martes, 2 de abril de 2013

LA PASCUA, DÍA DE ESPERANZA 2ª Parte.


  


Es el día de la esperanza universal, el día en que en torno al resucitado, se sufren y se asocian todos los sufrimientos humanos, las desilusiones, las humillaciones, las cruces, la dignidad humana violada, la injusticia y la fractura de la vida humana.

La Resurrección afirma y muestra la vocación y misión cristianas de llevar a Cristo a todos los hombres. El cristiano ha de vivir la esperanza de lograr la victoria del bien sobre el mal. Creer, proclamar y extender la Resurrección. Cristo con su resurrección de entre los muertos ha hecho de la vida de los hombres una fiesta.
         
El mensaje redentor de la Pascua expresa la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase ascética de saneamiento interior, sin embargo, se realiza en dones de plenitud; es la iluminación del Espíritu, la vitalidad del ser en una vida nueva, llena de gozo y paz, suma de todos los bienes mesiánicos: la vida del Señor Resucitado.

Así San Pablo, con incontenible emoción, expresa: "Si habéis resucitado con Cristo, os manifestaréis gloriosos con Él" (Col 3, 1-4). La celebración del misterio pascual está en el centro de la fe y de la vida de la Iglesia.

La resurrección de Cristo no es solo su victoria sobre el pecado y la muerte, es la manifestación de la divina economía de la Trinidad: el amor infinito y omnipotente del Padre, la divinidad del Hijo y el poder vivificante del Espíritu Santo.
         
Toda la historia de la salvación tiene su centro y su culmen en la Resurrección de Jesús, hacia ella tiende la creación entera y de modo especial la Pascua de Israel, profecía de la Pascua de Cristo, de su paso de la muerte a la vida.

Hacia la resurrección del tercer día, tantas veces anunciada, como coronación de su pasión, va precipitándose toda su vida, sus palabras, sus milagros, sus enseñanzas, hasta los últimos momentos, cuando Cristo demuestra con sus palabras y con sus dolores que está, para pasar de este mundo al Padre.

Ha venido del Padre y al Padre va, por ello su vida es una Pascua, un paso; pero en este éxodo, más glorioso que el paso del Mar Rojo, Jesús arrastra su propia humanidad, asumida de la Virgen Madre, haciéndola pasar por el misterio de la pasión y de la muerte, a fin de que quede para siempre sellada por el amor sacrificial en su carne, que lleva marcados los estigmas de su pasión gloriosa.

Camilo Valverde Mudarra

Catedrático