domingo, 10 de junio de 2012

LLANEZA SIN PRESUNCIÓN



No, mi estimado señor: sus mensajes no me hacen amargarme, sino que son una excelente ocasión para expresar mi fe a los cuatro vientos. Mi fe no es arrogancia, es una forma creo que viril y espiritual, de vivir el tiempo que se me ha concedido para estar en esta esfera de la vida.

Ni tampoco soy un hombre enfermizo de mente, al que le gusta creer cualquier cosa. He andado por muchos caminos, y he ido apartando de mi mente y mi corazón de cualquier locura o estupidez de las que tanto abundan. Jesús es una realidad, y consecuentemente el seguirle es “acertar de todas, todas”.

Y me permito refutarle, porque hablo como San Pablo decía a sus oponentes: Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: (Filipenses 3:4) y desgrana una serie de características y hechos en la vida, que él tenía en mayor y mejor calidad que ellos.

Jesús tampoco era remiso para responder a quien en calidad de “enterado”, pretendía juzgarle y condenarle por sus palabras y sus hechos. Solo Él, que vivía entre gente del templo que le acechaba para hacerle caer en un “renuncio”, podía decir estas palabras que por si mismas denotan su condición divina: ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? (Juan 8:46)

Ya dice la Escritura muy claramente que no hay hombre que no peque (1º Reyes 8:46) ¿Cómo podía ir Jesús contra la Santa Escritura? Simplemente que era el Mesías prometido, y en sus largos diálogos con su Padre sabía lo que podía o no decir. Jesús no improvisaba, como puede creer cada cual. Él tenía puestas muy en orden sus ideas y sapiencias espirituales.

Toda actividad de Jesús fue precedida de unos diálogos con su Padre. No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre. (Juan 5:30) Por eso podía decir que lo que hacía es lo que había aprendido de su Padre. Era la obediencia elevada a la potencia de Dios. Para Jesús solo había una sola cosa, la voluntad del Padre.

Escribo para edificar y no para destruir. Puede usted tomar estas palabras; si le convencen bien para usted, y si no quiere llegar a un compromiso con Jesús, es cosa de su responsabilidad. Páselo bien.