jueves, 28 de julio de 2011

SOBERBIA Y HUMILLACIÓN



En un mundo colmado de soberbia, ser humillado equivale a rebajarse, lo cual se considera malo en sí mismo. En cambio, la Escritura dice. Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos (Salmo 119:71). Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. (Santiago 4:6).


Como el humo vano, pernicioso y contaminante, se eleva el soberbio. Y, como el diablo, lleva en su mismo pecado la sentencia de la mayor (y en éste caso auténtica), humillación: porque quien aquí humilla es Dios. No es así el vapor de las nubes, que se aviene a bajar en lluvia y es bendición para la tierra, como lo es también don generoso de Dios, la humildad de sus hijos.


La soberbia es una espiral que sube, y que cuanta más altura alcanza, más vértigo produce, más embota la mente, y más insensatamente instiga a continuar la escalada... Y tanto mayor es la altura, cuanto más desastrosa es la caída. 


Así el hombre se endurece en sus prosperidades, cuanto más lo eleva Dios para arrojarle desde más alto y con más ímpetu. Y tú, Capernaum, que hasta los cielos eres levantada, hasta el Hades serás abatida. (Mateo 11:23). 


Así que cuanto más alto y más engrandecido quiere ser el hombre más dura será su caída inapelable. Es la soberbia la que trae tantos males para todos, tanto para el que la ejerce como para el que la sufre. Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu. (Proverbios 16:18).


Humillarse, no es más que bajar del falso pedestal en cuya cúspide ficticia nos colocamos nosotros mismos, con locura y desprecio a Dios, con disparatada y gratuita autoestima... con soberbia. Humillarse ante Dios no es descender del lugar que nos corresponde, sino permanecer en el mismo, en sensatez y cordura. 


No somos humildes mientras creamos en nosotros mismos, y no reconozcamos que en nosotros mismos nada podemos ser, por cuanto en nuestra carne, no mora el bien. (Romanos 7:18).



Todo el Universo se mueve a la señal de Dios. La relación entre Dios y la criatura es, ni más ni menos, que la dependencia absoluta de ésta, ya que para ello fue creada. Cuanto más nos alejemos de ésta posición, tanto más lo haremos de la voluntad de Dios, disponiendo terca, temerariamente, y con soberbia, de lo que no nos pertenece.


La criatura debe todo a Dios, y su primordial cuidado y atención, ahora y para siempre, debe ser la de presentarse como vaso vacío, en donde Dios pueda morar, y allí, mostrar su poder y bondad


Es dependencia y sumisión absolutas rendidas a Dios por parte de su creación: Señor, digno eres de recibir la gloria, y la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas. (Apocalipsis 4:11). Humildad correctamente entendida: la más alta condición del hombre, y la raíz de cualesquiera que sean sus virtudes.