viernes, 20 de abril de 2012

¿RABIETAS EN UN CRISTIANO?


A nadie gusta ser despreciado, calumniado, hecho objeto de burla y saqueo. Aunque si lo contemplamos como hizo Job, sin atribuir a Dios despropósito alguno (Job 1:22), tendremos, como él, aun sufriendo pruebas y penalidades, el hermoso fin que esperamos y del que Job, aun en el muladar, jamás dudó, sino que dijo: Yo sé que mi redentor vive; en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mi mismo, y mis ojos lo verán, y no otro (Job 19).

Elihú, tan inteligente y conocedor, queriendo defender y justificar a Dios, como a alguien indefenso, mintió contra Job. Así hacemos nosotros muchas veces, y así ha sido a lo largo de la historia, pretendiendo los hombres justificar a Dios. Dios no necesita ayuda.

No imitemos a Elihú, por muy buena intención que pongamos. Para los momentos de tribulación de un amigo, guardemos nuestra lengua y nuestro corazón. Callemos. Estemos con el que padece y consolémosle con nuestra presencia y nuestro silencio. Simplemente, allí estamos con él.

A menudo, hacemos a nuestros seres queridos más mal que bien cuando intentamos justificar a Dios ante ellos, resultando en cambio que los estamos atribulando aún más. Y Dios no necesita justificador. Como el Arca del Testimonio supo defenderse de los filisteos de Asdod, Gat, Ecrón, Ascalón y Gaza librarse sola, y así también vindicó su grandeza y carácter sagrado en Bet-Semes, que era ciudad israelí (1º Samuel 5:6). Sola batalló...  venció  sola. Nosotros callemos y dejemos obrar a Dios.

Tenemos que convencernos de que somos, a veces, muy temerarios en estas cosas, y debemos detenernos y fijarnos más en lo que hacemos y decimos en vez de tratar de hacer teologías que, en momentos de dolor y desgarro del alma, sólo consiguen confundir y molestar.

Mostremos al doliente nuestra solidaridad lo más brevemente posible, y no con discursos que él ya conoce. En su momento, el Espíritu lo tratará más adecuadamente que nosotros para consolarle. Hay que insistir. ¡Dejemos obrar a Dios!

A veces nos rebelamos contra nuestra estatura, rostro o carácter, y nos avergonzamos de nuestros defectos y de las situaciones en las que, por ellos, nos vemos comprometidos. Recuerdo que, siendo jovencito, tenía tres verrugas juntas en el dedo corazón de la mano derecha, y esto era un tormento para mí cuando tenía que estrechar la mano de alguien, Y todo esto en la pubertad, cuando apuntan las pasiones y tanto me atraían las chicas.

Más tarde, las verruguitas (¡ay las dichosas verruguitas!) desaparecieron, y no noté en absoluto variación alguna en el trato de las chicas o en su estima (lo que más me interesaba). Era igual con verrugas o sin ellas y, no obstante, pasé durante aquellos años un necio e inútil complejo que me hizo sufrir y comportarme, a veces, de un modo inmaduro y suspicaz.

Cristo nunca fue sí o no o ¡espera un poco!. El es el sí y el amén. (2ª Corintios) Todo provenía del Padre y todo lo aceptó con gozo. Los trabajos, tormentos, muerte y gloria. Sabía que eran necesarios, y hasta el final cumplió.

Y supo perdonar, porque sabía la razón de todo lo que sucedía. Somos víctimas a diario del deseo de venganza, tanto más por cuanto, por tratar de hacer lo mejor, con más nobleza y desprendimiento, las agresiones e ingratitudes las recibimos con peor talante que otros, porque realmente son más injustas.

MOMENTOS DE FLAQUEZA Y HOLGANZA


Los momentos de debilidad que todos tenemos, han de ser resueltos con un no, determinado y rotundo. Si acostumbramos a las tendencias a plegarse a esta orden perentoria y con el debido apartamiento, ya tenemos un método serio y efectivo. La palabra no debe ser tenida como final solución de cualquier abatimiento o debilidad. Es asunto complicado, como saben muy bien los afectados.

 La flaqueza notoria y constante en el individuo, ha de buscar personas o instituciones que se la puedan controlar o al menos paliar.  Hay evidente un descontento inevitable de personas automarginadas, porque el esfuerzo de formarse, les es cada vez más difícil de realizar.

Esto es bueno en cierto modo, porque las situaciones duras y de caída profunda, nos hacen repensarnos nuestras vidas y nuestras actitudes hacia la sociedad. Y es bueno, porque nos hace reaccionar ante la caída por el plano inclinado del desinterés y la holgazanería consiguiente.

Así, se termina prefiriendo las tesis disgregadoras y anarquistas de Bakunín por ejemplo, que el esfuerzo para aprender y conseguir un puesto de rango, en lugar de ir por el mundo destruyendo todo lo que pueden en nombre de una idea, que no es nada más que un escape o coartada para justificar la vida del zángano.

Este descontento y furia de odio, no tarda en producirse contra los que prosperan. El peligro es, que el descontento incite al individuo a buscar una manera de aturdirse atendiendo sin pensar las atractivas actividades de placer, precarias, y cada día más exigentes y decepcionantes, inseguras e inferiores. Esto ya, cuando no se entra en la vileza.

El organismo reacciona a su manera, y pronto vemos como se producen los comportamientos innobles en la relajación de sus resortes morales, y el abandono a las solicitaciones que ya se mudan en exigencias ineludibles. La persona ya es esclava de sí misma, y no queda en ella el más mínimo resorte de redención.

Para ello y en medio de el descontrol y la abulia, todo deseo debe ser satisfecho sea como sea, bien se trate de robar, mantir, tergiversar, engañar, o a fin caer en manos de la policía y así arruinar una reputación, proporcionar dolor a la familia, y caer en la vileza y las distorsiones de la personalidad más extremas y extravagantes.