o despreciar al que no adora a Dios como nosotros lo hacemos. ¿Dónde está en nosotros la ternura de Cristo?

Rafael Marañón  1997

AMDG

- NO RESISTÁIS AL QUE ES MALO-



      
        
Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os
    maldicen, haced bien a los que os aborrecen,
y orad por los que os ultrajan y os persiguen
 para que seáis hijos de vuestro Padre que esta en los cielos...
         Sed vosotros perfectos como vuestro Padre que está
    en los cielos es perfecto

                          (Mateo 5:39, 44, 45, 48)

Si ponemos oído atento y obediente al mandato de Jesús y no resistimos al que es malo, tendremos junto a su promesa una sanísima instrucción sobre cómo sobrellevar los asaltos de los malos y las agresiones que nos oprimen continuamente. ¿Para qué resistir al malo? Decía un humorista famoso que los puñetazos son mercancía que viaja; van y vienen (Wodehouse). Y la Santa Escritura: A cualquiera que te hiera en la mejilla, vuélvele también la otra (Mateo 5:39)

Presencié un día un pequeño atasco de automóviles cuyos conductores intercambiaron algunas palabras agresivas. Dos de ellos se bajaron de sus respectivos vehículos y se enzarzaron en una pelea. Si los estupefactos espectadores hubiéramos podido contar los golpes, tal vez hubiéramos podido decir ¡empate! No hubo nadie que los separara, porque en aquel alboroto solo se podían pescar bofetones y golpes variados.

Ya restablecida la circulación, cada uno volvió a su automóvil, y se fueron sin más palabras. He presenciado altercados estúpidos, pero éste superó a todos. Dos adultos dándose golpes mutuamente, para no dejar nada aclarado ni solucionado. Fue algo ridículo, que después hizo reír a todos los que lo presenciarnos.

Yo me pregunté: ¿Qué pensará cada uno de los contendientes de las hinchazones y moraduras sufridas? ¿Qué provecho sacarán de los golpes que ellos propinaron al contrario? Pura estupidez; pero sucedió y sucede continuamente de muchas maneras. Si queremos saber cuáles son nuestros fallos y cómo corregirlos, es preferible oír lo que piensan y dicen nuestros enemigos de nosotros que escuchar lo que te dicen los amigos.

Éstos, por ser amigos y desear seguir siéndolo, no osarán señalarte ninguna falta tuya por mucho que la conozcan, y menos aún, si a cualquier defecto que te señalen respondes con enfado y hostilidad y no quieres reconocerlo. Al momento lo convertirás interiormente en enemigo. Por eso tus amigos se guardan con cuidado de comunicarte tus defectos. Y para eso Dios dispone a tus enemigos. No aceptas consejo de amigo fiel y tendrás que oír censura de enemigo.

Pero entiende que precisamente por estas condiciones el gran favor de señalar y hacerte ver tus faltas y caídas. Para conocerte a ti mismo, que es tarea importantísima y de mucho mérito y provecho, son precisos los enemigos. Mientras el reino de Israel fue fiel no precisó de ejército alguno para defender sus fronteras de enemigos, merodeadores y saqueadores, cuando acudían todos a las santas celebraciones en Jerusalén. El Señor les guardaba con extrema fidelidad. Tuvieron siempre seguridad. (Nehemías 9:27,28)

Tan pronto olvidaron sus deberes y la atención debida a Dios, no les faltaron enemigos que les hostigaran. Sólo entonces, en la aflicción, cuando clamaban arrepentidos y en actitud de obediencia, fueron invariablemente defendidos por el poder de Dios, aunque su arrepentimiento sólo fuera algo momentáneo y efímero. Pero aun con tan débil ánimo, «quitaron de entre sí los dioses ajenos y sirvieron a Dios. Y Él fue angustiado a causa de la aflicción de ellos» (Jueces 10:13-16; Salmo 78).

