martes, 21 de junio de 2011

IMAGEN Y PRESTIGIO



En nuestras actitudes ante la vida, no podemos juzgar a nadie; sólo hechos, y éstos por muy conocidos. Napoleón no cabía en Europa, y le sobró mucho espacio en el destierro de la isla de Santa Elena. Otros llegaron casi al límite de su ambición, pero o están bajo tierra, o en algún monumento desconocido, y a veces pisados por todos.

La fuerza del universo, animado y dirigido por su Creador se impone indiscutiblemente, y ninguna criatura, por muy ensalzada que sea por el hombre deja de ser una mota de polvo que a lo sumo realiza, sin saberlo, actos que ya están determinados exacta y minuciosamente desde la eternidad.

Así comprendido, podremos decir los creyentes: «Bien-aventurado el que tú escogieres y atrajeres a ti» (Salmo 65:4) Entre todas las gentes que conocemos, no son más felices o realizados los que parecen tener más holgura económica, más dones, más popularidad. Una mano invisible, poderosa e inteligente, gobierna el devenir de los hombres tanto como individuos como colectivo humano.

Insertos en un mundo en donde nos sentimos y somos efímeros, vemos que no es posible dominar lo que sucede alrededor ni en nosotros mismos. El universo nos parece quieto y estático desde la perspectiva de nuestra corta existencia; pero si lo contemplamos desde la historia, vemos cuán cambiante y repetitivo es. Se dice que la historia es la repetición de los hechos: basta contemplar las ilustraciones de un libro de historia para comprobar este aserto.

Los grandes hombres y los grandes imperios del pasado ya desaparecieron, y sólo algunos de sus nombres figuran en algunos libros de historia, pero son prácticamente desconocidos y ajenos a casi toda la humanidad. ¿Cuántos hay sumamente desgraciados, con un bagaje de dones enorme? Y hay muchos que, en su espíritu, son tremendamente dichosos y pacificados, aun siendo especialmente acosados por la adversidad.

Las cosas adversas o favorables no son las que cuentan para los verdaderos hijos de Dios, sino la actitud hacia ellas en su espíritu y en su mente. Todo lo ponderan con criterios sabios de discernimiento espiritual, a la luz de la Palabra de Dios, y las interpretan consecuentemente. Saben que forman parte de toda una inmensa realidad eterna, donde todo es cuidadosamente pesado y calibrado; tienen su porqué y para qué, y no necesitan saber más.

Hoy vivimos tan pendientes de lo que piensan las gentes de nosotros, que hacemos de nuestras vidas una continua esclavitud. La gente se abstiene de muchas cosas realmente necesarias y que no pueden adquirir, y en cambio de una sola vez, por un compromiso o fiesta, gastan en «prestigio» y apariencias lo que fácilmente les hubiera proporcionado aquello que verdaderamente necesitan.

Ahorran en alimentos, cultura, etc., y en un día todo lo derrochan para tratar de impresionar a los demás. De ahí surgen discrepancias y apuros en las familias, pero tercamente, las gentes se auto-flagelan con estas vanidades. Todo para que la imagen que quieren proyectar de sí mismas no se deteriore. Y si por cualquier motivo esto se desmorona, ya vemos a las gentes descompuestas y desesperadas, redoblando esfuerzos para recuperar... ¡la imagen!