domingo, 3 de abril de 2011




PROLEGÓMENOS IMPORTANTES

Creo que debo advertir al lector, que lo que aquí expongo está sujeto, de buen grado por mi parte, a muchas matizaciones y controversias. ¡Bienvenidas!

La brevedad del librito no se presta a grandes desarrollos doctrinales, ni mi intención es crear tesis, sino proporcionar el conocimiento de factores que considero importantes para la comprensión de muchos problemas matrimoniales.

Por otra parte deseo llegar con él a todos, desde el más letrado al más sencillo, con el fin de lograr para estas materias opinables, la mayor comprensión por parte de todos.

Enzarzarse en materias controvertibles y de orden menor para al final no llegar a nada, es despreciar el tiempo necesario para dialogar de asuntos reales del espíritu, que son los que dan calibre y fuste a la vida cristiana.

Decía San Pablo: pues ni porque comamos, seremos más, ni porque no comamos, seremos menos. (1ª Corintios 8,8)... porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. (Romanos 14,17).

Es, a mi juicio, una grave responsabilidad sujetar a los discípulos a disciplinas innecesarias, dejando de lado lo que es verdaderamente de sustancia y provecho. De otros textos, de sobra conocidísimos por los estudiosos de la Escritura, ni voy a comentar.

Algunos trataban de imponer reglas como la de no beber vino, carne, etc.; tuvimos largos, tediosos, y hasta tensos debates, hasta que, por mi parte di por zanjada la cuestión sin más discusiones, que de hecho entorpecieron nuestra, hasta entonces, buena relación. Y hago constar que no me gusta la bebida.

Se comprende que mi esfuerzo por lograr un ecumenismo, siquiera no agresivo ni excluyente, no ha tenido a lo largo de mi larga trayectoria mucho éxito. Hasta hoy solo he recogido desabrimiento, y muy poco espíritu de fraternidad. Y no digo más.

Todos dicen lo mismo. «Texto sin contexto, es pretexto... Sana interpretación... Todos tenemos la Biblia pero, ¿quién la interpreta?» y un largo etc. Como si el asunto de la salvación se basara en una interpretación más o menos estricta, de algún precepto, no malo en sí, pero innecesariamente impuesto.

Cada una de las congregaciones, iglesias, comunidades y fraternidades, tiene asentada en su doctrina y en sus cultos, una serie de reglas que ellos dicen ser mandamiento del Señor, pero que se oponen entre sí, hasta el punto de excomulgarse unas a otras, y de menoscabarse mutuamente ante el inconverso.

Recordemos de pasada a las comunidades cristianas estrictas en cosas como no querer poner ojales o botones en la ropa (son una ostentación de lujo para ellos) o no quieren teléfono, automóvil o luz eléctrica, etc.

El que quiera vivir así está en su derecho, y es admirable su tesón y fidelidad a sus reglas, siempre que no trate de imponerlas, y como consecuencia lógica ante la reluctancia de otros, despreciarlos y condenarlos.

O los que se azotan en días señalados (flagelantes) y muchas más clases de extrema observancia que solo a ellos afectan. Decía San Pablo: Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. (Romanos 14,5). Cada cual que actúe según su convicción, que si es salvo o condenado, no lo será por lo que yo pueda decir de él a Dios, sino por lo que Dios halle en su conciencia.


Creo que debo advertir al lector, que lo que aquí expongo está sujeto, de buen grado por mi parte, a muchas matizaciones y controversias. ¡Bienvenidas!

La brevedad del librito no se presta a grandes desarrollos doctrinales, ni mi intención es crear tesis, sino proporcionar el conocimiento de factores que considero importantes para la comprensión de muchos problemas matrimoniales.

Por otra parte deseo llegar con él a todos, desde el más letrado al más sencillo, con el fin de lograr para estas materias opinables, la mayor comprensión por parte de todos.

Enzarzarse en materias controvertibles y de orden menor para al final no llegar a nada, es despreciar el tiempo necesario para dialogar de asuntos reales del espíritu, que son los que dan calibre y fuste a la vida cristiana.

Decía San Pablo: pues ni porque comamos, seremos más, ni porque no comamos, seremos menos. (1ª Corintios 8,8)... porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. (Romanos 14,17).

Es, a mi juicio, una grave responsabilidad sujetar a los discípulos a disciplinas innecesarias, dejando de lado lo que es verdaderamente de sustancia y provecho. De otros textos, de sobra conocidísimos por los estudiosos de la Escritura, ni voy a comentar.