Todo buen cristiano ama a su enemigo. Amar al enemigo es amarse a sí mismo. Y el cristiano conoce que cuando los caminos del hombre son agradables a Dios, aun a sus enemigos hace estar en paz con él  (Proverbios 16: 7). Tus enemigos abundan tanto dentro como fuera de ti. Es pues prudente abstenerse a juzgar y condenar, a quien al fin y al cabo, si no fuera por sus circunstancias especiales, es igual que tú. Solo Dios, es quien tiene derecho a juzgar. Dejémosle hacer.

AMDG



REHUSAR LA VOLUNTAD DE DIOS



Todo lo que rehúses, lo conviertes en tu antagonista. ¿Cuántas veces has tomado partido por algo que no te obligaba ni interesaba de manera directa o necesaria, fuiste enemigo de ese algo, y ese algo te fue durante tiempo adversario tenaz? Dejaste la lucha cuando comprendiste su inutilidad, y aquel asunto dejó de preocuparte, pues ya no lo resististe y lo convertiste con tu nueva actitud en una cosa más de las que todos los días suceden.
Es decir, al quitarle el aguijón de tu resistencia, lo desarmaste en ti mismo y lo neutralizaste. Ese enemigo, pues, fue enemigo mientras lo quisiste tú. Después, ya no fue nada. En ti nació y en ti murió; persona o cosa, pues, si es resistida y rechazada como mal, la haces tu enemiga. Se ve claro, en los deseos de revancha o en la realización de una venganza. Si te vengas de una persona, en ese momento te has hecho más daño a ti que el que tú le puedas infligir a él.
Rompes tu paz y te haces daño interior a ti mismo, no sólo ya cuando cumples el acto de la venganza, sino anticipadamente, mientras meditabas cómo hacerlo. Tal como el que tropieza con una puerta, y la emprende a patadas y golpes contra ella. ¿Qué consigue? ¿Piensas que el Señor Jesús mentía, se equivocaba, y deseaba equivocarnos cuando mandaba que no resistiéramos al malo?
Si por el contrario aceptamos las actitudes hostiles, agresiones e injusticias, con la perspectiva y visión de fe, y somos acordes con los propósitos del Señor, a la hora de hacer nuestros juicios y valoraciones, las cosas y los hombres que nos son adversos podemos y tenemos que considerarlos como dones y obsequios amorosos del Padre.
En el proyecto global de eternidad y gloria, Dios dialoga y comparte con sus hijos. Es puro amor que se muestra aportando en nuestros enemigos los elementos necesarios para nuestra corrección, en la adecuada dirección (Hebreos 12:5, 6). Como en todo es cuestión de fe. Es confiar en Dios en cualquier circunstancia.
De todo lo que me combate y me es enemigo, yo digo: «Señor, estoy de acuerdo en todo, porque tú, Padre, lo has dispuesto y realizado. Que se haga tu voluntad tan preciosa por la fe, que tú también me has regalado junto con la prueba. Y así tengo tu paz. Todo es posible para el que cree; y yo creo. (Marcos 9:23). No tengo que preguntar: ¿Dónde está tu voluntad? No hay que esperar una visión o señal en cada momento y en cada caso.
Lo que sucede... ¡eso es tu voluntad! No que yo reniegue y rechace tu voluntad (que muchas veces lo hago), No que yo soporte estoicamente tu voluntad (eso también lo hacen muchos paganos), ni que la comprenda siempre. Es que yo he de amar y amo tu voluntad en todo. Sed imitadores de Dios, como hijos amados (Efesios 5:1), amando y aceptando todo lo que el Padre disponga o haya dispuesto. Como dijo el mismo Jesús: No lo que yo quiero, sino lo que tú (Marcos 14:36). Así, en la plena aceptación, llega la paz más eficaz. Ya no más indecisiones, no más dudas, no más incertidumbres. Total liberación. Heme aquí, o Habla, porque tu siervo oye. (1º Samuel 3: 10-16)
Buscar la voluntad de Dios, y reconocerla en relación con aquello que se te enfrenta y a la luz de su Palabra. Con discernimiento espiritual y sana sabiduría. Con criterios de Dios. No podemos dañar al enemigo sin dañarnos a nosotros muchísimo más. ¡Ay del que se goza en la venganza!, ¡qué gran desgraciado!, ¡qué infeliz! Ya te has vengado, ¿y ahora qué? Por eso el Señor mandó sabiamente, haciéndonos grandísimo beneficio, que amásemos a nuestros enemigos. El se entenderá mejor con ellos. Yo pagaré (Romanos 12:19).

