Traigo a
colación una conversación que un día se suscitó entre unos pocos amigos de
distintas confesiones. No se conocían entre sí y al
principio había como una especie de velo o cendal
que nos separaba a unos de otros. Cuando nadie hizo demostración de
tratar de llevar a los otros a sus propias formas de contemplar el misterio de la fe “en Jesucristo” esta desconfianza desapareció
al tener todos un común Señor y estar de acuerdo en
las cosas principales.
Y ya
confiados y cada cual en sus creencias (que no fe), esta separación y
desconfianza fue desapareciendo, cuando les dije que igual que los paganos
pueden con libertad hablar entre ellos, y esto es cosa general ¿porqué los creyentes, aunque fueran de distinta extracción,
no podían reposadamente aportar argumentos de contraste entre ellos? La
fe santa se cuaja en estos pacíficos corrillos, aunque en el fondo cada cual
esté convencido en su propia mente de su forma
de agradar a
Dios por medio de la fe. (Hebreos 11:6)
Al
principio todos estaban algo remisos, quizás por la presión de sus
congregaciones, y tal vez recordando el versículo que dice: Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en
casa, ni le digáis: !!Bienvenido! (2 Juan 1:10) Es natural que en personas ignaras se pretenda
librarles de tal ignorancia para que conozcan bien los basamentos de la fe y ellos tomen su
decisión, o queden más asequibles a la acción del Espíritu de Cristo.
Las razones
de cada uno por las que éramos de distinta confesión, no caben en este escrito,
sino en la convicción de que sin una instrucción, aun
superficial, no van a entender razones que desconocen casi totalmente. Y
bien sabe el Señor que hay mucha ignorancia hasta de
lo más elemental.
Y es
lamentable la escasez de instrucción, y por ello de conocimientos, que planea
sobre la mayoría de la gente. Bien sabemos que no todos son llamados, y de estos pocos los
elegidos, pero la ignorancia hace que muchos buenos cristianos sepan
menos de la Escritura
que un niño de una escuela dominical. Y tengo la alegría de constatar que hubo
muchas aclaraciones, y se transmitió por todos mucho espíritu de fe y
esperanza.
Esto no
es aceptable de ninguna manera, y de ahí las responsabilidad de cada creyente
de aportar, correctamente, su mucho o poco
conocimiento. Para que la fe no sea, como nos acusan a veces los extraños, una fe ciega y desconocedora de porqué se cree y por qué se
actúa.
Es
posible que el que habla o escribe no sea muy buen expositor de la doctrina,
aunque tampoco hace falta ser un Sócrates para proclamar
con entusiasmo la fe recibida de apóstoles y profetas, en el largo
caminar de la historia que las Santa Escrituras manifiestan a lo largo de su
lectura o mejor aun, el estudio de ella. Y al final
está Jesucristo el cual es totalmente infalible en los misterios de Dios, su
Padre.
Siendo,
como es, la Escritura
lámpara a
nuestros pies y lumbrera en nuestro camino, es muy preocupante ante
la apostasía general, que no se tenga la salvación como asunto principal de
nuestras vidas, y término de nuestros esfuerzos. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no
conforme a ciencia. (Romanos
10:2) Dice pablo de muchos.
Sin
conocimiento se está a merced de lo que se le ocurra
decir a cualquier bigardo, que piense que ha descubierto algo nuevo, y
quiere embutir a los demás de esa patraña. De ahí la responsabilidad de la Iglesia de Dios, columna y baluarte de la verdad.
Es pues
el conocimiento obligatorio de las Santas
Escrituras, a cualquiera que se tenga por creyente, tenga en algo la salvación
eterna y la presencia perenne de Dios en su vida.
Tal conocimiento le ayudará a moverse, en un mundo cruel y perdedor de almas,
con los señuelos y espejuelos del placer inmediato y del orgullo de la vida. ¡A
Dios la gloria!
AMDG.