miércoles, 20 de julio de 2011

CARNALIDAD EN LA IGLESIA




Cuando rechazamos los problemas en la Iglesia, y como bestias indómitas pataleamos contra ellos, estamos ignorando las palabras de Jesús, el gran sufriente: El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor (Mateo 10:24).

Tenemos que convencernos de que el amor a Cristo es la única regla que  mueve a los que de verdad nos dimos cuenta de que el amor de Dios proporcionó tal redentor. El genuino cristiano tiene suficiente con su relación con Cristo y los hermanos, malos o buenos, han de ser bien tratados como prueba que el Señor nos envía para contrastar nuestra fe y mostrar nuestra humildad a los demás.

Si pasamos solamente por un ladito de esta realidad, se produce lo que vemos. No le seguimos a Jesús, porque no le amamos suficientemente, y nuestra esperanza es más floja que un muelle de soga.

Si estamos en Cristo, somos su Iglesia, y nos tenemos por discípulos, no queda nada más que añadir. No es necesario. El que tenga oídos para oír, oiga (Mateo 13:43). O como dice el apóstol Pablo en ocasión similar: mas el que ignora, ignore. (1ª Corintios 14, 38)

Es el caso de los que cambian de Iglesia, porque observan en ella desvíos de las personas y (muchas veces los más prominentes), alguna actitud que a él le parece herética o algo irregular. Otros se reúnen para deliberar si continúan en aquella congregación, porque los fallos de algunos son demasiado para su sensibilidad.

Y se forma otra Iglesia con los mismos vicios y lacras. Porque lo que esta en manos de los humanos, tiende a pervertirse con disensiones y rivalidades. Lo que tocamos los seres humanos lo envilecemos. Solo la presencia del Cristo de Dios la ennoblece y perpetúa. 

La piedad ha de ir acompañada de contentamiento, y eso no se ve apenas en la Iglesia, donde algunos solo quieren medrar, o realizarse perteneciendo a un grupo donde se sientan alguien de cierta importancia.

Y también influye la venalidad, y la incomprensión que sufren los que de verdad se acercan a Dios, y hacen de Cristo su norte y su guía; es dolorosa y si no se está en Jesús el sufrimiento es constante, porque se hieren los sentimientos de cada cual y como estamos más en la carne que en el Espíritu somos demasiado receptivos a cualquier palabra o demás que creemos van en contra nuestra.

También hay demasiado entusiasmo por aprobar todo lo que se desvíe de la recta comprensión de los misterios divinos. Se da en muchas iglesias que siguen un camino, quizás demasiado tedioso y monótono, al parecer de muchos.

Aquí añado una especie de doxología final, sobre el misterio de la aceptación de la voluntad de Dios.

Que Dios te bendiga y te guarde, haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia. El Señor alce sobre ti su rostro y ponga en ti paz (Números 6:24-26). La paz os dejo, mi paz os doy (Juan 14:27). Amén; sí, ven, Señor Jesús (Apocalipsis 22:20). Es lo que os deseo a todos.