¡CUANTA TEOLOGÍA!



Señor ¡cuanta teología!
¡Cuanta inútil discusión!
Cuando tú, que eres la vía,
No pones nunca objeción
A la recta bonhomía.

Yo no quiero ser vigía,
Y arrogarme la misión
De hundir al que se extravía,
Por mi arrogante visión,
Mientras gime en agonía.

A ti, mi Señor, entrego
Toda ciencia y albedrío,
Y ante ti, me abajo y niego.

No admito credo baldío,
Solo anhelo, sordo y ciego,
Reposo en tu poderío.

CON TODO RESPETO Pero discrepo



Un llamado teólogo que quiere vender un libro sobre religión, y parece saber más sobre Dios que el mismo Jesús, dice cosas que son, si no disparatadas, claramente fantasías, como las leídas en alguna publicación en medio de una buena cantidad de cosas positivas y admirables. La principal misión de la Iglesia, no es como dicen los tales, de los que discrepo con todo respeto. Destaca Religión Digital: "La clave es que el cristianismo no se convierta en gueto" Sic.

Siento afirmar desde mi pequeñez, que la Iglesia solo tiene que proclamar y marchar tras Jesucristo su fundador. Lo que ocurra ya es cuestión de quien es la cabeza de ella, y Él sabe lo que tiene que ser. Es cierto que desde la flacidez de la fe apoyada en cosas secundarias, se puede llegar a convertir la Iglesia cristiana en un gueto. Esto, no rechaza ni mucho menos las formas y los medios que se usen para conseguir hacer crecer a la evangelización propuestas en la misma entrevista.

Solo sería así en el caso de que los cristianos sigan en la línea de desconocer las exigencias de Dios, y la infravaloración de lo que supone la salvación y la Gloria eterna. Cada vez que se saca a colación la grandeza de la salvación y el horror de la damnación eterna, surgen muchos que pretenden amortiguar la realidad de la justicia de Dios, echando mano de su misericordia.

Por supuesto que Dios es misericordioso en grado sumo, aunque hay que decir que la justicia es también uno de sus principales atributos. Decir, como hacen estos teólogos, que Dios no condena ni a Hitler, es por demás temerario y una interpretación demasiado alejada de las aseveraciones de la Escritura.

Si andamos poniendo en solfa las verdades de la Escritura, por considerarlas demasiado anticuadas dado el pensamiento que regía en el tiempo de su confección, terminaremos por privarla de su autoridad y capacidad de regir la vida del creyente. Con amigos así, no necesitamos enemigos.

Creo firmemente, que podemos y debemos buscar debajo de cada versículo de la Biblia los misterios que contienen, pero irse por sendero de cabras afirmando un anhelo o una fantasía nuestra, no es hacer teología, sino poner a toda la Iglesia Cristiana en ridículo. Cierto que hay muchas cosas que rectificar, (siempre las hay) pero que las consecuencias no sean peores que el status quo. Todo debe hacerse para edificación de la Iglesia, no para su destrucción.  

RIÑAS PATERNALES DE DIOS




Enfrentarnos con lo que consideramos un poder superior, cuando hemos desistido de estar bajo el supremo poder. Apearnos del poder de Dios y situamos a nosotros mismos, ante fuerzas que siempre nos superan. ¿Somos tan necios?