Algunos trataban de imponer reglas como la de no beber vino, carne, etc.; tuvimos largos, tediosos, y hasta tensos debates, hasta que, por mi parte di por zanjada la cuestión sin más discusiones, que de hecho entorpecieron nuestra, hasta entonces, buena relación. Y hago constar que no me gusta la bebida.

Se comprende que mi esfuerzo por lograr un ecumenismo, siquiera no agresivo ni excluyente, no ha tenido a lo largo de mi larga trayectoria mucho éxito. Hasta hoy solo he recogido desabrimiento, y muy poco espíritu de fraternidad. Y no digo más.

Todos dicen lo mismo. «Texto sin contexto, es pretexto... Sana interpretación... Todos tenemos la Biblia pero, ¿quién la interpreta?» y un largo etc. Como si el asunto de la salvación se basara en una interpretación más o menos estricta, de algún precepto, no malo en sí, pero innecesariamente impuesto.

Cada una de las congregaciones, iglesias, comunidades y fraternidades, tiene asentada en su doctrina y en sus cultos, una serie de reglas que ellos dicen ser mandamiento del Señor, pero que se oponen entre sí, hasta el punto de excomulgarse unas a otras, y de menoscabarse mutuamente ante el inconverso.

Recordemos de pasada a las comunidades cristianas estrictas en cosas como no querer poner ojales o botones en la ropa (son una ostentación de lujo para ellos) o no quieren teléfono, automóvil o luz eléctrica, etc. El que quiera vivir así está en su derecho, y es admirable su tesón y fidelidad a sus reglas, siempre que no trate de imponerlas, y como consecuencia lógica ante la reluctancia de otros, despreciarlos y condenarlos.

O los que se azotan en días señalados (flagelantes) y muchas más clases de extrema observancia que solo a ellos afectan. Decía San Pablo: Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. (Romanos 14,5). Cada cual que actúe según su convicción, que si es salvo o condenado, no lo será por lo que yo pueda decir de él a Dios, sino por lo que Dios halle en su conciencia

Rafael Marañón

MATRIMONIO, DIVORCIO, Y OTROS CONFLICTOS.


Aportaciones de un osado heterodoxo cristiano, sobre un asunto controvertido.


CONTRAPORTADA


El autor, Rafael Marañón, es un versado estudioso bíblico profundamente ecuménico. En sus escritos se detecta la dirección en la que marcha su trabajo integrador como mandó Jesús: Que todos sean uno. (Juan 17,11).


Una labor no excluyente ni agresiva, sino comprensiva con la naturaleza humana, que él conoce muy bien. Por ello, nunca está contra ninguna clase de expresión religiosa, en lo que de reconocimiento de Dios aporte. No obstante mantiene su postura en el seguimiento de Jesús, y en el amor que siente hacia todos los que en cualquier momento y lugar, invocan el nombre de Jesucristo como Señor de todo y de todos, como se dice en la carta del apóstol Pablo a los fieles de Corinto. (Capítulo 1º verso 2).


En sus numerosos estudios a lo largo de muchos años de militancia cristiana, se refleja la decepción por el estado del cristianismo dividido, a la vez que la denodada esperanza, que le hace esforzarse en su continuo bregar contra el relajado ambiente que prevalece en la sociedad moderna, en relación a la espiritualidad cristiana.


En este libro, trata de poner de manifiesto datos que, aun modestamente, orienten a los cristianos de cualquier confesión, en la comprensión de las relaciones conyugales, procurando aclarar las nociones de matrimonio, divorcio, fornicación, separación, poligamia, y otros conceptos, que son tratados por separado.


Al final incluye unas entrevistas realizadas en su día, relativas al mismo tema, y que reflejan algo de su personalidad cristiana. La obra simple y llana, puede satisfacer las expectativas de toda persona por muy escasa que sea su comprensión o conocimientos. Comentario a la contraportada


Así es la contraportada del libro, que se da a conocer en este blog. Puede que haya incomprensiones o discrepancias válidas, y todo lo que se relaciona con un escrito o libro que trata de cualquier asunto. Además de que fue escrito hace ya bastantes años y puede chocar con las costumbres y las situaciones actuales. Más aun de uno que trata de matrimonio con las facetas que tiene el negocio este de la pareja desde milenios, y las tan distintas sensibilidades que existen entre las personas, debidas a la educación y a su nivel moral y material.


Espero no disgustar demasiado a nadie y me remito a una sensibilidad arrastrada de una experiencia dilatada y a unos conceptos que no necesariamente han de coincidir con los actuales aunque sus vivencias sean tan permanentes como las del tigre o el mosquito. A vuestra comprensión me entrego, y a la dirección de Señor Jesucristo mentor y maestro en todo lo que hago. A Él la Gloria en todo.


El Autor


Rafael Marañón

CODICIAR.





