
Esta mañana en la
Misa de diez, nuestro Párroco, hablando del seguimiento de
Cristo, dijo que los discípulos habían dejado todo por seguir a Jesús: casa,
familia...., pero que eso solo se le exige a muy pocas personas, no a la
mayoría.
Esto hay que matizarlo. Porque es verdad que la mayoría no
tienen que dejar ni casa ni familia en el sentido de abandonar el hogar e ir a
predicar o anunciar el evangelio a otros lugares, sea donde sea, por distantes
que estén. Pero siempre es necesario "dejar familia, casa, campos,
hermanos, amigos.....", es decir, todo, por seguir a Jesús, dicho sea en
el sentido de que no puede haber nada más importante que Él, porque le hemos de
amar sobre todas las cosas, incluidas las que hemos mencionado.
Son muchos los casos en los que la propia familia, cuando
alguien vive la fe de Cristo con mayor intensidad que la que ellos consideran
"normal", se opone a ello, bien directa,
bien indirectamente, bien de ambas maneras, no dejando en paz a la persona que
se siente llamada así por Nuestro Señor, la cual se ve obligada a tomar postura
y a elegir entre Cristo o la paz en su hogar.
Y ahí tenemos ya el dilema. Muchos, por comodidad y para
evitarse problemas en su casa, y también por el egoísmo de no perder la
relación normal que mantenía con todos, dan marcha atrás y dejan a Cristo, no
del todo, pero sí en la medida en que se sintieron llamados. Al actuar así han
puesto por delante de Dios a su familia -y a ellos mismos-, porque ha amado más
lo del mundo que Dios.
Se muy bien lo duro que resulta seguir al pie de la letra
este mandamiento de Dios de amarle sobre todas las cosas. Pero eso es lo que
hay. Y ese mandamiento es general, no es solo de los que son llamados para
llevar a cabo tareas o misiones especiales.
Por tanto, todos tenemos que dejar casa, familia, campos,
hermanos...etc., pero los que tenemos que seguir viviendo la misma vida, que no
tenemos que ir fuera de casa, sí tenemos que tratar de vivir como si lo
hubiésemos tenido que hacer, es decir, como si no tuviésemos familia, casa,
campos, hermanos......, viviendo totalmente desprendidos de todo.
Porque nadie que siga a Cristo puede vivir aferrado o apegado
a las cosas de este mundo, sean las que sean. Amarlas sí, mucho, pero nunca por
encima del amor que le hemos de tener a Dios. En eso estriba todo. Por supuesto
que lograr esto es imposible para nosotros. Pero no para Dios, que es el que lo
va a hacer posible si nos ponemos a su entera disposición y no cejamos de
pedírselo, intentando en todo momento hacer su santa voluntad.