Si los cristianos nos fiamos de Dios de todo corazón, y hacemos depender nuestros recursos materiales y mentales de su voluntad, en seguida comprobaremos cómo la paz nos llena, sabiendo que nuestro Padre celestial no nos aflige sin razón o por crueldad. Su propia fidelidad a sus promesas, hace que como a hijos amados nos pruebe y acrisole en el yunque de la prueba.

Nos riñe paternalmente con severidad cuando nos dice: ¿A mí no me temeréis? ¿Quién eres tú para que tengas temor del hombre que es mortal...? (Isaías 51:12). ¿Cómo nos atrevemos a desasirnos de la protección de Dios y temer al hombre? ¿Quiénes creemos que somos para llevar la guerra por nuestras fuerzas que son ningunas?

Por eso Dios insiste: yo reprendo y castigo a los que amo, y a los duros y rebeldes que no se quieren someter a beber el cáliz de su ira les dice: «tenéis que beber» (Jeremías 25:28). Nadie puede resistir a Dios. El no se complace en los sufrimientos de sus hijos, como no lo hizo en los padecimientos de su amado hijo Jesucristo.

Aquellos padecimientos eran necesarios, y así hubieron de cumplirse. Los nuestros, aún no comprendidos por nosotros, son igualmente convenientes para el plan de Dios. ¿De qué forma? Tal vez alguien podrá explicarlos uno por uno, pero ¿para qué? Si sabemos confiar, ya sabemos lo que nos basta.

Como Cristo hombre aceptó con gozo sus tribulaciones, y porque hacía la voluntad de su Padre superó el horror de sus padecimientos, así también nosotros podemos hacerlo por su mismo poder. No hemos, pues, de temer nada (Apocalipsis 2:10). La prueba nos acerca más a Dios y en esto se muestra también su amor. El no destruye. Corrige y sana.

El cristiano conoce bien lo que significa en su experiencia y en sus pruebas, el inalterable amor de Dios cuando nos trata como al rebelde Israel, afligiéndoles y probándoles para al final hacerles bien (Deuteronomio 8:16). Y no somos nosotros rebeldes en más de una ocasión aunque no lo reconozcamos cuando estamos en angustia?

Esta conformidad del cristiano, esta sumisión leal y real, este abandono de toda actitud opositora a la voluntad de Dios trae la paz más preciosa. Echa fuera de nosotros toda inquietud, toda incertidumbre. El que teme a Dios no tiene porqué temer nada más. Ningún acontecimiento, ninguna aflicción, ninguna eventualidad imprevista y dolorosa podrá derrumbarle. Con la invencible fuerza de Dios, nada le desconcertará ni le desmoronará.

Tú harás de tu parte, con toda diligencia y con toda tranquilidad lo que está a tu alcance; el resto queda en manos de Dios, que proporcionará los convenientes resultados. Eso ya es cosa suya. Tú da gracias por ser parte importante de su obra, y esto en vez de ansiedad te proporcionará la más genuina alegría. La pelota, por emplear este símil, queda ya en el tejado de Dios y Él sabe de sobra qué hacer. Tú ya puedes descansar, pues sea lo que sea Dios lo dispone bien. De ello podemos estar segurísimos.

En esta posición de confianza, nos percatamos claramente del estado de confusión y beligerancia que existe latente o activo en cada corazón humano. En la reflexión pertinente, nos damos cuenta de ese estado de controversia interior continuada en forma de rencores (a veces pánico), y resentimientos contra los demás y más lamentable aún, contra nosotros mismos. Y como consecuencia, altercamos de forma insistente contra Dios.



Hay un lugar común que se da en un porcentaje alto de cristianos. Todos los creyentes, tan pronto como desconfiamos de Dios en cualquier circunstancia, nos colocamos a nosotros mismos bajo nuestra propia protección, y consecuentemente somos presos del pánico. Si desconfiamos del poder absoluto, ¿cómo vamos a tener seguridad en lo falible y débil que es nuestra carne y nuestro espíritu?