La palabra codiciar, como tantas otras, se ha tergiversado de tal manera que hasta ha constituido la base de más de una teología, o más bien, de una moral que aun perdura entre los más avezados moralistas con ínfulas de teólogos.

Son bases morales que, con la coartada del celo por cumplir -aun superando, las ordenanzas del Señor- pone el énfasis en una represión que desborda la modestia, y la prudencia con la que el cristiano ha de contemplar la belleza y la riqueza. Esta palabra se entiende claramente solo con que se ponga algo de atención al contexto de la Escritura desde el principio.

Veamos: Para no alargar este tratadito, que no pretende otra cosa que aclarar brevemente, examinemos el último mandamiento que aparece en La Esritura: No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. (Éxodo 20:17).

¿Que aparece en este versículo? Simple y claramente que la casa, la mujer, el buey y el siervo, el asno, etc. son igualmente preservados, por el mandamiento, de la codicia de otro. No se puede confundir desear algo que excita o estimula, con codiciar, que es sencillamente querer y poseer, precisa y concretamente, los mencionadas bienes del prójimo. El deseo natural ante lo agradable puede, o no, degenerar en codicia de poseerlo, y ahí la diferencia no es de matiz, sino fundamental.

No se trata de impedir que nos guste la mujer, el asno, la casa, o cualquier cosa del prójimo que es cosa natural y lícita, sino de no hacer con el corazón, la intención, ni con los hechos más o menos enmascarados (a lo que llevan estos propósitos codiciosos y pecaminosos), lo necesario para despojar al prójimo de sus posesiones legítimas en «propio beneficio».

Sería una broma pesada y una demasía, caer en la antigua y desgraciada moral de no poder mirar honestamente a una mujer bella y hermosa, un hombre agradable, una hermosa casa, etc. porque eso es ir en contra de la naturaleza, y no es cumplir la ley de Dios.

Es poner pecado donde no lo hay. Una cosa es que nos guste una mujer hermosa (que es a lo que aludimos por causa del tema que tratamos) y otra muy distinta es codiciarla y tratar en intención, o en acto, de poseerla contra el derecho de su legítimo poseedor; Igualmente en el caso opuesto.

Además la modestia cristiana tiene una función entre otras muchas, y es la de amortiguar el impacto que sobre otros puede tener la exhibición impúdica de nuestros bienes (cualesquiera que sean). Que siempre esa contemplación sea pudorosa y de simple aceptación de la propiedad del prójimo. Recordemos muy brevemente la pasión de David por Betsabé, que no hubiera producido si el rey no permaneciera ocioso, y la mujer hubiese sido más recatada.

Miremos ahora el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que dice:
CODICIAR. Desear -con ansia- las riquezas u otras cosas.
DESEAR: Aspirar con vehemencia el conocimiento, posesión o disfrute de una cosa.
Anhelar o dejar que acontezca o deje de acontecer algún suceso.
Sentir apetencia sexual hacia una persona.

Es clara la distinción del significado de una palabra y de la otra. Hay cosas o personas que nos gustan poderosamente, lo que es algo natural, pero una aspiración o deseo no es una decisión ansiosa como es la codicia.

Otra cosa distinta, aunque muy entroncada con esto, es guardar la modestia por parte de todos, y mantener puros nuestros deseos y aspiraciones.

Todos aspiramos a una entrada de dinero en nuestras economías, y cuanto más abundante mejor. Todos pensamos los bienes que podríamos proporcionarnos con ello a nosotros mismos, y a los demás. El quid de la cuestión, es gustarlo con prudencia y temor de Dios, o hacer y poner en juego, todas las artimañas posibles para lograr aquello que pertenece a otro.

Cosa diferente es la codicia que es compulsiva, egoísta, e injusta. Nos hace mentir, hacer trampas y malas tretas para obtener aquello que codiciamos, y nos hace esclavos de la obsesión que se apodera del que codicia.

El creyente desea (más o menos fervientemente) una mejora de su condición económica, una mejor casa, y una holgura económica que le evite aprietos, dependencias y carencias, todo ello legítimamente y sin ansias. Naturalmente le gustan las cosas que los demás poseen mejores que las suyas, y esta es una cierta tentación. Por ello debemos contemplar todo desde el punto de vista de Jesúse que nada codició sino hacer la voluntad de su Padre celestial

El codicioso juega a las loterías, casinos, y echa mano de toda clase de oscuros y peligrosos trucos, para conseguir lo que el otro simplemente le gustaría tener si pudiera, de forma pacífica y cristiana. La codicia quiere a todo trance un bien que, además reprocha a Dios que no se lo haya provisto.

Rafael Marañón