domingo, 3 de abril de 2011

CODICIAR.





La palabra codiciar, como tantas otras, se ha tergiversado de tal manera que hasta ha constituido la base de más de una teología, o más bien, de una moral que aun perdura entre los más avezados moralistas con ínfulas de teólogos.

Son bases morales que, con la coartada del celo por cumplir -aun superando, las ordenanzas del Señor- pone el énfasis en una represión que desborda la modestia, y la prudencia con la que el cristiano ha de contemplar la belleza y la riqueza. Esta palabra se entiende claramente solo con que se ponga algo de atención al contexto de la Escritura desde el principio.

Veamos: Para no alargar este tratadito, que no pretende otra cosa que aclarar brevemente, examinemos el último mandamiento que aparece en La Esritura: No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. (Éxodo 20:17).

¿Que aparece en este versículo? Simple y claramente que la casa, la mujer, el buey y el siervo, el asno, etc. son igualmente preservados, por el mandamiento, de la codicia de otro. No se puede confundir desear algo que excita o estimula, con codiciar, que es sencillamente querer y poseer, precisa y concretamente, los mencionadas bienes del prójimo. El deseo natural ante lo agradable puede, o no, degenerar en codicia de poseerlo, y ahí la diferencia no es de matiz, sino fundamental.

No se trata de impedir que nos guste la mujer, el asno, la casa, o cualquier cosa del prójimo que es cosa natural y lícita, sino de no hacer con el corazón, la intención, ni con los hechos más o menos enmascarados (a lo que llevan estos propósitos codiciosos y pecaminosos), lo necesario para despojar al prójimo de sus posesiones legítimas en «propio beneficio».

Sería una broma pesada y una demasía, caer en la antigua y desgraciada moral de no poder mirar honestamente a una mujer bella y hermosa, un hombre agradable, una hermosa casa, etc. porque eso es ir en contra de la naturaleza, y no es cumplir la ley de Dios.

Es poner pecado donde no lo hay. Una cosa es que nos guste una mujer hermosa (que es a lo que aludimos por causa del tema que tratamos) y otra muy distinta es codiciarla y tratar en intención, o en acto, de poseerla contra el derecho de su legítimo poseedor; Igualmente en el caso opuesto.

Además la modestia cristiana tiene una función entre otras muchas, y es la de amortiguar el impacto que sobre otros puede tener la exhibición impúdica de nuestros bienes (cualesquiera que sean). Que siempre esa contemplación sea pudorosa y de simple aceptación de la propiedad del prójimo. Recordemos muy brevemente la pasión de David por Betsabé, que no hubiera producido si el rey no permaneciera ocioso, y la mujer hubiese sido más recatada.

Miremos ahora el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que dice:
CODICIAR. Desear -con ansia- las riquezas u otras cosas.
DESEAR: Aspirar con vehemencia el conocimiento, posesión o disfrute de una cosa.
Anhelar o dejar que acontezca o deje de acontecer algún suceso.
Sentir apetencia sexual hacia una persona.

Es clara la distinción del significado de una palabra y de la otra. Hay cosas o personas que nos gustan poderosamente, lo que es algo natural, pero una aspiración o deseo no es una decisión ansiosa como es la codicia.

Otra cosa distinta, aunque muy entroncada con esto, es guardar la modestia por parte de todos, y mantener puros nuestros deseos y aspiraciones.

Todos aspiramos a una entrada de dinero en nuestras economías, y cuanto más abundante mejor. Todos pensamos los bienes que podríamos proporcionarnos con ello a nosotros mismos, y a los demás. El quid de la cuestión, es gustarlo con prudencia y temor de Dios, o hacer y poner en juego, todas las artimañas posibles para lograr aquello que pertenece a otro.

Cosa diferente es la codicia que es compulsiva, egoísta, e injusta. Nos hace mentir, hacer trampas y malas tretas para obtener aquello que codiciamos, y nos hace esclavos de la obsesión que se apodera del que codicia.

El creyente desea (más o menos fervientemente) una mejora de su condición económica, una mejor casa, y una holgura económica que le evite aprietos, dependencias y carencias, todo ello legítimamente y sin ansias. Naturalmente le gustan las cosas que los demás poseen mejores que las suyas, y esta es una cierta tentación. Por ello debemos contemplar todo desde el punto de vista de Jesúse que nada codició sino hacer la voluntad de su Padre celestial

El codicioso juega a las loterías, casinos, y echa mano de toda clase de oscuros y peligrosos trucos, para conseguir lo que el otro simplemente le gustaría tener si pudiera, de forma pacífica y cristiana. La codicia quiere a todo trance un bien que, además reprocha a Dios que no se lo haya provisto.

Rafael Marañón

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