martes, 30 de julio de 2013

VIDA DE ORACIÓN





 

La vida de oración no es un rezo esporádico, que solo brota cuando tenemos una contrariedad, en la que ya no podemos más con nuestros pesares y adversidades. Entonces- y solo entonces- echamos nuestra carga sobre lo que consideramos el “último agarradero”, pero que realmente solo es el reflejo y una hipotética ayuda a nuestros deseos, aspiraciones, y angustias insoportables.

Pues ya no tenemos otra salida, que hemos buscado ansiosamente, ¡pues vamos a rezar! Y erogamos una oración o rezo en el que -al no estar en sintonía con Dios- es distraída por otros pensamientos que se entremezclan y batallan contra la misma ansiedad que nos acomete. Raro será, al que no le ocurra esto más de una vez.

La vida de oración es tener presente a Dios en todas nuestras pensamientos, actos e intenciones. Ciertamente nos asaltará la carne y los deseos pecaminosos en nuestro diario vivir, pero nuestra vida debe ser un fortín contra el pecado. Si no tenemos el pecado como lo más calamitoso de nuestras vidas, y nuestra relación con el Señor ¿Cómo vamos a estar consagrados, si vivimos envueltos de la agitación de afuera?

¡Reconozcámoslo! No estamos de veras apegados a Dios, porque aunque nos parezca que le amamos -y puede ser cierto- no lo estimamos merecedor de una consagración personal a su nombre y a su amor. De ahí unas vidas tibias y flojuchas.

En este estado lamentable, solo porque algún opositor se ponga a criticar nuestras convicciones, nos ponemos a temblar por si alguna de las argumentaciones resulta una verdad contradictoria con nuestra fe, y de alguna forma, más fuerte argumentalmente que la nuestra a causa de nuestra ignorancia de las cosas relativas a la genuina piedad.

Y así nacen estas formas de adoración, que solo  son adoración al dirigente, a “nuestra asamblea, fraternidad, o grupo” o a nuestra forma de pensar. Esta última, nos es tan grata y cómoda, que cualquier oposición a ella, nos hace saltar enojados y con malos sentimientos o frases extemporáneas contra el que consideramos enemigo, cuando debería ser una espléndida ocasión para mostrar a un alma extraviada, la verdad de Cristo y que alcance la salvación.

Si no guardamos nuestro corazón de tantos acosos exteriores, seremos -como dice el apóstol- de los que combaten contra la fe, desde dentro de las congregaciones: Estos son inmundicias y manchas, quienes aun mientras comen con vosotros, se recrean en sus errores. (2 Pedro 2:13)


AMDG